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martes, 29 de enero de 2013

CELINE

Literatura extranjera

Maldito imperdonable

En un conjunto de ensayos breves, Philippe Sollers aborda desde distintos ángulos la obra de Céline, al que define como "el chivo expiatorio de la monstruosidad de una época"
Por Pedro B. Rey  

Siempre habrá un enigma, un escándalo Céline. Ya en 1939 el fatuo narrador galo de "Pierre Menard, autor del Quijote" aludía a su figura: "Atribuir a Louis-Ferdinand Céline o James Joyce La imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?". La idea era asombrosa: imaginar que el autor de El viaje al fin de la noche y de dos virulentos -y entonces fresquísimos- panfletos antisemitas había escrito línea por línea el libro de Thomas de Kempis podía dar una duplicación más sugestiva, seguramente más pavorosa, que la de Cervantes.
En Francia, la figura del médico Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) todavía posee las propiedades de un ácido corrosivo. La brecha cronológica de los textos que Philippe Sollers reúne en este volumen prueba que no se escribía sobre él impunemente: el primero, "La risa de Céline", es de 1963, y forma parte de uno de los audaces Cahiers de L'Herne dedicados al escritor apenas murió. "Estrategia de Céline", el segundo, se publicó en Le Magazine littéraire en 1991. Sólo a partir de esa fecha Sollers, que reconoció tempranamente la difícil radicalidad del escritor, se vuelve locuaz.
"Todo el mundo se fabricó un Céline, genio o espantapájaros, vaguedades, verifiquen, nadie leyó nada o apenas", anota, mimando de manera deliberada el estilo (en su caso más inquieto que vociferante) del autor al que considera "un desafío capital para la comprensión del siglo XX" y, también, "chivo expiatorio de la monstruosidad de una época". El dilema en relación con Céline, ese "impresentable para la eternidad", sugiere Sollers, es que su obsesión antisemita (que evitó en sus novelas, vale acotar) no alcanza para ocultar el inmenso escritor detrás de su obra.
Sollers no esquiva lo anecdótico, pero orbita alrededor de la comicidad aterradora de la obra de Céline, de la "restitución emotiva" que conjura con su prosa, de la música jadeante de ese discurso vidente lanzado en tromba. Ve en Céline un maldito por definición (porque esa palabra, "maldito", puede rellenarse con veinte adjetivos distintos) y sugiere evitar un lugar común: su supuesta visceralidad. Lo que hay en Céline es una pasión imperdonable ("La sociedad perdona mucho más fácilmente las malas acciones que las malas palabras"). Su batería retórica desciende de Villon y Rabelais. El lenguaje entero es, subraya Sollers, un teclado de piano, una caja de música en busca del acorde que pueda restituir sobre la página el bombardeo sobre Hannover.
Sollers, factótum en sus tiempos de la revista Tel Quel , es un lector astuto. Sin restarles importancia a libros decisivos como Viaje al fin de la noche , recomienda la publicación de la correspondencia completa de Céline y destaca la centralidad casi inadvertida de su "trilogía alemana". Difícil no concordar. En De un castillo el otro , Norte y Rigodón , Céline narra, de manera progresivamente alucinada, su viaje de París y Sigmaringen a Dinamarca como colaboracionista en fuga. Los prodigios de la lengua proveen la inédita "pintura de una Europa destruida", arrasada por las llamas, que nadie antes ni después se atrevió a abordar con semejante furor.
En Las partículas elementales (1998), de Michel Houellebecq, comparece Sollers como personaje y, en su breve cameo inconsulto, refiriéndose a Baudelaire, le asegura a uno de los protagonistas de la novela que los grandes escritores son siempre reaccionarios. En esta reunión de textos dispersos, repite esa idea. El reaccionario Céline es, también, un revolucionario imperdonable.
La notable versión de Hugo Savino, en particular cuando traduce las citas de Céline, es digna del fraseo de algunos de los vástagos argentinos (Néstor Sánchez, Osvaldo Lamborghini) del autor de Muerte a Crédito .

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