ADVERTENCIAS A MÍ MISMO

En el centenario del nacimiento de Norman Mailer

sábado, 30 de abril de 2011

ERNESTO SÁBATO

La literatura como malestar en el mundo

J. ERNESTO AYALA-DIP - Barcelona - 

 
Ernesto Sábato llega a la novela cuando ve la posibilidad de salvar el callejón sin salida a que lo abocaba la ciencia. Esta idea la recoge en Uno y el universo (1945) y en Hombres y engranajes seis años después. En realidad el problema no desaparece porque él se incline definitivamente por la literatura, sino que en esta dimensión imaginaria puede aprehender y hacer comunicable ese insalvable abismo que el escritor argentino considera que separa la ciencia -su utilización de ella- del hombre. O del humanismo. Desde el abandono de la práctica de la ciencia -Sábato fue físico-, la novela le permite redituarse en el corazón de la verdadera existencia. Extraviado en la ciencia, el hombre no tiene más remedio que refugiarse en el arte. Atrapado en la red cosificadora de la práctica científica, el hombre puede encontrar en la novela su sed de misterio. Nunca creyó Ernesto Sábato en la crisis de la novela, aunque hacia los años sesenta se rebeló contra la dictadura estética de moda: el nouvelle roman (Tres aproximaciones a la literatura de nuestro tiempo, 1969). Siempre salvaguardó a esta de todos los intentos de redefinición, porque nunca dudó que fuera la novela el espacio ideal para airear los demonios del hombre contemporáneo.
En sus tres novelas, El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abbadón el exterminador (1974), el hombre se convierte en ser, sus personajes en indicios metafísicos y sus tramas en itinerarios infernales. Para Sábato el hombre es un misterio que vale la pena indagar. Desde el misterio el hombre debe combatir el racionalismo. Asi aprovecha Sábato el surrealismo y la impronta camusiana. La novela, con todos los recursos compositivos que la modernidad le presta, le sirven al autor para acercarse al amor, la muerte, el mal y el más severo pesimismo. Obligadamente resumido, éste es el perfil filosófico y narrativo de Sábato. Coherente, pertinaz en la búsqueda de verdades y pesimista en el diagnóstico moral del presente. En 1981 publica La robotización del hombre. Tres años más tarde le sigue Nunca más, terrible y dolorosa crónica de investigación sobre los desaparecidos durante la dictadura de los militares comandados por Rafael Videla. No es hasta 1999 que edita Antes del fin. Un texto autobiográfico, pesimista. Contradictorio y agustiniano. Radical en la premonición de un futuro desesperanzado. Su destinatario era la juventud argentina. Y en cierta manera, un libro de despedida.
Pero por sobre todas estas consideraciones y tantas otras como se puedan y deban consignar, Ernesto Sábato es el autor referencial de Sobre héroes y tumbas. Esta novela, que tantas discusiones e interrogantes abrió, le llevó al escritor argentino 13 años de trabajo infatigable. Para muchos de sus compatriotas esta es la novela de Alejandra Vidal. Para otros el relato de iniciación de Martín del Castillo. Para algunos el desasosegante, además de mil veces leído y releído y reinterpretado, Informe sobre ciegos. Para todos, la metáfora de una Argentina de historia convulsa, trágica y llena de enigmas históricos y políticos. Naturalismo, ironía, sarcasmos, la búsqueda de un sentido existencial, el enfrentamiento nihilista ante lo que no se puede explicar. Pero para mí, Sobre héroes y tumbas será siempre la primera novela argentina que leí. Y, sobre todo, para gran parte de la generación de argentinos a la que pertenezco, la novela de la hiriente, indescifrable y sublime Alejandra.

martes, 26 de abril de 2011

MARTIN AMIS

Martin Amis: “Envejecer es una experiencia aterradora”

El “enfant terrible” de la literatura británica es un hombre con miedo. A los 62 años, acaba de publicar en español “La viuda embarazada”, una novela sobre la revolución sexual que empezó siendo autobiográfica.

POR Diego Salazar

Son las seis de la tarde de un jueves lluvioso y Martin Amis atiende a la prensa en Barcelona. El “niño terrible de la literatura británica” es ahora un hombre mayor, de 62 años, al que una vida agitada ha dejado marcas visibles del paso del tiempo. Las sienes canas, unas profundas entradas, la vista cansada, la voz tenue y pausada.
El tiempo se acorta, Amis lo sabe, y la sola idea lo aterroriza. Al punto de que el paso del tiempo, la vejez y la construcción del propio pasado se han convertido casi en sus únicos temas en los últimos años. Sin ir más lejos, La viuda embarazada , su última novela nació como una autobiografía velada pero rápidamente se convirtió en un agridulce retrato generacional que narra los sinsabores de la llamada revolución sexual. A la que recuerda con una nostalgia crítica, algo desapasionada, pero que se manifiesta en el temor o, quizá, falta de comprensión que Amis siente hacia el tipo de relaciones paridas cincuenta años después por esa misma revolución, las relaciones sexuales/amorosas que mantienen los jóvenes de nuestros días. Eso y, claro, el miedo a la muerte.
El miedo de Amis, que empezará esta charla con una cerveza y terminará con una copa de chardonnay, tiene además una causa concreta. Su gran amigo, el ensayista Christopher Hitchens, se encuentra aquejado de un severo cáncer de esófago. “He perdido una hermana, una madre y un padre. Pero no he perdido todavía un mejor amigo”, dirá Amis, tragándose alguna lágrima.
Hace unos años dijo que no volvería a leer sus libros. Sin embargo, para “La viuda embarazada” volvió a “El libro de Rachel”.
Bueno, lo intenté. Estaba escribiendo acerca de un hombre de 20 años, así que quería volver a meterme en la cabeza de un hombre de 20. Pero no pude, no fui capaz de leerlo, la lectura fue demasiado angustiante.
¿Fue una cuestión de estilo? Ha pasado demasiado tiempo, ese libro tiene 40 años. Solía gustarme releer mis libros, una velada con una botella de vino y un libro mío era mi idea de pasar un rato fantástico. Sin embargo, ese placer desaparece porque al hacerte mayor no quieres revisitar el pasado, quieres mantenerte concentrado en lo que vendrá, básicamente porque el tiempo se te empieza a acabar.
¿Y piensa que la gente de su edad pasa demasiado tiempo mirando hacia atrás? No, la verdad que nunca se me ha ocurrido algo así. Pienso que pensar en el pasado es bastante agradable. Es con respecto a su propio trabajo que uno no quiere mirar atrás. En mi caso, incluso corregir las pruebas de mis libros se convierte en un suplicio, porque ya está, está hecho y quiero pasar al siguiente. El tiempo se acorta.
Al principio del libro, el narrador señala que cuando uno se hace mayor la vida se convierte en una película de terror de serie B. ¿Es el personaje el que está hablando o es usted? Soy yo, sin duda. Aunque también él de alguna forma. Si bien no es una novela escrita en primera persona y no queda del todo claro que sea él, aunque sí está narrada desde su punto de vista. Envejecer es una experiencia bastante aterradora. Yo estoy aterrado. La idea de que este es el último fragmento, el último capítulo... creo que todos aquellos que sobrepasan los 60 sienten algo, tienen dentro algo que antes, con toda certeza, no estaba ahí. Quizá porque lo que viene es inevitable.
¿Y ver a su amigo Christopher Hitchens enfermo ha contribuido a ese temor? Eso ha sido bastante horroroso. Ya ni siquiera verlo, la sola idea de que está enfermo me resulta horrorosa.
¿Porque el primer pensamiento es “podría ser yo”? Sí, claro. Y el cuerpo es bastante despiadado, tu primera reacción es “Yo no”. Pero claro, imagino que uno va asimilándolo según pasa el tiempo y los casos. He perdido una hermana, he perdido una madre y he perdido un padre. Pero no he perdido todavía un mejor amigo, un amigo de hace tanto tiempo. Como dije una vez en la televisión, nuestra relación es algo así como un matrimonio homosexual no consumado. Incluso en lo que a la atracción física respecta. Es el mismo tipo de sensación que uno tiene cuando conoce a una chica maravillosa, cuando piensas “nunca imaginé que existiera alguien así”, cuando piensas que esa persona existe sólo para ti, que tiene la respuesta exacta a todas tus necesidades. Y sabes, no muchos amantes o parejas duran 40 años.
Keith es un álter ego extraño: una especie de Martin Amis que no llegó a convertirse en Martin Amis.
Bueno, él quería ser poeta, no novelista, y terminó trabajando en publicidad y siendo realmente infeliz. Podría haber sido poeta, uno de cierto éxito incluso, si ese verano no hubiera tenido lugar. Porque todo ese torrente de emociones terminó jodiéndolo. Pero querer ser poeta es muy distinto de querer ser novelista. Y en cierto sentido se deja entrever que él es el autor del libro, en cierto sentido, o sea que aunque siguiera escribiendo no llegó a ser un poeta. Los poetas son, ya sabes, unos tipos intensos, fieros a su modo, los novelistas tienen otro tipo de talento. Auden, en un poema llamado “El Novelista”, dice que los poetas “Visten su talento como un uniforme... Pueden maravillarnos como un relámpago, o morir tan jóvenes, vivir solos durante años. Ir hacia adelante como húsares”. El de los novelistas es un oficio completamente distinto. El novelista es una especie de comediante, no un tipo impactante. Por lo que, una vez más, no creo que Keith sea justamente como yo, es un tipo un tanto pasivo, demasiado cauto y que además no cuenta con ninguna de mis ventajas como, por ejemplo, tener a un escritor reconocido como padre. Tuve que retirar por completo cualquier idea de privilegio de su vida, lo que supuso un esfuerzo por mi parte cuando empecé a reescribir el libro para convertirlo en una novela en lugar de una autobiografía encubierta, que era el plan original.
Le he leído hablar de lo difícil que resulta escribir una escena sexual, pese a lo cual escribió una en este libro. ¿Tuvo en algún momento miedo de ser nominado al Bad Sex Award? Mi mujer fue nominada hace unos años. Estoy bastante orgulloso de esa escena, la verdad. Creo que resulta inesperada, y que es bastante fiel y creíble.
¿Existe algún escritor cuyas escenas de sexo le hagan pensar “Ok, sí, esto funciona”? No, creo que no. Me parece que las mujeres son un poco mejores que los hombres en esto. Los hombres están siempre atrapados por esa necesidad de demostrar que son grandes amantes, fanfarroneando. Las mujeres conocen sus limitaciones de una manera que los hombres no. Cuando uno escribe una novela tiene una relación endiosada con aquello que está creando, puede hacer lo que quiera, y eso no casa bien con la prepotencia masculina. Esa prepotencia del creador no puede ir junta a la prepotencia del personaje, tienes que renunciar a tu poder de alguna manera y hacerte vulnerable. Creo que el sexo fallido, el fiasco sexual, es un tema perfectamente válido, pero el sexo exitoso no.
En esa línea, ¿cree que las mujeres deberían ser mejores novelistas que los hombres? Nabokov decía: “Soy exclusivamente homosexual en mi gustos literarios”.
Sartre creía que las mujeres no podían ser novelistas porque no llevaban el peso del mundo sobre sus hombros.
¿El peso del mundo? Bueno, pero eso no es verdad, sí lo llevan. Y el mejor novelista de la historia de la literatura inglesa es una mujer, George Elliot. Con Jane Austen pisándole los talones. Y las hermanas Brontë, claro. Dicho esto, debo decir que no leo tantas escritoras mujeres como hombres, leo mujeres pero no tantas. Estoy seguro de que las mujeres leen más novelistas mujeres que novelistas hombres. Me parece que uno como lector en cierto punto desea tener, desea sentir, cierta identificación con el novelista, no con los personajes. Hay un crítico que hacía la distinción entre “sinceridad real” y “sinceridad literaria”, estaba hablando de Milton y de sus elegías a los muertos, de quien dice que tenía que haber practicado en cada cadáver con el que se cruzó, porque sencillamente quería escribir una buena elegía, lo importante era el cadáver, no la persona. La diferencia está, decía, en que cuando escuchas acerca de la muerte de un amigo puedes estallar en lágrimas pero no entonar un canto. Creo que es una observación brillante. Sin embargo, creo que hay algo más de canto en la escritura de las mujeres, creo que se encuentra más cerca del corazón, que es más sincera. Hay algo más directo, menos autoconsciente. Y no tiene esa insistencia, ese persistente tonillo de macho, ese constante alarde. Las mujeres no van al bar a alardear de su vida sexual. Quizá lo hagan ahora, pero no solían hacerlo.
Usted dijo que, como en el porno, las relaciones sexuales habían sido vaciadas de sentimientos. ¿Lo cree? Creo que esa es la dirección hacia la que nos encaminamos. Todavía estaban atadas a lo sentimental en los años setenta, y ese fue quizá el primer paso tomado por la revolución sexual: hacer del sexo un asunto más recreacional, como una forma de diversión. Eso era imposible antes de la píldora, porque existía siempre esa angustia ante la posibilidad del embarazo.
¿Y no cree que es mejor haber perdido esa angustia y esa idea sacralizada del sexo? No creo que esa clase de sexo haya sido nada buena, pero tampoco creo que el sexo sin componente sentimental sea algo bueno. Es divertido. Pero, ¿y qué más? Mira, había una especie de acuerdo para la gente de mi generación, y ese acuerdo pasaba por dedicarse completamente a la promiscuidad hasta los 32 o así, y a partir de entonces te olvidabas de eso y te hacías monógamo. El fracaso, evidentemente, fue mayúsculo, y de hecho muchos se hicieron adictos a la variedad. Pero no me gustaría haberme hecho adicto a una variedad carente de sentimientos, a una variedad de compañeras de cama de las que no pudiera siquiera imaginar que me enamoraría. De verdad creo que enamorarse es cada vez más difícil, aceptar la idea de enamorarse. Porque no queremos comprometernos, no queremos salir heridos. Incluso las mujeres. Y una vez las mujeres están de acuerdo con esto, significa que de verdad algo ha cambiado. Tengo un par de hijos de veintitantos, dos hijas pequeñas y una hija mayor casada, creo que ellos estarán bien, que sabrán enamorarse, pero algunos de sus coetáneos rehúyen de ello.
¿De alguna manera se siente feliz de no tener que lidiar con ese cambio? Sí, me siento bastante aliviado. Me gusta el hecho de poder recordar cómo era antes, porque ninguno de ustedes puede, ustedes no lo han vivido.
Hace unos meses, con el historiador Philip Blom decíamos que la lucha por la igualdad de los sexos y la revolución sexual habían llegado a su fin, al menos en Europa. ¿Está de acuerdo? No lo creo. Creo que la igualdad tardará en llegar todavía un siglo. Resulta que es bastante difícil conseguir un acuerdo decente entre hombres y mujeres. Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro.
Bueno, se puede. Quizá tome algo más de esfuerzo.
Sí, pero hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado...
¿Y cree que eso es malo? ¿No es quizá sólo diferente? No, creo que es malo. Creo que la incapacidad para comprometerse en una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma.
¿Todas estas quejas no son excusas para esconder pereza? Creo que está ocurriendo un cambio real. Quiero decir, el cerebro alfabetizado es físicamente distinto al cerebro analfabeto. Y el cerebro educado digitalmente es diferente del cerebro alfabetizado. Ese es un cambio real.
Puede ser, pero tenemos que esperar a ver qué nos dicen los estudios acerca de ello. No existen conclusiones todavía.
Tenemos que esperar los estudios, pero el cambio no va a disminuir.
Volviendo al libro, la novela es bastante divertida, pero al final se va haciendo más triste. Así lo vieron personas de su generación, ¿usted lo ve así? Creo que es gracioso, como todos mis libros. Incluso el que transcurre en un gulag. Si bien hay cosas que no son tan graciosas, creo que en conjunto La viuda embarazada es un libro bastante gracioso. Agridulce quizá.
Normalmente, según uno va haciéndose mayor, el interés por la ficción parece decrecer y uno como lector prefiere otras lecturas, ensayo, historia. ¿Le ha pasado esto? En cierta forma. Me encanta la historia, leo muchos libros de historia. Todavía leo mucho ficción, pero no leo demasiadas novelas. En realidad, hay muy pocos novelistas a los que todavía leo, la mayoría de los que todavía me interesan son autores que ya he leído. A partir de cierta edad lo que uno hace es releer.
Bret Easton Ellis decía en una entrevista que, a diferencia de lo que le ocurría antes, ya no leía novelas para entender el mundo, para eso leía no ficción. ¿Está de acuerdo? Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos: lo importante es el disfrute artístico.
¿Espera pasar el resto de su vida en Estados Unidos? No creo. Mantendremos el piso de Londres, imagino que mis hijos pasarán mucho tiempo en Inglaterra, lo mismo que nuestros amigos.
Entiendo que el traslado está relacionado con la salud de los padres de su mujer, ¿pero es esa la principal razón o tiene ganas de dejar Inglaterra? Sí, es una cuestión de necesidad. Los padres de mi mujer están mal. Y aunque a veces parezca lo contrario, le tengo mucho cariño a la gente de Inglaterra, disfruto de esa mezcla de excentricidad y tolerancia. Por supuesto, depende del barrio y el nivel económico. Pero, vamos, es el país de Shakespeare del que estamos hablando.
¿Podría contarnos algo de su próxima novela? Está terminada. Es muy cruda, violenta, centrada en los bajos fondos y en la que un joven criminal, Lionel Asbo, gana mucho dinero en la lotería. Asbo es un acrónimo de Anti-Social Behaviour Order , que es la orden judicial que se extiende para controlar a personas violentas. Es una sátira bastante dura sobre la sociedad inglesa actual. Creo que no se lo van a tomar muy bien.

lunes, 18 de abril de 2011

CHICO BUARQUE- novelista

El más grande compositor Latinoamericano, vuelve a la novela: lo relata en esta entrevista

Los pecados de Chico Buarque

 

Canta y compone bien, escribe mejor, presenta una nueva novela, que anticipamos, y es un eterno seductor. Pero tiene, al menos, seis defectos...

Por Jesús Ruiz Mantilla
El País


Cuando el Chico Buarque músico entra en casa, sale por la puerta el escritor. Estos días, en Río de Janeiro, ocupa su ático con espectaculares vistas a Ipanema el hacedor de canciones. Mientras, el literato anda de viaje. Su último libro, Leche derramada (Salamandra), acaba de aparecer. Es su octava novela. Y de éxito. Porque Chico Buarque no se conformó sólo con ser uno de los músicos más importantes de su país, hijo legítimo y predilecto de la bossa nova , referente político en los tiempos duros de la dictadura y objeto de deseo permanente. Quiso volcar su creatividad de manera seria, nada caprichosa, en la literatura. Demostrar que podía llegar a ser un escritor respetado. No sólo lo ha logrado en Brasil, sino en todo el mundo. Con su anterior libro, Budapest , obtuvo premios, grandes ventas internacionales, reconocimientos y elogios como los de Le Nouvel Observateur , que lo consideró uno de los autores contemporáneos más interesantes en lengua portuguesa. Para crear aquella novela de dualidades, fina e irónica, sobre un escritor de encargo fascinado por el idioma húngaro -la lengua que mejor entiende el diablo- no le hizo falta pisar la ciudad del Danubio. Jamás había estado allí. En cambio, sí da la sensación de conocer absolutamente el terreno donde transcurre Leche derramada , una especie de réquiem sobre el viejo Brasil. Es un libro muy personal sobre un dinosaurio moribundo, repleto de recuerdos y anécdotas familiares.
Chico Buarque, el políglota que domina cinco idiomas, el símbolo del Brasil contemporáneo, el mediocampista que lleva más de 30 años sin perder un partido con su equipo de fútbol, parece ideal, pero tiene sus zonas oscuras, no se llamen a engaño.
-La actriz Fernanda Montenegro proclama que usted es perfecto y no tiene defectos. He venido aquí, hasta su casa, para buscárselos. Alguno esconderá.
-Una gran dama de nuestro teatro...
-Lo que le digo es que he venido a desenmascararlo. Si no, me voy a decepcionar: buen músico, escritor ya de prestigio, activista de pasado impecable...
-Y eso que usted nunca me ha visto jugar al fútbol. Lo hago en un equipo que no ha perdido en 32 años.
-Pero, hombre, hay un placer en la derrota. ¿No le gustaría aprender a experimentarlo?
-Hay derrotas, pero en partidos no oficiales. Cuando terminamos, decidimos si fue un encuentro oficial o no. Depende del resultado.
-Una vergüenza. ¿Y de qué juega?
-Como Messi, más o menos, pero es fútbol 7.
-Ya aparece un defecto. Manipulador.
-Mentiroso, más bien. Apúntelo.
-Ya lleva 46 años de carrera. Al principio parecía que querían lanzarlo al mercado como un artista pop de la bossa nova . ¿No encajó en eso?
-No fue así. Tuve una experiencia mala cuando vivía en Italia, hacia 1969. No se comprendía entonces muy bien lo que era la música brasileña, además me veían así, como bonito.
-Guapo. Igual que ahora. Eso puede ser hasta un defecto.
-Quizá por eso, fuera de aquí, querían encajarme en un esquema pop. Yo tampoco comprendía qué pasaba conmigo en Italia. En Brasil, sí. Tengo la idea de lo que he querido siempre y en mi país no existía ese malentendido. No sé qué pueden pensar de mí fuera de Brasil. Tampoco tengo una carrera internacional. Viví en Italia por razones políticas pero casi toda mi trayectoria se ha desarrollado aquí. Con la literatura es diferente, por las traducciones. Es más fácil hacerse comprender en el exterior. Con la música puede interpretarse cualquier cosa. Con la brasileña más, porque tiene un poco de todo, mezclado. No se llega a saber con certeza si es samba, bossa nova ... Todo al mismo tiempo.
-¿Y eso es bueno o malo?
-Para nosotros es bueno, pero es difícil de comprender afuera. Para el gran público, ante todo. El público ve nuestra música en las mismas secciones de las disquerías. Lo que viaja es la sonoridad. Hay una comprensión más emocional que intelectual. La música posee un lenguaje propio, irracional, que llega o no. Incluso gusta muchas veces por motivos equivocados.
-¿Porque no se entiende la letra o porque no se comprende la música?
-Las letras son importantes, aunque en mi caso están siempre al servicio de la música.
-Como escritor, usted ha hecho experimentos bien curiosos. Escribió Budapest sin conocer la ciudad, sin haber ido nunca. ¿Después la visitó?
-Nunca había ido. No quise. Empecé a escribir y a mí me fascinaba la lengua, me enamoré del idioma. No me interesaba conocer más allá, estudiar el húngaro me habría llevado 10 años, pero quedó todo mejor así: una ciudad difusa, una historia con neblina. Fue muy interesante llegar a Budapest después de haber estado en cierta forma allí, comprobar que había cosas que eran iguales y otras absurdas. Tampoco yo quise dar la impresión de que la conocía a fondo, los nombres eran inventados, basados en la selección húngara de fútbol. Admitir que nunca había pisado la ciudad creó un poco de desconfianza. Algunos se lo tomaron bien; otros, francamente, no.
-Les parecería soberbio, sobrador. Otro defecto.
-Bien, bien, apunte. Sí, les parecía que no tenía derecho a inventar algo que ya existía. Los húngaros son muy orgullosos de sus príncipes, sus linajes, sus castillos, su historia.
-¿Cómo pudo imaginar la ciudad sin ir?
-Con guías, diccionarios, palabras que recuerdo de una novia húngara que tuve. Ella me había enseñado esa fascinación. Y la selección húngara de fútbol de 1954. Ese partido que perdimos con ellos. Coleccionaba las figuritas. Las tenía todas. La verdad es que cuando se me ocurrió el libro, yo pretendía crear una lengua, pero eso era demasiado.
-Otro defecto. Una idea no plasmada. Poca perseverancia.
-¿Por qué? Al contrario. Mucha perseverancia, porque yo empecé a hacerlo, pero me di cuenta de que no lo conseguiría. El protagonista era un arquitecto, no un negro.
-¿Se rindió? Defecto...
-Bueno, bien, vale, pero tuve que escribirlo para darme cuenta de que no era bueno.
-¿Perfeccionismo? Otro defecto...
-Incapacidad mental para crear una novela... ése es el defecto.
-Llevamos 20 minutos hablando y ya han salido cuatro defectos. No sé cómo acabará esto.
-Soy, además, perezoso para las entrevistas: otro más.
-Bueno, no estoy tan seguro, a lo mejor eso es una virtud. No lo sé.
-La pereza me viene de que para resultar brillante en una conversación como ésta, uno debe inventar cosas.
-En el de Budapest no estuvo, pero sí que ha andado por el terreno de Leche derramada . Porque hablamos de Brasil, en profundidad.
-No viví esa época.
-Cada uno de nosotros hemos habitado de alguna manera el pasado de nuestros lugares. ¿No cree? ¿No construyen los ancestros nuestra identidad?
-De alguna manera, escribir sobre algo que ha ocurrido hace cien años es como no conocer el lugar. En el tiempo y en el espacio estás perdido. La idea de Leche derramada partió de eso. Imaginación y conocimiento a base de estudio. Esta vez investigué todavía más que para Budapest . Además de lo que leí, lo que escuché: las historias de mi madre, que murió hace apenas un año, cuando ya tenía 100. Hay muchas cosas, desde el nombre de los transatlánticos hasta las casas, las calles...
-Se ve mucho de usted en ese libro. De sus raíces, de su familia, ¿de qué más?
-Historias políticas de la vieja república, desde 1879 hasta 1930, con Vargas, que cambió todo. En mi familia había muchos antepasados que pertenecieron a esa estructura. Son historias que conozco sobre todo por mi madre. Sus recuerdos están en el libro.
-O sea que ha querido hacerle un homenaje póstumo.
-Póstumo no, porque ella lo leyó. Le gustó, aunque no le gustó tanto verse reflejada en algunas cosas. Estaba ya mayor y se sintió un poco incómoda, lo mismo que los húngaros, con mi intrusión.
-Como diciendo: ¿para qué te metes a lavar los trapos sucios delante de todo el mundo?
-Ay, los escritores... Terribles.
-Indiscreción. Otro defecto.
-Sin duda.
-Hasta el momento ha salido esto: soberbio, perfeccionista, con algo de incapacidad mental, perezoso e indiscreto. Cinco.
-Bueno, está bien.
-Ese viejo Brasil que retrata en Leche derramada ¿ya desapareció?
-Persiste en la... mentalidad de mucha gente. Eh... otro defecto: me faltan las palabras en castellano.
-No, no lo admito, porque entonces tendríamos que contar que yo no hablo portugués.
-Vale. Entonces, persiste esa mentalidad. La del viejo país con sus antiguos dueños, el antiguo poder, los dueños del dinero, la perplejidad ante ese nuevo país que crece. La incapacidad de admitir que va a ser de otras familias, de otras clases. Eran clanes que tenían un sentimiento de posesión y observan a quienes prosperan con desconfianza. Ven esos aeropuertos atestados de gente mal vestida y no soportan mezclarse. Siempre con la tentación de mantenerse aparte, como una elite. Ayer leí un reportaje que diferenciaba entre los ricos y los muy ricos de Santa Catarina. Los ricos iban normalmente a la playa y los muy ricos se quedaban en sus hoteles de lujo, con sus prejuicios ante los que sólo eran ricos.
-No mezclarse. Bueno, eso es muy europeo también. Así que entonces a Brasil ha llegado la clase media y quiere hacerse notar.
-Prefiero este Brasil al anterior, sin duda. Más dinámico.
-Y en eso, ¿qué mérito le damos a Lula?
-Mucho.
-¿Verdaderamente ha acometido una transformación histórica?
-Sí, su prioridad era sacar de la miseria al mayor número de gente posible. Eso continúa con Dilma Rousseff. La situación social de Brasil era una vergüenza. Era un país plagado de desigualdades, con toda su riqueza. Pero los méritos vienen también de las bases de la política económica que emprendió Fernando Henrique Cardoso. Fue la clave sin la cual no se hubiera podido avanzar. Toda esta transformación se ha llevado a cabo con las reglas del capitalismo para crear una riqueza que debía ser distribuida. Algunos desde la izquierda pueden pensar que no fue lo suficientemente humanitario, pero nadie puede negar que ha sido de lo más inteligente.
-Es lo que hay y lo que se ha demostrado en todas partes que funciona.
-Por eso se entienden peor otras experiencias latinoamericanas, como las de Venezuela, Ecuador, Bolivia? Hoy lo sabemos. Pero tampoco hay que culpar a quienes lo intentaron en el pasado en Cuba, en el Chile de Allende o aquí. La propia Dilma creía que la única salida era la revolución. Ahora sabemos que no.
-En Budapest aborda la dualidad. La paradoja es un motor para la creación. Usted se sentirá muchas cosas a la vez. ¿Cuántos Chicos habitan en usted?
-Hay dos. Viven en la misma casa pero en habitaciones separadas. Son el escritor y el músico. Ahora habita el músico, el escritor debe de haberse ido a Budapest.
-¿Y no se entremezclan? Porque el músico compone letras potentes y el escritor construye un ritmo musical en los libros.
-Hay un eco en ambas cosas. Pero mientras trabaja uno en lo suyo, el otro no se entromete. No pueden hacer las dos cosas a la vez. Cuando se marcha el escritor, llega el músico, y viceversa. Por otra parte, las letras de las canciones no tienen que ver para mí con la literatura, pero la literatura sí tiene que ver con la música. Es probable que se adivine fácilmente que el escritor es músico. Las letras de las canciones no son lo mismo. El letrista para mí no es poeta ni narrador. Debe despojarse de esa pretensión. Es otra cosa. No existen jerarquías ni distinción entre las dos artes: valen lo mismo. La literatura y la canción popular tienen el mismo valor. Eso de desvalorizar un género se acabó. Resulta una diferencia completamente anticuada. Es cosa del viejo Brasil. Cierto, para el viejo Brasil, lo que yo hago es música barata. Es como lo definiría el protagonista de la novela. El nuevo acepta eso bien. El primero en sufrir aquella ruptura jerárquica fue Vinicius de Moraes. Era un poeta culto, canónico, que se puso a hacer letras de canciones populares. No lo entendían. ¡Un poeta y diplomático! ¡Sacrilegio! Eso persiste un poco todavía. La idea de que un poeta no puede escribir música popular y un cantante no puede dedicarse a las novelas. Pero ¿qué estaba diciendo?
-Lo del músico y el escritor...
-Ah, sí. Que hay un período de adaptación, no es que sale por una puerta el músico y entra el escritor, como en un vodevil. Los tiempos de cada etapa creativa crecen, pero los de mi vida se acortan. No sé hasta dónde llegaré en las cosas que quiero hacer.
-¿Ahora con quién estoy hablando? ¿Con el compositor o con el literato?
-Hasta este año pasado estuvo el escritor acompañando las traducciones. Vigilo las que conozco: español, inglés, italiano, francés, aunque luego me dicen que las mejores son las de lenguas que no entiendo... Lo que me cuesta es empezar. Cuando salgo de la literatura, no sé cómo se escribe una canción, cada vez cuesta más...
-¿No salen las cosas de adentro, de una vez?
-No sirve eso. Quieres contar algo, bien, pero ¿de qué manera? En la literatura, borras y borras hasta que hallas la voz, el tono. La mano sola no sirve.
-Y el Chico futbolista, ¿quién es? ¿El niño eterno?
-Sí, juego tres veces por semana.
-Lo que es la vida. Cuando venía en el avión vi a unos niños brasileños vestidos con la camiseta española.
-Impensable en los tiempos en que todos los niños del mundo se ponían la canarinha .
-¿Qué le queda por indagar en la música?
-Escucho poca música. Leo más. Trabajo con la memoria musical, que tengo repleta. ¿Ve usted por qué no me gusta dar entrevistas? Porque tengo que explicar ciertas cosas. El otro día compuse un vals ruso. ¿Por qué? No lo sé y no puedo inventar una razón. Porque convenía a la historia que quería contar. La música que llegó era de allí, para relatar la historia de una mujer rusa con la que entré en contacto por Internet. Ya está. No hay nada que explicar ni buscar, apenas nada para componer. A estas alturas es la música la que me busca a mí. Por supuesto que estoy al día y sé quién es Amy Winehouse o Lady Gaga. Pero eso no importa.
-¿Cambia con la edad la actitud para escuchar la música o es que nuestro tiempo nos empuja a atender de una manera más fragmentada?
-Creo que cada uno de nosotros cambia. Y sólo esperamos que al público le siga interesando lo que hacemos. Hay veces en que das un concierto y piensas de qué te sirve lo nuevo cuando la gente sólo quiere que cantes viejas canciones. A mí me gusta cantar lo nuevo y a ellos, escuchar lo antiguo, así que hay que negociar un poco.
-¿Le preocupa que los jóvenes brasileños escuchen menos música de su tierra?
-No es tan así. En la última gira, yo vi pocas cabezas con cabellos blancos, y vi más jóvenes.
-Cuénteme cómo era Jobim.
-Desde el momento en que yo escuché la primera canción de bossa nova , "Chega de saudade", cantada por João Gilberto, con música de Jobim y letra de Vinicius de Moraes, me cambió la vida. A mí y a todos nosotros. Los que podíamos haber sido otra cosa nos hicimos músicos cuando escuchamos eso. Caetano Veloso, Gilberto Gil, todos.
-Por cierto, ¿entre Caetano y usted hubo algún problema? Lo acusaban de blando.
-Eso fue en los tiempos del tropicalismo. Yo no pertenecí a eso. Había dos bandos. Los pro y los anti. Yo no era pro. Trataban de hacer una ruptura con la bossa nova e incorporar instrumentaciones y comportamientos del pop, a lo que yo me oponía. Tuvo su reflejo también en mi música, pero no traumático.
-¿Matar al padre?
-Exacto. Pasaron algunos años de conflicto y luego volvieron a juntarse. Como en cualquier familia. Primero: "Papá, déjame en paz" y luego: "Anda, cuídame a los niños".
-¿Y usted no tendría que haberse comprado una guitarra eléctrica?
-Es eso, lo que pasa es que me equivoqué de puerta al entrar en la tienda y me compré un piano.
-Pero hoy Jobim es indiscutible.
-Es que fue una epifanía. Lo conocí, fui amigo de Jobim. Por trabajar con él, por escucharlo tocar el piano, yo me hice un músico mucho mejor de lo que era. Escuchándolo, viéndolo trabajar. Yo era un músico intuitivo, de oído, y él me formó. Trato de no ser una copia de él, pero todavía, cuando compongo, siento la sombra del maestro.
-¿Vigilante?
-Un poquito. Pero es que además me enseñó mucho de la vida, hablando, comiendo, compartiendo. Él me obligó a comprar un piano, a aprender música y escribir para otros cosas que no tienen nada que ver con lo que yo hago. Jobim era cálido, divertido, especial.
-Todo un clásico de la contemporaneidad. Como Lennon y McCartney. Autores ejemplares de canciones. Sin duda, ése ha sido el género musical de nuestro tiempo. Pero ¿le queda mucho?
-Las posibilidades de la canción como fenómeno y forma del siglo XX y del XXI puede que estén llegando a un fin. Puede que estemos llegando a eso. El rap es un indicio. La armonía, la manera de construir las letras, la falta de interés por lo nuevo, quizá todo eso sean señales.
-¿Decadencia?
-Puede ser. Pasa en otros géneros. La ópera? Bueno, la ópera resiste. Más de 400 años y hay vigor en nuevos compositores. ¿Ah sí? Otro defecto: ignorancia sobre ópera contemporánea.
-Bueno, lo pasamos por alto.
-En fin, seis defectos. Pocos.

martes, 12 de abril de 2011

VASILI GROSSMAN

Vasili Grossman en el umbral del infierno

Babelia avanza el comienzo de 'Por una causa justa', la primera parte de la obra cumbre del periodista y escritor soviético, 'Vida y destino'

WINSTON MANRIQUE

¿Cómo es el umbral hacia el infierno? Hay muchos. Uno de ellos lo muestra Vasili Grossman en Por una causa justa (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). Se trata de la primera parte de Vida y destino, la obra que llevaría a Grossman (1905-1964) a ser aclamado por la crítica y los lectores. Por una causa justa es el resultado de su trabajo como corresponsal del periódico Estrella roja, inmerso él aún en el realismo socialista, durante el primer año de la llegada de los nazis a la URSS y a Stalingrado, que sería el comienzo del fin de la II guerra Mundial. Babelia avanza hoy, en esta edición digital de EL PAÍS, las primeras páginas de esta novela que llegará a las librerías a partir de mañana.


Publicada en 1952, una década después de los hechos narrados, el libro de Grossman, se convierte, desde la primera línea, en una lección de historia, política, sociología, psicología y de la condición humana en momentos extraordinarios. 1.079 páginas en las que viven más de 200 personajes cuyos destinos recuerdan a la gran narrativa rusa que busca retratar el curso del Tiempo germinado de Historia. Y con ellas un mosaico de la sociedad soviética de la época y sus seres en todos sus matices. Muchos de ellos aparecen en Vida y destino.
Pero en medio de toda esta desolación, de la tragedia que se abate sobre Stalingrado, y sobre el propio Grossman, éste no se olvida de la verdadera Vida y su aliento superior; del amor, la bondad, la nobleza, la comprensión, la belleza: "En momentos como aquel, el hombre percibe la luz, el espacio, el susurro, el silencio, los olores dulces y las caricias de la hierba y las hojas en su hermoso conjunto: todas aquellas centésimas o, tal vez, milésimas y millonésimas partes que componen la belleza del mundo. Aquella belleza, la auténtica belleza, solo quiere transmitir al hombre un mensaje: la vida es un bien". Y eso es lo que recuerda Vasili Grossman en esta novela dura y conmovedora.

sábado, 9 de abril de 2011

PIGLIA

Ricardo Piglia, Premio de la Crítica

El autor argentino obtiene el galardón por la novela 'Blanco nocturno'.- Juana Castro gana en poesía con 'Cartas de enero'

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid 

El escritor argentino Ricardo Piglia ha obtenido el Premio Nacional de la Crítica en la categoría de narrativa con su novela Blanco nocturno (Anagrama, 2010). El jurado de la asociación de críticos literarios se ha reunido en esta ocasión en Cáceres para fallar un galardón que no tiene dotación económica pero sí mucho prestigio y que puede ser concedido a cualquier autor en lengua española siempre que la obra haya sido publicada en España. Aunque no se establecen oficialmente finalistas, entre los candidatos de este año figuraban nombres como Marcos Giralt Torrente, Fernando Aramburu, Mario Vargas Llosa o Luis Mateo Díez.
Blanco nocturno es la cuarta novela de Ricardo Piglia -nacido en 1940 en Adrogué, en la provincia de Buenos Aires- uno de los grandes nombres de la narrativa argentina de las últimas décadas. La obra galardonada vino precedida de una gran expectación dado que la anterior novela de Piglia se había publicado en 1997: Plata quemada, premio Planeta Argentina y adaptada al cine en 2000 por Marcelo Piñeyro con Leonardo Sbaraglia y Eduardo Noriega como protagonistas.
Piglia, que actualmente en profesor de literatura en la universidad estadounidense de Princeton, dirigió durante años una famosa Serie Negra que difundió en su país la obra de los clásicos modernos del género policiaco -de Hammett a Chandler-. No es pues extraño que muchas de sus obras mezclen la investigación de un crimen con las más penetrantes reflexiones sobre el hecho de narrar. "Se podría pensar que la novela policial es la gran forma ficcional de la crítica literaria", afirmó en el libro de conversaciones Crítica y ficción (1986) para subrayar la relación entre las figuras del detective y el lector.
También Blanco nocturno, participa de ese espíritu. En la novela ahora galardonada, Piglia parte de la muerte en un pueblo de la provincia de Buenos Aires de Tony Durán, un mulato puertorriqueño que viaja a Argentina siguiendo a una mujer, Ada Belladona. Tras un arranque de género negro, al novela de Piglia deriva en una historia familiar que transcurre en 1972 -"Quería contar la historia de mi primo", declaró el escritor a EL PAÍS- y termina mezclando realidad y ficción; y, por supuesto, reflexiones sobre ambas.
Uno de los personajes de Blanco nocturno es, además, Emilio Renzi, un habitual en Ricardo Piglia desde la novela que lo consagró en 1980, Respiración artificial, una investigación literaria considerada por muchos como una de las grandes alegorías narrativas de la dictadura militar argentina. En la actualidad, Piglia publica regularmente en Babelia, el suplemento literario de EL PAÍS, una selección de sus míticos diarios, una oceánica obra de décadas que solo ahora el autor argentino se ha decidido a dar a la luz.

Premio de poesía
Por su parte, el Premio de la Crítica en la categoría de poesía ha recaído este año en Cartas de enero, un libro inédito incluido en el volumen antológico Heredad (Fundación José Manuel Lara). Su autora es la cordobesa Juana Castro (Villanueva de Córdoba, 1945), que, precisamente, estos días participa en el festival Cosmopoética de su ciudad. Castro se dio a conocer en 1978 con Cóncava mujer, un título al que le seguirían otros como Narcisia, Arte de cetrería, Fisterra o Los cuerpos oscuros. En el prólogo a Heredad, la poeta Olvido García Valdés destaca que el "valor estético" de la obra de Juana Castro reside en su modo de escapar tanto a la "conciencia ideológica" como al "saber formal". Cuando se publicó al selección que contiene el libro galardonado, su autora se refirió a él como nacido de "la perplejidad de los espacios y la perplejidad de los géneros masculino-femenino ante la vida y el mundo: diálogo imposible".

domingo, 3 de abril de 2011

WALTER BENJAMIN

Por qué Benjamin

POR ALEJANDRA USLENGHI

 
Filósofo, teólogo, filólogo, crítico literario, ensayista, sociólogo urbano, coleccionista, archivista, escritor de cuentos para niños, teórico de los medios, autor de memorias, conocedor del hashish , teórico del fascismo, surrealista aficionado, melancólico profesional. Una reflexión sobre la obra de Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940) implica advertir el inventario de incongruencias que hacen de su pensamiento uno de los más originales de nuestra época. Su influencia se ejerce desde los estudios culturales a la deconstrucción, del psicoanálisis a la nueva filosofía de la historia, de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt al post estructuralismo, de la teoría del cine a la micropolítica de Foucault y la hermenéutica de Heidegger. Benjamin personifica un inclasificable impulso intelectual que ha quedado asociado a su continuo devenir migrante. Inicialmente reconocido por su tensa relación con Gershom Scholem y Theodor Adorno, quienes fueron efectivamente responsables de la diseminación póstuma de esa obra; a veces aliado e interlocutor de Brecht, Kracauer, Bloch y Buber; finalmente refugiado en París y parte de círculo de Bataille en la década de 1930, Benjamin no deja de ejercer aún hoy una fascinación tan sorprendente como inesperada. Las ironías de la historia son contundentes. Ignorado en su tiempo, una estrella intelectual en el nuestro; condenado al ostracismo por su propia universidad, una pequeña industria académica hoy. Su póstuma canonización habla del historicismo del que él desconfiaba. Fue el mismo Benjamin quien caracterizó su propia obra como “una serie de pequeñas victorias y fracasos a gran escala”. A excepción de su tesis doctoral sobre el Romanticismo alemán, un temprano ensayo sobre Goethe y su singular colección de aforismos, Calle de dirección única , su corpus está integrado por ensayos, fragmentos, notas periodísticas, y una inmensa proliferación de notas póstumas, citas y esquemas, reunidas hoy en una peculiar edición de “obras completas” por sus editores alemanes. Su proyecto más ambicioso, la llamada Obra de los pasajes , una vasta compilación de citas y notas que reconstruyen la cultura del París de Baudelaire, compuesta durante más de una década de exilio, quedó inconcluso e inconcluible.
Su trayectoria vital e intelectual está enmarcada por el doble trauma de las dos guerras mundiales. Desde su nacimiento en 1892 en el seno de una familia judía burguesa asimilada, hasta su final como marxista desencantado cuando en 1940 huyendo de la Francia ocupada por los nazis se suicida, tanto su escritura como su biografía registran el continuo derrumbe de la Europa moderna y las contradicciones políticas e intelectuales que acosaron a una generación. Fue testigo del fracaso de todo esfuerzo revolucionario de izquierda –en Alemania, Hungría, España, Francia, y eventualmente Rusia– para contrarrestar el ascenso del fascismo que se extendía en Europa. Para el pensamiento de Benjamin, en esa crisis resuenan las grandes ilusiones perdidas que definen ya más de tres siglos de modernidad, pero no a modo de una comparación melancólica, sino más bien como el registro de las “esperanzas sin fundamentos” que vemos resurgir en la repetición de oportunidades malogradas y como tales toman su energía de la derrota pasada. Las similitudes con la memoria involuntaria en Proust, con las correspondencias simbólicas en Baudelaire, con el mesianismo tardío en Kafka, y la estructura del trauma en Freud fueron elaboradas por el mismo Benjamin. Lo que lo distingue es su específico énfasis en la historia como un lugar de redención, impensable sin la revolución: el imperativo de la cultura judía de recordar los sufrimientos pasados se convierte en el imperativo marxista de eliminar los presentes. La tecnología fotográfica le daría un modelo y una metáfora para esta noción de la historia como acción diferida. Escribe: “Hay imágenes que nunca hemos visto hasta que las recordamos. Aquellas imágenes reveladas en el cuarto oscuro de la experiencia vivida son las más importantes que llegaremos a ver. Uno podría decir que los acontecimientos más profundos han sido equipados con una pequeña imagen, una fotografía de nosotros mismos.”