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LITERATURA › MARTIN AMIS HABLA DE SU FLAMANTE NOVELA THE PREGNANT WIDOW

LITERATURA › MARTIN AMIS HABLA DE SU FLAMANTE NOVELA THE PREGNANT WIDOW

“El mayor cambio social que vi fue la revolución sexual”
Aunque el texto tiene puntos de contacto con la vida de su autor, él dice que sólo pudo escribirlo cuando se sacó lo autobiográfico de la mente. Todavía no hay fecha para la edición en español, pero ya comenzó a ser traducido.


Por Boyd Tonkin *

Como talismán e icono, para lectores y colegas, Martin Amis es el anti–Salinger: ningún escritor parece más abierto, menos elusivo. Lo dice él mismo: “No me protejo”. Así que todo el mundo piensa que es su dueño, y conoce peleas y familias, divorcios y dentistas, y lo ha hecho durante un cuarto de siglo. Quizá desde que la bravura de su sátira Dinero, de 1984, lo hizo pasar de prodigio seguido de cerca a líder del pelotón. Su nueva novela, The Pregnant Widow, acaba de aparecer en Inglaterra y está siendo traducida al español (¿se llamará La viuda embarazada?). Pero Amis ya está a unas pocas páginas de terminar el primer borrador de una sátira acerca de un sinvergüenza que se gana la lotería. “Nuestra cultura es en este momento absolutamente terrorífica”, dice el autor, quien ha visto y sentido el ataque de los medios durante unas dos décadas. “No es sólo la trivialidad sino también la violencia desenfrenada.” Semejante sentido de propiedad pública significa abuso, al menos tanto como afecto. Y al Amis chivo expiatorio, sus afirmaciones acerca de la carga de una población envejecida, con una modesta propuesta para eutanasia en las esquinas a la Swift, lo han colocado en la mira del oprobio una vez más.

¿Arrepentimientos? No demasiados. “No soy un adolescente abucheando a los viejos.” No: tiene cinco hijos de entre 22 y 10 años, y acaba de convertirse en abuelo. Durante la última década, más allá de temporadas en Uruguay, ha vivido en su amplia pero no llamativa casa con su segunda esposa, la escritora Isabel Fonseca. Sus hijas nacieron en 1997 y 1999; él tiene dos hijos de veintipico de su primer matrimonio. Y está Delilah: la hija descubierta tardíamente, fruto de su affaire de mediados de los ’70 con una amiga casada. Tanta vida, tanto amor: es demasiado tarde para provocaciones pueriles. Pero no para una discusión. “Soy un viejo. Soy de esa generación cada vez menos afectuosamente conocida como los baby boomers, que va a quebrar el sistema. La frase ‘un tsunami plateado’ no es mía. Así es como lo llaman los demógrafos... Va a haber una enorme transferencia de riqueza de los jóvenes a los viejos, y no todos los jóvenes aprecian eso. En Estados Unidos, a este problema le llaman ‘la tercera vía’: una analogía del subterráneo. Si lo pisás, te electrocutás. Así que la conversación es subterránea.”

The Pregnant Widow tiene como subtítulo “Historia interna” (en la tapa hay dos amantes semidesnudos y en una pileta enorme) y habla de la revolución sexual, con sus Bastillas, sus guillotinas y sus Terrores. En su mayor parte se de-

sarrolla en un castillo italiano durante el verano de 1978. Esta larga visión de lo que Amis llama “el mayor cambio social que presencié” escanea los progresos tardíos de los protagonistas. Muestra cómo “algunos pasamos, algunos más o menos pasaron y algunos se hundieron, pero todos tuvieron su trauma sexual”. El principal portador del trauma es Keith Nearin, de apenas 21 años, inteligente estudiante de literatura inglesa e hijo adoptivo de un académico malicioso. Keith añora ser un Guardia Roja de la insurrección del dormitorio. La vida y su autor tienen otros planes para él. “Está debajo del promedio”, insiste Amis. “Hubo un momento en que los hombres tenían grandes oportunidades, y él es medio lento para tomarlas. Es típicamente inglés en su inseguridad. Es mucho más inusual por ser muy literario y hablar bastante bien.”

En cuanto a altura, Keith puede ocupar ese “muy disputado territorio entre 1,65 y 1,70 metro”. Puede tener a 1949 como año de nacimiento, en común con su hacedor. Keith también puede preocuparse por su hermana Violeta, indefensa y fuera de control, igual que Amis admite que lo hizo con su hermana Sally, cuya muerte a los 46 años, en 1999, ayudó a oscurecer toda la paleta de la obra del escritor. Sin embargo, The Pregnant Widow sólo existe porque Amis se separó de su experiencia. Comenzó como “parte de una enorme novela abandonada”. Hace un par de años, este desnudo proyecto autobiográfico parecía “un cadáver”. “Me di cuenta, después de dos semanas de horror, habiéndolo abandonado, de que en realidad eran dos novelas”, dice. Después de la bisección, los jugos creativos comenzaron a fluir nuevamente. “Salir de la autobiografía fue de enorme alivio y libertad”, asegura Amis. Keith, que estaba construido para la novela, se convierte en un huérfano que debe trabajar para ganar el amor de una nueva familia. “Mientras que yo, para bien o para mal, soy el hijo de Kingsley Amis”, suelta el autor.

Después de su idilio en Italia, Keith pasa períodos de tiempo en lo que Amis llama “Larkinlandia”. Este desierto de soledad y frustración es llamado así en nombre del mejor amigo de su padre, el poeta Philip Larkin. Pero el mito sobre Martin Amis, hijo de uno de los más admirados novelistas británicos de posguerra, indica que disfrutó de esa plenitud tutto e subito que los jóvenes amigos de ficción buscan en el castillo. Según la leyenda, Amis el Casanova de bolsillo no tenía motivos para ver los bordes de Larkinlandia. Ex novias de la nobleza de los medios de comunicación todavía hacen cola para ganar un peso, o un titular, hablando de sus relaciones de hace mucho tiempo. Las viejas llamas crepitan y chasquean alegremente. Pero Amis conoce bien el escenario de Larkinlandia. En la novela, Keith aprende la melancólica verdad de que, en el amor como en cualquier otra cosa, el éxito alimenta al éxito; y el fracaso al fracaso. “Me sucedió a mí”, comenta Amis. “No es ningún secreto, tuve un época mala durante un año o dos, y luego salí con Tina Brown, que es muy alegre, linda y afectiva. Y eso cambió todo.”

The Pregnant Widow retrata un tiempo cuando las crecientes libertades habían profundizado, no apagado, el despótico poder de la buena pinta. En las intrigas de su pasado de lujuria en la Campagna, Keith, el desatado niño de 1949, va desde la sensata compañera de cama Lili hacia un torrente de deseo. Se desliza y pasa al lado de la elegante y “no me toques” belleza de Scheherazade, y luego por los oscuros, cavernosos encantos de Gloria, una enigmática y desarraigada escocesa. En lo que Amis llama este “mundo verde” separado para el ocio y el placer –un Decamerón, un Sueño de una noche de verano, un Así es, si os parece–, lugar de revelación y transformación, el autor puede volver a visitar “el clímax de juventud”. Su estilo se iguala al burbujeante y fanfarrón postadolescente de sus primeras novelas, El libro de Raquel y Niños muertos, con la mordaz reflexión de su trabajo en la madurez. Podría pensarse que The Pregnant Widow es el trabajo más comprometido históricamente que haya hecho Amis hasta el presente. Porque trata de aproximarse a una hoja de balance con los beneficios y pérdidas de la liberación sexual, especialmente para las mujeres. Muy rápido se lee que “cada adaptación dura y demandante les caía a las chicas... Los chicos podían seguir siendo chicos. Eran las chicas quienes tenían que elegir”.

El autor escribe desde dentro de esta revolución, y sólo hace alguna referencia a los crímenes “de vergüenza y honor” del viejo régimen patriarcal. Su foco está puesto en el daño hecho por el permiso más que la limitación: el ejemplo es “el completo destierro de la emoción –o incluso el significado– del ámbito de la habitación”. A pesar de los abusos (y autoabusos), Amis no tiene deseos de volver atrás el reloj erótico. “Todavía creo que esa revolución fue un logro heroico. Como casi siempre pasa con las revoluciones, no importa en qué terminaron. Quebrar la continuidad del pasado siempre es muy valiente. Y no fue valentía de los hombres, fue valentía de las mujeres. Creo que la esclavitud anterior fue infinitamente peor”.

Amis dice que, aunque él ya estaba bien encaminado, Gloria Steinem lo “convirtió completamente” al feminismo “en el transcurso de un día” a principios de los ’80. El feminismo de Amis, como el de Keith, tiene un cimiento práctico: la división de responsabilidades hogareñas en mitades iguales. “¡Tenerlo todo!”, ronca Amis. “La realidad de eso es hacerlo todo. Ellas hacen la mayoría de lo relacionado con los chicos, la mayor parte del trabajo en la casa, la mayor parte de la administración.” Sin las “partes iguales”, él teme que el feminismo se reduzca a “una acumulación incesante de poderes que no dan placer”. Y las revolucionarias de los ’70 no han podido asegurar esta base, desde la cual “todo lo demás le hubiera seguido”. En cambio, según él, cayeron en una ilusión “igualitaria” de una competencia sexual cabeza a cabeza. De modo lírico, grosero o ridículo (a veces todos al mismo tiempo), las charlas de sexo del libro capturan el momento cuando la emancipación significó, para algunas mujeres, “actuar como hombres”. En esa disputa, advierte Amis, los hombres biológicos siempre ganarán. La mayoría de las mujeres “se dio cuenta bastante rápido de que el modelo del comportamiento de los chicos no funciona” para ellas. En la novela, o sea a los ojos de Amis, el error máximo en el campo de la sexualidad no está en ninguna clase o frecuencia de comportamiento. Está en la negación de lo que es uno mismo: “El gran pecado es salirse de la naturaleza propia: el gran error”. En ese punto, los hombres convencen y hasta obligan a las mujeres a “ir de la mano del espíritu de los tiempos”. Y en los ’70, ese espíritu, según lo presenta Amis, tendía a dejarlas secas. Como una distopía sexual, The Pregnant Widow se acerca en varios puntos a las novelas de Michel Houellebecq, como Las partículas elementales y Plataforma. Y qué buena dupla que harían estos dos.

En la novela, la hermana de Keith, Violeta, siempre está en problemas: es la hija lastimada de la revolución. Inocente, dependiente, abusada en cuerpo y espíritu, es el fantasma aullante de la fiesta de amor. Amis no asegura nada con respecto a la semejanza entre la Violeta de ficción y la real Sally, adicta, depresiva y muerta a los 46. “La violencia contra la mujer es de lo que más me preocupo”, dice su hermano. “Si alguien dice que fue por lo que le pasó a mi hermana, no estaría muy errado. Uno no necesita tener una hermana como la mía para estar en contra del maltrato a la mujer, pero sí le da al tema inmediatez y urgencia.” Amis dice que “éste era el momento” para escribir acerca de su hermana. “Ella iba a tener que batallar en cualquier sociedad, pero la revolución sexual formó el escenario para ésta. Quizá la única sociedad en la que ella podría haber florecido hubiera sido una muy estricta: el Islam, por ejemplo.” Puede que los lectores recuerden las controversias anteriores de Amis sobre fe y política, cuando las acusaciones de antiislamismo volaban alrededor de la cabeza del escritor. “La austeridad y las demandas que te hace esa religión... Y ella tenía muchos impulsos religiosos.”

¿Qué hay de la ética de esta transferencia a la ficción? “Una vez la rescaté de una situación terrible –recuerda él– y pagué lo que era necesario para sacarla de ella, la llevé a casa y la remendé. Ella me miró y sé que quería agradecerme, estaba pensando en cómo hacerlo. Por lo general, ella les agradecía a los demás por tener sexo con ellos. Pero ella simplemente dijo: ‘Escribí sobre mí, Martin. Podés decir lo que quieras. No me importa’. Quizá sin eso que me dijo no habría podido hacerlo. Se la veía tan lúcida como nunca en su vida, me recordó mucho a cómo se veía tras la muerte de Kingsley, mirando realmente a su futuro, o algo.” Después de su muerte, “tuve una especie de crisis nerviosa...”, dice Amis. “Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que había sido eso.” ¿El resultado de la culpa? “Fue la tristeza del hecho. Ciertamente que había una porción de culpa. No hice por ella tanto como mi hermano, ni mucho menos como lo que hizo mi madre. Ni parecido a lo que hizo Kingsley. El siempre estaba camino a las guardias de hospitales y a veces fui con él. Pero yo no podía soportarlo”. En la novela, el Keith en plena expedición trata “de no pensar” en Violeta. “Es lo que hice yo”, continúa Amis. “No podía soportar verla. Estuve muy unido a ella de chico. Estuve ahí al principio y al final. Y probablemente no lo suficiente en el medio.”

En estos días, el autor se preocupa menos acerca de la muerte del talento relacionado con la edad que lo ha irritado en años recientes. Ver el lento y triste final de amigos como Saul Bellow, el gran maestro de la juventud de Amis, le dejó un horror sobre los últimos actos del escritor que se apagaba. “Simplemente pensaba: muchas gracias, ciencia médica. El cuerpo vive más que el talento. Así que tenemos eso para perseguir.” Amis continúa: “Ahora estoy más calmado acerca de eso, pero es algo en lo que no se puede evitar pensar. Hablo mucho sobre eso con Ian McEwan. El dice que lo que hay que hacer es ajustar la escala. Intentar cosas más chicas. No siento eso en este momento. Me siento lleno de palabras después de haber pasado un muy buen momento con este libro.” ¿Puede retirarse un novelista? “El tema es que entonces la vida sería muy deprimente. Al final, cuando Kingsley estaba medio loco, mi madre decía: ‘Me gusta el sonido de tu máquina de escribir’. Era una máquina de escribir mecánica, con la tecla ‘s’ casi partida al medio por sus uñas con el paso de los años. Pero la busqué el otro día y lo único que él había escrito era ‘gaviotas gaviotas gaviotas’.” ¿Como en El resplandor? “Sí, todo trabajo y nada de diversión. Sí, como El resplandor. Pero aun así, él necesitaba hacerlo. Es que éste es el amor de tu vida. Es lo que querés hacer mientras crecés. Nada es tan absorbente ni tan satisfactorio.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.