ADVERTENCIAS A MÍ MISMO

En el centenario del nacimiento de Norman Mailer

sábado, 7 de diciembre de 2013

Comenzará el año cortaziano

Los días en que empezaba todo

Hundida durante tantos años en un pantano de censuras, listas negras, hogueras y prohibiciones, la imagen de Cortázar reconocido y abrazado por una muchedumbre en diciembre de 1983, resume de algún modo el triunfo de la libertad y de la memoria sobre la torpeza de una dictadura ignorante.
Ezequiel Martínez

¡ESTA CORTAZAR! Una escena que transmite el clima de efervescencia que se vivía a partir de la recuperación de la democracia.

Ocurrió el 4 de diciembre de 1983. Oscurecía cuando Julio Cortázar salió de un cine sobre la avenida Corrientes, donde había ido a ver No habrá más penas ni olvido, basada en la novela de su amigo Osvaldo Soriano. Llevaba menos de una semana en Buenos Aires, casi de incógnito, después de una década de ausencia forzosa. Al salir del cine, la avenida estaba bloqueada por una manifestación a favor de los derechos humanos. Entonces sucedió lo que sigue, según el testimonio del periodista Carlos Gabetta en el libroCortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar de Diego Tomasi, que acaba de editar Seix Barral: “Había cantos, gritos, tambores, y en medio de esos sonidos se filtraba una especie de relámpago. Era el flash de la cámara de un fotógrafo que había reconocido la figura del barbudo escritor de casi dos metros. Entonces los flashes se multiplicaron, y la marcha se detuvo. Dice Gabetta: ‘Muchos empezaron a acercarse para saludarlo a Julio. Gritaban ¡Está Cortázar!, y se le tiraban encima. Empezaron a abrazarlo, a besarlo. ¡Julio, volviste!, le decían. Cantaban ¡Bienvenido, carajo! Entraban a las librerías a buscar libros de él, y se los traían para que él los firmara. Hasta hubo una persona que le trajo uno de Carlos Fuentes, porque no quedaban más de él. Yo lloraba, apoyado contra la pared del cine’”. 
Si me piden una escena que transmita el clima de efervescencia que se vivía hace exactamente tres décadas a partir de la recuperación de la democracia, me quedo con ésta. Hay muchísimas otras, por supuesto. Pero en el plano de la cultura, hundida durante tantos años en un pantano de censuras, listas negras, hogueras y prohibiciones, la imagen de Cortázar reconocido y abrazado por una muchedumbre, resume de algún modo el triunfo de la libertad y de la memoria sobre la torpeza de una dictadura ignorante (cómo olvidar aquella anécdota que cuenta que un funcionario de la Aduana confiscó un ejemplar tituladoManual de cubismo, por considerarlo una guía doctrinaria de la Cuba de Fidel Castro. La historia, aunque no sea cierta, se antoja absolutamente verosímil).
Hubo muchos días así, en los que empezaba a recuperarse todo. Días valientes que ya asomaban desde las páginas de la revista Humor o en los escenarios de Teatro Abierto; y después, días para empalagarse haciendo colas interminables para ver, escuchar o leer a muchos de los que los militares habían callado o habían expulsado; días más tristes, como aquel en que la intolerancia de algunos retrógrados fue a tirar piedras en la puerta del Teatro San Martín donde Darío Fo (que años más tarde recibiría el Premio Nobel de Literatura) representaba Misterio Bufo. Días en los que se cruzaban debates sobre los que se quedaron y los que se habían ido. Días para reacomodar los sentidos a ese relámpago de voces e ideas sin mordazas, después de tanto oscurantismo.

martes, 26 de noviembre de 2013

'EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO' MARCEL PROUST

UN SIGLO DE UN CLÁSICO

Penúltimos libros sobre Proust y 'En busca del tiempo perdido'

Por:Winston Manrique Sabogal12/11/2013
Hace un siglo Marcel Proust tuvo que pagar de su bolsillo la edición de Por el camino de Swann, que se convertiría en el primero de los 7 volúmenes de En busca del tiempo perdido. Después llegarían los elogios, Gallimard, que lo había rechazado, quiso publicar la segunda parte y todo el ciclo novelístico completo, luego se sucedieron las reediciones, las traducciones y otros autores y expertos publicaron libros sobre esa extraordinaria pieza literaria de Proust. Así, En busca del tiempo perdido se ha convertido casi en un subgénero editorial. Una prueba es este centenario en España: además de las reediciones de la obra como tal, han coincidido otros títulos que funcionan como planetas o satélites del sol proustiano. Los siguientes son algunos de esos libros:
Proust-el-almuerzo-hierbaMarcel Proust. El almuerzo en la hierba. Selección de pensamientos de En busca del tiempo perdido. Por Jaime Fernández. Traducción de María Teresa Gallego y Amaya García. (Hermida Editores)
Más de medio centenar de conceptos clave en la obra de Proust y su registro en cada uno de los siete volúmenes. Una especie de evolución o desarrollo de ideas como celos, tiempo, relaciones sociales, literatura, belleza, verdad, judíos, duplicidad, memoria, amor... Es la parte más ensayística de En busca del tiempo perdido, la mirada sociológica o filosófica y, claro, íntima o de introspección del autor francés. Una gran lección de literatura y vida.

Proust-lamemoria-recobradaMarcel Proust. La memoria recobrada.Textos de Mireille Naturel. Traducción Elisenda Julivert (Plataforma Editorial). Un regalo. Eso es este libro de gran formato con fotos familiares o alusivas a los seis temas abordados que cuentan la vida de Proust o remiten a pasajes de la novela. Los capítulos son: El caleidoscopio de una vida, Retratos en palabras e imágenes, Los placeres y los días, Sobre la lectura, Los perfumes, los colores y los sonidos se responden y La obra como un vestido. Un bonito acercamiento visual, literario y biográfico.


Proust.enbuscadeltiempo-perdidoEn busca del tiempo perdido
 (estuche 7 volúmenes) Marcel Proust. Traducción de Carlos Manzano (RBA). Las varias miles de páginas de esta novela en la traducción de Carlos Manzano y su respetuoso trabajo por transmitir el lenguaje culto del francés de la época que era el de Proust. Es una de las traducciones después de muchos años de la hecha por Salinas.




Proust_beckettProust. Samuel Beckett. Traducción de Juan de Sola (Tusquets). Textos escritos por el autor irlandés en 1931, ya entonces él expresó su enorme interés por Proust. Los artículos se convierten en un camino de doble vía entre los dos escritores. "La memoria involuntaria, no obstante, es una maga díscola que no admite presiones", escribe Beckett.





Proust-valdemarEn busca del tiempo perdido (estuche en 3 volúmenes) Marcel Proust. Edición de Mauro Armiño (Valdemar). “Un texto con un estilo tan peculiar y definido como el de Proust es un ejercicio que pone retos a la estructura del español y de la ficción española, más dada al realismo y a la superficie externa”, ha dicho el traductor, Mauro Armiño, de esta empresa que fue para él esta novela que tituló: A la busca del tiempo perdido.



Proust-monsieur-proustMonsieur Proust. Céleste Albaret. Introducción de Luis Antonio de Villena. Traducción de Esther Tusquets y Elisa Martín (Capitan Swing). La vida del escritor francés a través de los recuerdos de quien fuera ama de llaves, amiga y enfermera suya los últimos nueve años. Un retrato sincero y conmovedor, a veces, y complementario a su obra cumbre. "Él mismo reconocía que había tenido mucha suerte con sus compañeros del Liceo Condorcet de París. Incluso cuando su juicio no era benévolo con lo que algunos habían llegado a ser, siempre añadía:
- Si me paro a pensarlo, Céleste, creo que formábamos una pandilla  estupenda".


Proust-el-abrigo-de-proustEl abrigo de Proust
Lorenza Foschini. Traducción de Hugo Beccacece (Impedimenta). "Este no es un relato imaginario. todo lo que se consigna en él ocurrió en realidad", esta es la premisa con que se abre este libro que crea un mosaico sobre la vida de Proust. Una historia bibliófila en la que el autor busca hacerse con el abrigo de nutria de Proust y que usaba como manta mientras escribíaEn busca del tiempo perdido.




sábado, 23 de noviembre de 2013

ELENA PONIATOWSKA, la última ganadora del Cervantes

Premiada. Elena Poniatowska sonríe ayer en su casa en el Distrito Federal. “Es para los periodistas”, dijo. AFP

Los huéspedes del hotel frente a la Feria de Guadalajara se apretujaban en el ascensor a la hora pico, el desayuno. Entre los pasajeros –cuenta la escritora colombiana Laura Restrepo– bajaba, petisita, Elena Poniatowska. Y también Pilar Reyes, editora de Alfaguara. “¿Cómo dormiste, Elenita?”, preguntó Reyes. Y Elena contestó que mal, que se quedó despierta hasta las 4. ¿Por qué? “Me quedé viendo una peli interesante, muy rara, nunca había visto algo así”. ¿De qué película se trataba? “Las hermanitas anales”, contestó Poniatowska, como si no fuera una porno, como si estuvieran solas. “Y con ese tono de princesa rusa”, dice Restrepo, comentó: “Muy interesante. Me quedé hasta el final para ver el desenlace.” Poniatowska ya había pasado los 70, ya había ganado el Premio Alfaguara, ya había escrito algunas de las grandes crónicas de América latina. Todavía no le habían dado el Cervantes, el premio mayor de las letras en castellano. Eso le pasó ayer. Seguro que tampoco durmió anoche.
En Madrid, el jurado dijo que la distinguían “por su dedicación al periodismo y su firme compromiso con la Historia contemporánea”. Es que Elenita –le dicen “Elenita”, “Poni” y “la princesa roja”– ha dejado huella en el terreno de la no ficción. Tiene 40 libros pero cuando se dice su nombre, se disparan como flechas al corazón dos títulos: Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco. El primero (1969) lo hizo a partir de una serie de entrevistas con Josefina Bórquez, una lavandera que, en la Revolución Mexicana (1910), supo ser una soldadera, una de las mujeres que se subieron a los trenes y fueron a pelear. Miércoles de charlas y, cuenta la leyenda, de aprender con las manos el lavado de sábanas y el olor de la calle. El libro mira el pasado y el presente con los ojos y con el lenguaje de Josefina, que en la ficción se llama Jesusa. Mexicano profundo, a veces difícil de entender en otros castellanos.
La noche de Tlatelolco empezó el 2 de octubre de 1968, cuando dos amigas de Elenita llegaron desesperadas a su casa: el gobierno había reprimido una manifestación de estudiantes, profesores, amas de casa y obreros en el barrio de Tlatelolco. La sangre manchaba las paredes, había agujeros de ametralladora y hasta hoy no se sabe cuántos fueron los muertos, aunque se piensa que alrededor de 200. Poniatowska fue al día siguiente, encontró zapatos amontonados. Buscó testimonios, los escribió. “Es la ventaja de ser chaparrita. La gente me platica todo, porque me sienten como acojinadita y me cuentan todo”, le dijo hace tiempo a la revista Gatopardo. Los testimonios –políticamente incorrectos– no siempre son lo que uno espera leer, por eso son tan valiosos.
Es lindo decir que Elena Poniatowska nació princesa. Ese título le dieron cuando llegó al mundo en París en 1932, con el nombre de Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski –de la familia del rey Estanislao II Poniatowski de Polonia— y de María de los Dolores (Paula) Amor de Yturbe. Cuando tenía 10, corrida por la Guerra, la familia se fue a México. Allí creció, allí se hizo –como pone en su perfil de Twitter– “más mexicana que el mole”.
Allí, cuenta la leyenda, aprendió a hablar castellano con las mucamas y estudió en escuelas buenas y se hizo periodista, se casó, escribió. Su lista de amigos saca el aliento. Por ejemplo, una de las últimas cosas que escribió Juan Rulfo fue una dedicatoria de Pedro Páramopara ella: “Días antes de mi muerte, Juan Rulfo”, decía. Era verdad.
Ayer, cuando la entrevistaban por el Cervantes dijo que “es un premio para ustedes, para los periodistas, porque yo siempre estoy de este lado de la barrera (del de la prensa)”, y que de ese trabajo ha aprendido el valor de “la modestia” porque ejerciendo “te va de la patada la mayor parte del tiempo y, aquí (en México) te matan, además”.
Es la cuarta mujer en recibir el Cervantes. Ayer dijo que quiere usar los 125.000 euros del Premio para hacer una fundación que cuide sus papeles, sus cartas con Octavio Paz, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes y otros. Que se quedó azorada con el Premio y que esta vez la noticia por teléfono la sacó del plácido sueño.

DORIS LESSING


Murió la autora que combinó épica femenina con literatura
La primera impresión ante la muerte de Doris Lessing es de rabia. Cuando se muere un escritor o un artista, se descabala un pedazo de éste ya mal cosido mundo y el lector se siente huérfano. El fallecimiento de Doris Lessing, que se produjo ayer en su casa de Londres, a sus 94 años y “en paz”, según su agente literario, no atenta contra la lógica de la expectativa de vida, aunque al lector le sepa injusto.
Escribió decenas de cuentos con una pericia poco usual, incursionó en la ciencia ficción, y se despachó con unas cincuenta novelas en las cuales no tuvo pudor en poner, ficcionalizada, mucho de su autobiografía.
El cuaderno dorado es considerado por los críticos su mejor libro; publicado en 1962, hoy se sigue imprimiendo. Constituyó una exploración sobre la vida de las mujeres que decidieron comprometerse o no en el matrimonio y criar hijos, pero ansiaban poder elegir sus propios trabajos y su vida sexual. Aparecen situaciones tabú para el momento: habla del orgasmo, la menstruación o el colapso emocional. No obstante, Lessing estuvo en desacuerdo con la idea de que existe una “literatura femenina” o con que las mujeres poseen una bondad innata que derramarían sobre los suyos cuando llegaran al poder. De aquí cierta crítica al ultra feminismo: “ Tengo la sensación de que la guerra de los sexos no es la guerra más importante que hay ”. En 1994, agregó: “Las cosas cambiaron para los blancos, para las mujeres de clase media, pero nada cambió para quienes están fuera de estos grupos sociales”.
Lessing fue marxista, anticolonialista, antirracista, feminista, antistalinista, por ende decepcionada del comunismo, y todo fue a sus libros: construyó una literatura difícil para el establishment literario y político durante los ’50 y ’60. Británica de nacimiento, vivió en África su infancia y juventud. Esa experiencia se volcó en libros comoMartha Quest y Memorias de una sobreviviente y le valieron, desde 1956 a 1995, ser persona no grata con entrada prohibida a Rodesia (hoy Zimbabwe) por sus duras críticas al apartheid.
Lessing no era una escritora tranquila, sino una mujer con una pasión incesante. Aunque el mercado editorial juguetee con la idea de que el escritor es como una estrella de la farándula, de opiniones “frívolas”, Lessing no se andaba con chiquitas. De Tony Blair dijo: “Es un hombre pequeño, en todo el sentido de la palabra”. Lo responsabilizaba, junto a George Bush, de iniciar y sostener la guerra de Irak. Coherente, rechazó en 1977 el ofrecimiento del Gobierno Británico para convertirse en Lady. Consideró que hubiera sido hipócrita aceptar y envío una carta que decía: “Cuando era joven, hice lo mejor para deshacer ese poquito del Imperio Británico en el que yo estaba: la vieja Rodesia del Sur”.
En 2001, Doris Lessing recibió el premio Príncipe de Asturias, lo cual puso en circulación muchos libros suyos que aun no habían sido traducidos al español. En 2007 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, en donde fue presentada como la gran escritora sobre el rol de la mujer en el siglo XX. Como ocurrió con otras ganadoras mujeres, como Elfriede Jelinek y Hertha Müller, su nombramiento cosechó más rechazos que congratulaciones: J.M. Coetzee y Harold Bloomb estuvieron entre los detractores, aunque el ensayista Christopher Hitchens la elogió.
En el discurso de recibimiento del Nobel, aconsejó a los nuevos autores: “A los escritores se les suele preguntar: ¿Cómo escribes? ¿Con un procesador de texto? ¿Con máquina de escribir eléctrica? ¿Con pluma de ganso? ¿Con caracteres caligráficos? Sin embargo, la pregunta fundamental es: ¿Has encontrado un espacio, ese espacio vacío, que debe rodearte cuando escribes? A ese espacio, que es una forma de escuchar, de prestar atención, llegarán las palabras, las palabras que pronunciarán tus personajes, las ideas: la inspiración. Si un determinado escritor no logra encontrar este espacio, entonces los poemas y los cuentos podrían nacer muertos”. Muchos escritores que recién empiezan, explicaba Lessing, son deslumbrados por los brillos de la publicidad y descuidan este espacio vacío imprescindible para la escritura. “Nosotros, los mayores, quisiéramos susurrar a esos oídos inocentes. ¿Aún conservas tu espacio? Tu espacio único donde puedan hablarte tus propias voces, sólo para ti, donde puedas soñar. Entonces, sujétate fuerte, no te sueltes”, reflexionó.
A Doris Lessing le incomodaba la fama. Tuvo un ACV poco después de la exposición que implicó el Nobel y en 2008 dejó de escribir. Anunció: “Se detuvo; no tengo más energías. Esta es la razón por la que le digo a los más jóvenes: no imagines que lo vas a tener por siempre. Aprovechálo mientras lo tengas porque un día se irá; es algo que va deslizándose lejos, como el agua cuando se escabulle hacia un agujero sin tapón”.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Cien años del nacimiento de Albert Camus


¿Camus, filósofo? En todo caso “un filósofo para alumnos de bachillerato”, se burlaron en su día los detractores. Hoy sigue siendo la opinión de no pocos académicos. En efecto, como señaló Sartre desde la primera hora (ni siquiera se conocían personalmente aún) “Camus pone cierta coquetería en citar textos de Jaspers, de Heidegger, de Kierkegaard, que por otra parte no siempre parece entender bien”. ¡Tocado! En “El mito de Sísifo”, añado yo, repite el tópico de un Schopenhauer indecente predicando el suicidio ante una mesa bien servida: pues bien, Schopenhauer no recomendó el suicidio, todo lo contrario. Ese tipo de erudición no es lo suyo, lo cual no le descarta como pensador como aclara el propio Sartre de los buenos tiempos: “Sus verdaderos maestros son otros: el contorno de sus razonamientos, la claridad de sus ideas, el corte de su estilo de ensayista y un cierto tipo de siniestro solar, ordenado, ceremonioso y desolado, todo anuncia un clásico, un mediterráneo”. Más tarde también Czeslaw Milosz, que le estaba agradecido por ser uno de los poquísimos intelectuales que le acogió bien cuando huyó del comunismo, le defendió contra la acusación común de que carecía de doctorado filosófico: “Pero, en primer lugar, ¿qué se entiende por filosofía? Para algunos, como Camus, la filosofía exige una alimentación casi carnal y se rehúsan a hablar de las cosas que no tocan por sí mismos”.
¿Por qué escribes novelas o dramas teatrales?”, pregunta la filosofía; y Camus responde: “Para vivirte mejor…
Entonces ¿era o no era filósofo? Digamos que fue un espontáneo que saltó al ruedo de la filosofía sin llevar nada más que su hambre vital de voyou argelino y la vergüenza torera de no aceptar una existencia irreflexiva. El capote con que dio sus primeros pases en esa faena improvisada (“El mito de Sísifo”) fue el absurdo, mucho más que una palabra y algo menos que un concepto. El absurdo no es el sinsentido del mundo, sino la falta de sentido en un mundo que nosotros –los inventores y huérfanos del sentido- reclamamos que lo tenga: “El hombre se encuentra ante lo irracional. Siente en sí mismo su deseo de felicidad y de razón. El absurdo nace de esa confrontación entre la llamada humana y el silencio sin razones del mundo”. El absurdo no es un dato elemental sino un divorcio: la demanda de los hombres y la callada por respuesta del universo, un amor imposible. La peculiaridad del absurdo es que deja der serlo si lo aceptamos como tal: es un pensamiento inaceptable y sólo si no lo aceptamos, si nos sublevamos contra él, podemos pensarlo. No es una idea, ni mucho menos una doctrina, ni siquiera algo que pueda explicarse en el aula, como las categorías de Aristóteles o la dialéctica trascendental de Kant. El absurdo… ¡eso hay que vivirlo! Tal como decimos de otros padecimientos. Por eso se presta mejor a la narración que al tratado. Pero se equivocan quienes expulsan a Camus del jardín de la filosofía, porque sin la filosofía no se entienden ni se justifican sus ficciones, que son el modo que utiliza para hacerla comprensible. “¿Por qué escribes novelas o dramas teatrales?”, pregunta la filosofía; y Camus responde: “Para vivirte mejor…”.
Para Camus, la democracia –despreciada por los revolucionarios y por Sartre- tiene el gran mérito de solicitar modestia: nadie puede zanjarlo todo por sí mismo, hace falta el consejo de otros y el acuerdo
Intelectualmente el absurdo es un callejón sin salida aunque la vida consiste precisamente en hacer como si la tuviera. El muro que nos cierra el paso es infranqueable, pero nosotros pintamos voluntariosamente una puerta en él y la puerta se abre…o al menos nos permite imaginar que se abre y salimos por ella. De esa puerta pintada en el muro de la realidad, imposible pero irrenunciable, es de lo que habla “El hombre rebelde”, donde por segunda vez el espontáneo Camus se echa al ruedo de la filosofía. La primera faena se la perdonaron como una manifestación de simpática inexperiencia, pero por esta otra ya fue seriamente sancionado por los comisarios de la plaza. “Me rebelo, luego somos”: ¿habrase visto mayor atrevimiento? Sublevarse entonces no es una consecuencia histórica de la solidaridad, sino que la solidaridad nace a partir de la individualidad que se subleva por impulso metafísico. El ser humano se rebela y al hacerlo descubre la humanidad que le vincula a los demás. Los dogmáticos de la revolución comprendieron que ésta, violenta y totalitaria, forma parte del muro de la realidad contra el que se insurge el rebelde. “Los hombres mueren y no son felices”, resume Calígula. Pero cada hombre puede rebelarse contra lo que impone la muerte y la infelicidad, descubriendo así su camaradería con los demás. Y esa rebelión no es simple grandilocuencia, sino búsqueda de soluciones políticas, es decir, contra el estado de guerra que exige mantenerse en el odio. Para Camus, la democracia –despreciada por los revolucionarios y por Sartre- tiene el gran mérito de solicitar modestia: nadie puede zanjarlo todo por sí mismo, hace falta el consejo de otros y el acuerdo. Rebelarse contra la infelicidad del terror exige evitar el absolutismo decapitador de los principios y a menudo atenerse a los matices, a las medias tintas: ¡qué bien comprendemos hoy, tras las contradicciones de las primaveras árabes, la actitud tentativa y fluctuante de Camus ante el conflicto de Argelia a finales de los años cincuenta!
En Youtube puede verse una breve filmación de Albert Camus en la que, con una sonrisa y aire de pillo, finge ante la cámara muletazos sin toro ni muleta. Es un espontáneo, el maletilla que aspira a la gloria. O que ya la conoce: “Comprendo aquí lo que se llama gloria: el derecho de amar sin medida” (Bodas).

miércoles, 23 de octubre de 2013

LOS LIBROS DE ARIEL DORFMAN




“Todos estos libros exploran la búsqueda de la esperanza”

La muerte y la doncella, pieza teatral de 1990 luego filmada por Polanski, inaugura esta serie de seis títulos del escritor chileno. Dorfman dice que con su obra buscó “forzar a un país que prefiere esquivar la polémica de plantearse una serie de interrogantes incómodos”.





 Por Silvina Friera

Una obra trasciende el horizonte imaginado por su creador cuando siembra interrogantes incómodos y explora los itinerarios de personajes que se atreven a romper con las circunstancias dramáticas de su tiempo. Como la memorable Paulina Salas de La muerte y la doncella y su imperiosa necesidad de justicia –exacerbada a través del cruce fortuito con el presunto torturador que la violó hace más de diez años–, durante la cruda y dolorosa transición chilena a la democracia. Esta excepcional pieza teatral escrita en 1990 y filmada por Roman Polanski inaugura la Biblioteca Ariel Dorfman, seis títulos que a partir de mañana se publicarán cada quince días, integrada además por las novelas Konfidenz (3 de noviembre), Terapia (17 de noviembre), Viudas (1º de diciembre) y Máscara (15 de diciembre) y la primera parte de las memorias del escritor chileno, Rumbo al Sur, deseando el Norte (29 de diciembre). “¡Tener una sola biblioteca! –exclama Dorfman–. No parece ser una aspiración tan difícil de cumplir, pero –debido a los múltiples exilios que mi mujer Angélica y yo hemos sufrido– resulta que nuestra colección de libros se encuentra inevitable y dolorosamente dividida, con una parte en Santiago y otra en Durham, Carolina del Norte, donde vivimos la mayoría del tiempo. Que ahora exista, entonces, una unitaria Biblioteca Ariel Dorfman publicada por Página/12 nos produce una insólita alegría.”
Al revisar estos seis libros, Dorfman traza una serie de continuidades. “Todos exploran la búsqueda de la esperanza, por mínima que sea, en un mundo regido por poderes arbitrarios; todos señalan lo arduo que es el trabajo precario de la memoria individual y colectiva; todos enfatizan las tentaciones y debilidades de quienes resisten, rechazan la mentira heroica y la sustituyen por una mirada implacable en un espejo perverso; todos cuestionan las trampas y las glorias de la identidad unívoca; y todos reiteran que sin el amor estamos perdidos. Pero también me llama la atención cuán diferentes son entre sí cada uno de estos libros, de qué manera quieren escapar del encasillamiento fácil, no dejarse atrapar por la repetición –plantea el escritor–. Acechados por la muerte, mis libros son, sin embargo, juguetones y experimentales, devotamente dedicados a provocar a los lectores, a sorprender a sus propios personajes, buscando siempre una estructura y un lenguaje que no se asocian habitualmente con la literatura de temas políticos.”
–La muerte y la doncella mete el dedo en la llaga de la impunidad. ¿Cómo fue la escritura de esta obra, que podría ser leída como una “respuesta” a la polémica que desató, en la década del ’90, el Informe Rettig?
–Cuando Angélica y yo volvimos a Chile en 1990 para lo que creíamos sería un retorno definitivo, la Comisión Rettig estaba recién comenzando sus investigaciones. De hecho, la obra se estrenó antes de que la Comisión emitiera su informe. Más que “respuesta”, por tanto, anticipa una polémica posible. Pero es cierto también que la existencia misma de la Comisión me dio una clave fundamental para la obra. Durante años había estado tratando de escribir una novela con el tema de una mujer que, torturada y violada por un doctor que trabaja para la dictadura, busca hacer justicia por su propia mano. Pero no comprendí, la historia no me había ofrecido todavía, la identidad del marido de esa mujer y fue así que, por mucho que me empecinara, aquella narración no me salía. Al entender finalmente que esa tragedia ocurría durante la transición y no durante los años de Pinochet, y que el marido de la protagonista debía ser el abogado que investigará a los muertos pero no a los sobrevivientes, se me hizo claro y urgente el relato. Por cierto que mis simpatías centrales están con Paulina y las otras víctimas, pero también quise complicar la problemática, trastornar a los espectadores, forzar a un país que prefiere esquivar la polémica a plantearse una serie de interrogantes incómodos: ¿qué territorio atroz compartimos con los represores más viles?, ¿debemos buscar la justicia, aunque signifique destruir la paz social?, ¿por qué son siempre las mujeres las que tienen que callarse, sacrificarse, joderse por la causa?, ¿cómo es posible que mi enemigo ame la misma música maravillosa que amo yo?, ¿qué hago cuando la persona que más quiero me traiciona, aduciendo el bien común?
–“No estoy inventado esta historia –dice el narrador de Konfidenz–. La estoy descubriendo, paso a paso, igual que un lector, quizás una lectora, y no a la manera de alguien que sabe de antemano lo que va a pasar y puede determinar el curso de los acontecimientos a su antojo.” El texto es un diálogo abierto entre autor y lector, a la manera en que Cortázar planteaba la necesidad de un lector activo, ¿no?
–Me encanta que mencione a Julio Cortázar. Además de tener una influencia fundacional en mi estética, tuve la suerte de que fue gran amigo mío y de Angélica, como un hermano mayor nuestro. Nos dio su amparo y compañía en momentos muy difíciles, y no siempre el genio literario se acompaña con tanto calor humano y decencia (¡y sentido del humor!). Entre las cosas que Cortázar nos enseñó, justamente, es que al lector, a la lectora, hay que traerlos como cómplices y testigos y co-creadores, no hay que mirarlos en forma paternalista o pasiva; se arrepintió de llamar tal actitud “hembra”. En el caso de Konfidenz se me impuso un narrador que es incapaz de salvar a la pareja de amantes, un observador que se encuentra en la extraña posición de tener menos control sobre esas dos vidas que otro personaje, un hombre que empieza por esconderse entre las sombras y que lentamente va tomando cuerpo, interviniendo en la acción para determinarla. Esto me permitió, entre otras cosas, subvertir la novela de espionaje, transformando al narrador mismo en un voyeur, un ser tan zarandeado por la historia violenta como los personajes que supuestamente ha ido creando. Con eso de que la historia no es inventada quise sugerir que situaciones similares –una mujer que entra en una habitación de hotel para responder a una llamada telefónica de un hombre que sabe todo acerca de ella, pero que ella nunca conoció, mientras afuera acecha la guerra y la represión– se repiten a lo largo de nuestro siglo desafortunado. Deploro, entonces, que estos amantes tuvieran la mala suerte de nacer en tiempos de desolación. La incertidumbre y fragilidad del narrador se ve aumentada por las variaciones ficticias, los enredos en que nos envuelve el protagonista de nombre fugaz y efímero, con sus sueños imposibles de una mujer ideal que prometió encontrarlo algún día en la dura realidad de París, donde, no olvidemos, vivirá décadas más tarde el Gran Cronopio, cuya tumba en Montparnasse siempre visitamos.
–Viudas refiere a los desaparecidos chi-lenos, a los cadáveres que trae el río, aunque esté ambientada en un período indefinible de Grecia, en el siglo XX. ¿Esta es la primera formulación de que las desapariciones son crímenes que no dejan de suceder?
–Creo que hay otras novelas que hablan de las desapariciones, y las denuncian, pero Viudas fue la primera que pronosticó que los cuerpos no iban a permanecer ocultos, que saldrían de los ríos y los socavones y la memoria y la culpa y la esperanza. La concebí antes de que aparecieran los primeros cadáveres en la mina de Lonquén, casi como una profecía. Ahora, como en el caso de Konfidenz o Máscara, no quise que la obra, a pesar de su tema de actualidad y su raíz en Chile y los otros países del Cono Sur que sufrían aquel ultraje, fuera de corte realista, sino un juego de espejos en que nuestra triste experiencia y nuestra lucha tan tenaz por recuperar los cuerpos y la memoria se vieran reflejadas en otros avatares. El uso de la distancia geográfica y temporal –Dinamarca y Grecia– me permitió romper con lo factual, escribir no lo que había pasado (la desaparición), sino lo que yo juré que iba a pasar: los cuerpos traídos de vuelta a la vida por las madres y las viudas y las esposas. Siempre estoy escribiendo el futuro. Estoy repitiendo palabras que pongo en boca de otro “personaje” mío: en La otra muerte de Pablo Picasso, una obra teatral que no se ha estrenado aún en América latina, dice el gran pintor español: “Sólo pinto lo que no existe todavía, el futuro es lo único interesante”.
–Un tema que usted plantea es la vergüenza como sentimiento desgarrador del sobreviviente en Rumbo al Sur, deseando el Norte. ¿Cómo ha enfrentado la sociedad chilena esta cuestión crucial?
–Entiendo que cuando menciona la vergüenza a lo que se está refiriendo es al complejo de culpa que persiste entre los sobrevivientes de una catástrofe. Rumbo al Sur... empieza con la siguiente frase: “Si estoy contando esta historia, si la puedo contar, es porque alguien, muchos años atrás en Santiago de Chile, murió en mi lugar”. Por una cadena de casualidades improbables, pero ciertas, no me llevó la muerte durante el golpe de Estado de 1973. Estas memorias rastrean no sólo los acontecimientos, cómo me buscaban, cómo me escondieron, cómo tomaron presa a Angélica, cómo logró engañar ella a la policía secreta de Pinochet, sino la psicología más profunda de una conciencia a la intemperie. Lo fundamental para mí en este libro era no mentir: contar descarnadamente mis temores, mis debilidades, mi trayectoria revolucionaria, mis sueños incumplidos, mis ilusiones, mi amorío con dos idiomas, mi decisión de partir al exilio. El libro tuvo un gran éxito en todo el mundo, excepto, claro, en Chile. Tal vez porque la sociedad chilena –o una gran parte de ella, la que tiene poder económico e intelectual– no quiere enfrentar su propia culpa, su propia responsabilidad. O tal vez mi deseo de no mistificar el pasado se vio como un desafío o una provocación. Se me ocurre que esto ahora va cambiando. La conmemoración de los cuarenta años del golpe parece haber marcado un hito, por fin se está echando luz en los rincones más oscuros del corazón de Chile. Incluso algunos personeros pinochetistas han pedido perdón. Falta por ver si tales autocríticas son auténticas, si se traducen en acciones efectivas por cambiar la conducta. Para dar un ejemplo: yo les creería a los militares que se lamentan de sus “excesos” si devolvieran todos los espacios públicos usurpados durante la dictadura. Les creería a los empresarios que dicen estar arrepentidos si ellos entregaran de vuelta al pueblo de Chile los bienes del Estado que se privatizaron a precio de huevo durante la dictadura, y de los que ellos todavía gozan.
–Distancia y transgresión son fundamentales en su obra. ¿A mayor distancia ha intensificado la transgresión?
–Habiendo atravesado cuatro exilios traumáticos en mi vida, la distancia me duele, pero tengo que reconocer que también la necesito, se me ha hecho una segunda piel. La lejanía licencia una mirada crítica, me habilita para decir cosas que resultarían difíciles de apalabrar si viviera en una comunidad cerrada y familiar. No podría haber escrito una novela como Máscara, por ejemplo, en que un hombre sin una cara reconocible captura en fotos los peores deseos de cada ciudadano, si hubiera estado viviendo en Chile. Me hubiera sentido presionado por el medio ambiente para acomodarme, hacer menos vil a mi protagonista, menos corrupta la sociedad que lo rodea, no hubiera podido examinar cómo hemos corroído la intimidad, lo privado. Ahora bien, la distancia física del país de uno, de su comunidad mayor, puede impulsar a la creatividad –basta con revisar la historia de la literatura y sus plurales exilios, Dante, Byron, Joyce, Nabokov–, pero en mi caso he podido soportar la tristeza de ese distanciamiento porque he tenido la compañía, la cercanía, la persistencia, de mis seres amados y especialmente, por cierto, he contado con la lealtad feroz de Angélica. Ella ha constituido mi hogar constante durante tanta odisea. Es su estabilidad la que me permite usar la otra distancia, llamémosla territorial, para aguzar la mirada, para ser justamente más transgresivo. Y la transgresión, como usted bien lo reconoce, es absolutamente fundamental en mi literatura. La distancia no es algo que elegí. Por el contrario, como hace evidente Rumbo al Sur..., traté durante una buena parte de mi existencia de huir del extrañamiento y el desarraigo. Pero en vista de que no pude evitar la condición de perpetuo exiliado, celebremos, por lo menos, que he logrado que esa condición sirva para plasmar una serie de obras que buscan romper nuestros hábitos y prejuicios y paradigmas.
–En sus ficciones tiene mucha importancia lo que se calla o sugiere. ¿Escribir es sembrar interrogantes y perturbar con lo que se puede leer en los intersticios entre las palabras y el silencio?
–Es una buena descripción de lo que intento. Muchas veces se supone que, debido a mi militancia en torno de los derechos humanos, o mi oposición a la dictadura de Pinochet, o mi participación en la revolución de Allende, mi escritura tiene que ser, forzosamente, simple y directa y frontalmente clara. Aunque no rehúyo la claridad –muchos poemas y escritos periodísticos así lo prueban–, mi verdadera preferencia literaria se encuentra en la comarca de la sutileza, en la palabra como misterio y reto, en un callar que nunca otorga. Cuando escribo, no parto sabiendo el final de la obra. La mayoría de las veces ni siquiera sé cuál será la próxima frase o capítulo o escena. Escribo, justamente, para descubrir qué está pasando y frecuentemente termino sin haberlo averiguado. Esto le da a mi literatura una urgencia, un ritmo acelerado, un aliento, que nada tienen de artificial. El proceso creativo suele ser angustiante y me gusta transmitir esa angustia placentera a los lectores, que ellos me acompañen en una búsqueda inacabable. Tomemos Terapia, donde un doctor crea un reality show para curar de sus imperfecciones a Blake, un multimillonario. Es una trama llena de sorpresas y laberintos y vaivenes, en que nunca estamos seguros de la firmeza mental de Blake, de las intenciones (o la identidad última) de la mujer que lo obsesiona, y tampoco sabemos si el doctor mismo es un santo o un demonio. Para que esta peripecia delirante funcione tiene que ir acompañada por una prosa que disimula y vela y vigila. Que nos haga cuestionar la realidad misma. ¿Qué más puedo pedir?

jueves, 10 de octubre de 2013

NOBEL DE LITERATURA: ALICE MUNRO

NOBEL DE LITERATURA 2013

Alice Munro gana el Nobel de Literatura por su maestría en los cuentos

La escritora, conocida como "la Chéjov canadiense", obtiene el galardón después de varias ediciones en las listas de candidatos

 Madrid 
  • La escritora canadiense Alice Munro. / EFE

    Después de muchos años el Nobel premia al cuento. ¡Y que cuentos! La escritora canadiense Alice Munro ha ganado hoy el premio Nobel de Literatura 2013. “Maestra del relato corto", según el dictamen de la Academia sueca, "su estilo es claro y de un realismo sicológico”. Munro, nacida en Wingham (Ontario) en 1931, es la decimotercera mujer que obtiene el galardón más importante de las letras universales y la primera que se apunta el tanto para el país norteamericano. Conocida como "la Chéjov de Canadá", la narradora ha colocado los cimientos del realismo moderno literario de su país. Mundos corrientes que tras su serenidad esconden tormentas afectivas y sentimentales a punto de desatarse.
    "Era un castillo en el aire que podía suceder, pero probablemente no sucedería. Sabía que estaba en la carrera, sí, pero la verdad es que nunca pensaba que fuera a ganar”, ha reconocido la premio Nobel aThe Canadian Press. “Estoy feliz y muy agradecida y en particular orgullosa de ganar este premio y agradar a tantos canadienses”, ha declarado en un comunicado a través de su agente.
    "Está al nivel de los mejores como Chéjov, Maupassant y de Borges", afirma Javier Marías. Parte de esa maestría, agrega el escritor madrileño, que le concedió a Munro el titulo de duquesa del Reino de Redonda en 2005, se deba que "tiene una grandísisma escritura en la que consigue transmitir una profunda emoción con personajes normales en una época en la cual se privilegian los buenos o malos sentimientos que rozan la cursilería. Ella escribe sobre gente normal sin, cargar las tintas, y consiguiendo unos niveles de emoción profunda con poco parangón en la literatura actual"
    La aportación de Munro a la Literatura y su universo literario los define así el escritor y crítico argentino Alberto Manguel: "Las grandes obras de la literatura universal son vastos panoramas globales o minúsculos retratos de la vida cotidiana. Alice Munro es el genio indiscutible de estas últimas, capaz de hacernos ver a través de la una banal circunstancia toda la gama de nuestras pasiones y de nuestras pequeñas derrotas y victorias". Sobre su inequívoco mundo femenino añade un interesante matiz el crítico, escritor y traductor estadounidense Davil Homel: "ella escribe sobre mujeres y para mujeres, pero no está demonizada por los hombres".
    Munro se inició en la literatura a los 30 años, con cuentos y relatos que vendía para la radio pública canadiense. La autora, madre de tres hijas, ha reconocido la importancia de su madre y de las mujeres que ha conocido en su vida para construir su gran territorio literario. En cuanto a la influencia de otros autores en su obra, ha destacado la influencia de Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor, Carson McCullers y, sobre todo, Eudora Welty. Así como de James Agee y William Maxwell.
    La editora de Lumen, su sello en España, Silvia Querini, se encontraba hoy “escandalosamente feliz” de que el Nobel hubiera recaído en Munro, una autora que había perseguido durante nueve años para que sus obras figurasen en su catálogo. Mientras la editora corría por los pasillos de la Feria del Libro de Fráncfort destacaba de ella su intenso trabajo, “aprovechando para hacer lo que realmente le gustaba: escribir”.

    Algunos de sus libros

    Las lunas de Júpiter (1982, edición original)
    Progreso del amor (1986)
    Amistad de juventud
     (1990)
    Secretos a voces (1994)
    El amor de una mujer generosa (1998)
    Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
     (2001)
    Escapada (2004)
    La vista desde Castle Rock
     (2008)
    Mi vida querida 
    (2013)
    Alice Munro ha volcado en su literatura la experiencia de su vida cotidiana. Hija de una profesora y un granjero, estudió periodismo y filología inglesa pero abandonó los estudios para casarse y ser ama de casa. Entonces aún no escribía. Montó una librería con su primera esposo, padre de sus tres hijas, hasta que se divorciaron. La escritora, se casó por segunda vez (aunque mantuvo el apellido de su primer marido) y empezó a publicar con éxito en 1968. "Utiliza los retales del tiempo y las 26 letras del alfabeto para crear un universo espléndido", asegura Querini. "Su literatura es hermosamente feroz cuenta con la inteligencia del lector. Te invita a un juego y si tienes las cartas adecuadas te invita a entrar para que te lo pases estupendamente”. Según su editora, Munro "ya no escribirá mucho más de lo que ha hecho hasta ahora. De su obra me quedo con Mi vida querida no solo porque sea el último sino por la parte autobiográfica, que es fantástica”.
    Solo en los últimos años se han difundido la mayoría de sus libros en español. De los treces títulos que lleva publicados se conocen en castellano los siguientes: Las lunas de Júpiter (1982, edición original),Progreso del amor (1986), Amistad de juventud (1990), Secretos a voces(1994), El amor de una mujer generosa (1998), Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001), Escapada (2004), La vista desde Castle Rock(2008) y Demasiada felicidad, conocida en 2009 pese a que antelación había anunciado su retiro definitivo de la literatura. Siete de sus ficciones han sido llevadas a la pantalla, especialmente a la televisión. Sarah Polley filmó en 2006 Lejos de ella, con Julie Christie, basada en uno de sus cuentos.

    lunes, 30 de septiembre de 2013

    ERNESTO CARDENAL

    ENTREVISTA AL NICARAGÜENSE ERNESTO CARDENAL

    “En América latina estamos cumpliendo el ideal de Bolívar”




    El poeta y sacerdote se muestra esperanzado con la nueva realidad política de la región. No así con la producción poética latinoamericana. “Casi nadie lee poesía y eso es culpa de los poetas”, señala, y subraya la necesidad de escribir para comunicarse con el pueblo.






     Por Silvina Friera

    Unas pocas líneas de Ernesto Cardenal dicen un mundo, una bella galaxia en la que todo cabe, con un estilo sencillo, directo, sensible. “¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos. Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta estuvieron en las entrañas de una estrella. Somos polvo de estrellas (...) De las estrellas somos y volveremos a ellas”, se lee en la Cantiga 4 titulada “Expansión”, incluida en Cántico Cósmico, tercer tomo excepcional de su Poesía Completa, publicada por editora Patria Grande. En el prólogo de esta edición tan necesaria como fundamental, el poeta venezolano Luis Alberto Angulo plantea que no caben dudas de que en algún momento comenzará sin resistencia a ser leído colectivamente como uno de los grandes poetas místicos de la humanidad.
    “Quizás entonces nadie se asombrará de que los entes educativos y culturales de los gobiernos más avanzados del mundo publiquen en grandes tiradas sus obras y las repartan gratuitamente entre los estudiantes de todos los niveles.” El Ministerio de Educación de la Nación ha distribuido las obras del poeta, sacerdote, teólogo, traductor, escultor y ex ministro de Cultura del gobierno sandinista –entre 1979 y 1987– en una colección para bibliotecas de escuelas secundarias (ver aparte). El bastón, las sandalias de pescador y la boina calada al estilo del Che avanzan ralentizando el tiempo en este hotel de Congreso. “Prefiero que no me hagan homenajes. No me agradan”, dice el fatigado poeta que a los 88 años podría ser una suerte de Bartleby latinoamericano de la poesía.
    Aunque preferiría no hacerlo, Cardenal será homenajeado hoy a las 17.30 en el Salón Leopoldo Marechal del Palacio Sarmiento, en una actividad organizada conjuntamente por el Ministerio de Educación y la Editora Patria Grande. Participarán la periodista y conductora Ana Cacopardo, la cantante Teresa Parodi, el actor Horacio Roca y el poeta y conductor Tom Lupo, quienes leerán poemas del poeta nicaragüense. Los periodistas y escritores Reynaldo Sietecase y Stella Calloni compartirán sus experiencias sobre cómo Epigramas, Hora 0, Salmos, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, El estrecho dudoso, Canto Nacional, Oráculo sobre Managua y Los ovnis de oro, entre otros títulos, impactaron en sus vidas y en sus obras. También hablará el poeta Jorge Boccanera. En el marco de su visita al país, el autor de El Evangelio en Solentiname será de la partida del Primer Festival de Poesía en la Feria del Libro de Mendoza, el próximo viernes. Y el sábado, finalmente, presentará su Cántico Cósmico en el Espacio Cultural Le Parc, de Guaymallén. En 2009 obtuvo el Premio Pablo Neruda de Poesía, el primero que recibió quien hasta entonces se consideraba “el poeta menos premiado de la lengua castellana”. El año pasado, para atemperar esta sentencia o prejuicio, le otorgaron el Premio Reina Sofía. Y quién sabe si no se avecina el Premio Nobel de Literatura, al que estuvo nominado en 2005, a pesar de que Cardenal agita las manos como si estuviera espantando mosquitos suecos.
    Un Big Bang descomunal ha sido el impacto que le produjo la poesía norteamericana, especialmente la obra de Ezra Pound, a quien tradujo al español, luego de su permanencia en Nueva York, entre 1948 y 1949, como estudiante de la Universidad de Columbia. Del poeta norteamericano, Cardenal tomó un recurso que “consiste más que en un collage, más que en la cita de un trozo de rango poético, en una sabia redistribución de la prosa del historiador o del viajero hasta que alcance un nivel lírico o épico”. “Sus poemas son así, bellos y vastos documentos ajenos cuya gracia está en los cortes y en las junturas”, advierte Pablo Antonio Cuadra. El sacerdote y monje trapense comprometido con la liberación de los pueblos reconoce que la influencia capital de Pound le hizo ver que “no existen temas o elementos que sean propios de la prosa, y otros que sean propios de la poesía”. “Todo lo que se puede decir en un cuento, o en un ensayo, o en una novela, puede también decirse en un poema. En un poema caben datos estadísticos, fragmentos de cartas, editoriales de un periódico, noticias periodísticas, crónicas de historia, documentos, chistes, anécdotas, cosas que antes eran consideradas elementos propios de la prosa y no de la poesía.”
    Su mirada se enciende cuando recupera al niño que fue. “Mi primer recuerdo no es escribiendo, es haciendo un poema antes de poder escribir. Lo decía de memoria, creo que tendría unos seis años. Así empezó la humanidad y así también empezó mi poesía en la infancia”, cuenta Cardenal a Página/12.
    –Al releer su Poesía Completa, llama la atención encontrar en uno de los Salmos que “las galaxias cantan la gloria de Dios...”, algo que trabaja intensamente en Cántico Cósmico. Su interés por la ciencia y el universo aparecen tempranamente, ¿no?
    –Pues sí, de muy joven tenía interés por la ciencia, por hacer poesía con la creación y con el lenguaje científico, no el lenguaje –digamos– bíblico, sino de los descubrimientos más recientes. Desde la época de los Salmos y otros poemas juveniles estaba la poesía científica. Y después, leyendo más, documentándome más, fui ampliando esa poesía científica. Desde entonces tenía la vocación de “poeta de la ciencia”, si se puede decir así. La poesía ya estaba desde el principio, con Dios.
    –¿La incertidumbre científica no colisionó con su cristianismo? ¿Siempre pudo compatibilizar ciencia y fe?
    –Sí, perfectamente. La fe y la ciencia para mí son lo mismo. No hay ningún conflicto porque la ciencia es la explicación de la creación, la creación es poema y el creador es poeta. Poema es creación en griego y San Pablo llama a la creación de Dios “poiema”, como un poema de Homero.
    –Se suele pensar que la ciencia se opone a la fe o que al menos la cuestiona.
    –Así ha sido muchas veces ese conflicto. Pero en mi caso no, de ninguna manera.
    –¿Por qué no se dio ese conflicto? ¿Tal vez el arte contemplativo le permitió unir elementos que a veces se contraponen?
    –Pudiera ser, sí. También como poeta, que viene a ser casi lo mismo que el arte contemplativo. Cántico cósmico está pensado como una épica o una epopeya.
    –¿Hay épica y epopeya en la poesía actual?
    –Casi no hay. Hay en la novela, pero no en la poesía. La novela es la épica actual. Y por eso la novela es muy popular y la poesía no. Casi nadie lee poesía y eso es culpa de los poetas, que escriben una poesía que no interesa.
    –Cuando dice que la culpa es de los poetas, ¿se refiere a que no son claros en los poemas que escriben?
    –Exactamente. Son herméticos y no se entiende ni es para entender, y por lo tanto no es para interesar a la población. Yo siempre quise hacer una poesía que se entendiera y que comunicara.
    –Se dice que sólo conocemos alrededor de un 9 por ciento del universo, una cifra pequeña.
    –Así es, más o menos. El universo visible es una parte ínfima. Gran parte de la materia no la vemos, es la llamada “materia invisible”.
    –¿Qué hace el poeta con eso que no se ve?
    –Es el gran misterio sobre el que podemos meditar, aunque la mayoría no piensa en eso. Pero debe pensarse porque la mayor cantidad de realidad que existe es la que no se ve: la energía oscura y la materia oscura. Me gusta mucho mirar las estrellas también cuando hago oraciones, así tengo el universo presente, comunicándome con Dios a través de su creación.
    –¿Lee muchos textos científicos?
    –Sí, es casi todo lo que leo. No suelo leer poesía porque ya no encuentro nada nuevo en lo que se escribe. Leo libros de ciencia. O bien temas de actualidad, que son también los temas de Cántico Cósmico.
    –A propósito de la actualidad, ¿cómo vive el presente político de Latinoamérica?
    –Con mucho amor, con mucho interés, con mucha preocupación, con mucha esperanza. Y sobre todo con optimismo. Hay una nueva realidad en América latina, una nueva independencia. La primera independencia fue del imperio español, ahora es del imperio yanqui. La segunda independencia se está logrando en muchos países, en algunos ya con gobiernos independientes. Y en otros con una independencia relativa. Hugo Chávez fue una gran figura; puede haber tenido los defectos que tú quieras. Sin embargo, su gran mérito fue reanudar el ideario de Bolívar: la creación de una América latina unida para contraponerse a la del Norte. Estamos cumpliendo el ideal de Bolívar de hacer una sola nación.
    –En ese sentido, ¿cómo anda Nicaragua?
    .. Muy mal. Lo que hay ahora no es una revolución ni es de izquierda. Es una dictadura personal, familiar, de una pareja, de un matrimonio y sus hijos. Algo muy vergonzoso... Para mí es peligroso seguir hablando de este tema porque tengo que regresar a Nicaragua.
    –¿Es peligroso para usted vivir allá?
    –Sí, pero no puedo seguir hablando...
    Y no habla por unos segundos, como si se replegara en un silencio irreprochable. Este sacerdote ha integrado escritura y militancia política y, junto a su maestro y amigo Thomas Merton, fundó en 1966 una pequeña comunidad contemplativa en Solentiname, donde se fomentó el desarrollo de cooperativas, se creó una escuela de pintura primitiva y un movimiento poético entre los campesinos, además del trabajo de concientización sobre la base del Evangelio interpretado en clave revolucionaria. “Como marxista, Cardenal es hereje; y como sacerdote católico, está al filo de otra herejía, pues rechaza la noción de la incompatibilidad de fe cristiana y política socialista –subrayó Paul W. Borgeson–. En poética, también discrepa con circunscripciones tradicionalistas, en su rechazo de la metáfora y su inclusión de lo común y corriente dentro del arte verbal. Creer y crear, política y fe en Dios no están reñidos para Cardenal: contrariamente, insiste en que el uno lleva definitivamente a lo otro. Así, estas vertientes marcan su obra definitiva.” Cuando Juan Pablo II visitó oficialmente Nicaragua, en 1983, el pontífice –frente a cámaras de televisión que transmitían a todo el mundo– amonestó e increpó severamente al poeta y sacerdote, arrodillado ante él en la misma pista del aeropuerto, por propagar doctrinas apóstatas según la fe católica y por formar parte del gobierno sandinista. El sacerdote de la teología de la liberación, obstinado rebelde contra el Vaticano, estaba recién llegado a Mendoza, en abril de este año, cuando se desayunó con una sorpresa. “En la primera entrevista que tuve, el periodista me preguntó qué opinaba del papa argentino. ¿Cómo el papa argentino? Pensé que preguntaba por el caso de que se eligiera alguna vez un papa argentino. Tres veces le tuve que preguntar hasta que entendí que habían elegido un papa argentino”, recuerda el poeta.
    –¿Cree que habrá cambios en la Iglesia?
    –Sí, al principio no pensé que pudiera estar haciendo todo lo que está haciendo... algo verdaderamente increíble porque está poniendo las cosas al revés. Como debe ser, porque todo estaba mal puesto. Que un papa no ande en el papamóvil sino en el carro más pequeño del Vaticano es el mundo al revés. Los últimos serán los primeros; eso está haciendo Francisco.
    –¿Cree que el papa Francisco puede revisar la “suspensión a divinis” que pesa sobre usted?
    –A mí no me afecta porque es una prohibición para administrar sacramentos y yo no me hice sacerdote para administrar sacramentos y andar celebrando bautismos y matrimonios, sino para ser contemplativo. Y sigo siéndolo. Es más bien un estorbo para mí la práctica pastoral, no es mi vocación. Como poeta y como sacerdote soy un contemplativo.
    –¿Qué pasaría si el Papa le quitara esa prohibición de suministrar los sacramentos?
    –Más bien me puede complicar la vida. Me pondría en compromisos que no tengo actualmente... Ya me siento muy cansado, casi no dormí anoche y me estás haciendo muchas preguntas.
    –¿El próximo premio que recibirá será el Nobel de Literatura?
    –Me complicaría también la vida... no creo que exista ese peligro.

    martes, 17 de septiembre de 2013

    JORNADAS FOGWILL


    Las esquirlas de un escritor polémico

    Horacio González, Vera Fogwill, Ezequiel Grimson y María Moreno inaugurarán este cónclave de lectores, críticos, escritores, editores, poetas y músicos, convocados para reflexionar y discutir sobre la obra del autor de Los Pichiciegos.





     Por Silvina Friera
    Un solo nombre de marca se recorta sobre las conversaciones como repentinos recuerdos fulgurantes. Fogwill, ese autor capaz de auscultar los movimientos y tembladerales de la lengua –“formas del roce entre uno y la palabra”, según ha escrito en La gran ventana de los sueños, uno de los inéditos publicado este año–, es la puerta de entrada para “En otro orden de cosas”, las jornadas Fogwill que empiezan hoy a las 16.30, en el auditorio David Viñas del Museo del Libro y de la Lengua, y que se extenderán hasta el próximo jueves. Su hija Vera Fogwill, Horacio González, Ezequiel Grimson y María Moreno inaugurarán este cónclave de lectores, críticos, escritores, editores, poetas y músicos, convocados para reflexionar y discutir sobre la obra de un escritor que supo colocarse en el centro de las polémicas literarias y políticas que agitaron las aguas de la cultura nacional de las últimas décadas. Después de la apertura y la proyección de fragmentos de Ultimos movimientos, Obra en construcción y Fogwill: último viaje, comenzará el primer encuentro sobre música y poesía con Martín Gambarotta, Silvio Mattoni, Damián Ríos y Pablo Gianera. La primera jornada terminará con Ulises Conti y Sergio Bizzio, quienes leerán fragmentos de “En el bosque de pinos de las máquinas”. En esta suerte de “conjura de memoriosos” también participarán Alan Pauls, María Pía López, Hernán Vanoli, Cecilia Szperling, Graciela Speranza, Carlos Gamerro, Daniel Divinsky, Luis Chitarroni, Julia Saltzmann y Gustavo Ferreyra (ver aparte), entre otros.
    “Lo primero que quiero decir es que estoy contento con la invitación –dice Gambarotta, autor de Punctum, libro de poemas seminal de la década del ’90 cuya reedición está dedicada a Fogwill–. Es verdad que no siempre te dan ganas de ir a todos los lugares a los que te invitan, pero también pasa que quisieras ir a algún lugar y directamente no te invitan. Estoy contento con que alguien en la Biblioteca Nacional, específicamente esta Biblioteca Nacional actual, haya pensado que podía decir algo sobre Fogwill. Ahora no sé muy bien lo que voy a decir sobre ‘Fogwill, editor de poesía’. O si lo sé, no quiero adelantarlo del todo. Pero sí me parece importante decir en ese auditorio algo que se me vuelve una verdad histórica, un mensaje a los historiadores literarios del futuro: no se olviden de que Fogwill editó los libros de Leónidas Lamborghini, de Osvaldo Lamborghini, de Néstor Perlongher y de Oscar Steimberg, allá por 1980. Me refiero a que este genial gesto de editor, por sí solo, es suficiente para que Fogwill tenga un lugar destacado cuando se escriba la historia de la literatura argentina de nuestros tiempos.”
    Cecilia Szperling explica que Fogwill utiliza la expresión “Escuela de sueños”, en La gran ventana de los sueños, para referirse al psicoanálisis. “Lo elegí para titular mi pequeña crónica sobre el libro porque se basa en un diario de sueños, pero más que nada en la reconstrucción de los sueños. En cómo se escucha, se recuerda y se escribe un sueño. Cómo mantiene ese crudo de la nota despatarrada y escueta en el cuaderno de notas y ese mínimo o, mejor dicho, ese núcleo de verdad –de la verdad del sueño– se mantiene en medio de relatos cortos que posiblemente estén hechos del recuerdo de sueños que vino con esa mínima anotación, más el recuerdo de otros sueños de esa clase; hay géneros de sueños, ‘Los de mar’, ‘Los de cementerios’.” Szperling subraya que este libro es “muy hermoso” porque “cabalga entre Fogwill poeta, Fogwill narrador”. “El lirismo de los sueños, su surrealismo, es cruzado por la realidad, muchas veces por lo que sucede al despertar con el ‘resto nocturno’ que el sueño imprime al día que le sigue. Como en algunos de sus cuentos de realismo sucio que es agujereado a picotazos por una imagen onírica (‘Dos hilitos de sangre’) en La gran ventana de los sueños, el delirio, la liviandad y la fantasía del sueño desembocan en momentos de nitidez de pensamiento diurno. De la ensoñación y la libertad nocturna a la racionalidad del día y del trabajo cotidiano.”
    “Leer mal es leer a contrapelo de una época, pero al mismo tiempo desde esa época –plantea Hernán Vanoli–. Hay una especie de consenso entre los supuestos eruditos de la literatura, en el cual Fogwill fue un ‘arqueólogo del lenguaje’, una suerte de ‘alquimista loco’ que era al mismo tiempo un donante perenne de anécdotas personales útiles para confirmar la cordura y la pertenencia al campo literario de un rosario de vasallos del buen pensar y del buen escribir. Esas figuras son funcionales para pasteurizarlo y luego incorporarlo desde un lugar lateral en un panteón que sinceramente no le interesa a nadie. Leerlo ‘mal’ es sacarlo de esa bruma, del lugar del ‘francotirador’, y decir que Fogwill fue un escritor–sociólogo, un tipo que escribía sobre el poder, sobre el lenguaje de las organizaciones, sobre la guerra sucia como una estructura profunda de la política argentina, y principalmente sobre el futuro, sin resignar ambiciones estéticas.” Vanoli agrega que leerlo “mal” también es “creerse una serie de valores –la fe en la poesía, el desprecio por lo audiovisual, la mistificación de la industria editorial– a los que Fogwill adscribía”. “Hoy es ridículo pensar que el lenguaje poético y, peor aún, las prácticas de la microtribu urbana de la poesía representan algún tipo de resistencia a algo. La poesía acontece todo el tiempo en Internet y en forma involuntaria; hoy el desafío va por otro lado. Pero este costado conservador de Fogwill, que también le facilitó su canonización actual, es paradójicamente uno de los más venerados. Yo quiero rescatar otras cosas.”
    De las quince hipótesis a contrapelo del legado del autor de Los Pichiciegos, Vanoli anticipa algunas cuestiones a Página/12: “Una tiene que ver con la idea de que era un escritor humanista e iluminista. Hay ciertas lecturas que lo quieren colocar como un tipo lleno de saberes prácticos, y como un romántico. No era así. Fogwill vivió mucho, es cierto, pero él mismo reconoce que muchas de las cosas que explicaba en detalle eran invenciones. Leerlo desde ahí, con Internet como un reservorio inagotable de explicaciones prácticas, es situarlo como un escritor del pasado. El proyecto de Fogwill era más parecido al expresionismo político. Y no era humanista, ni antitécnico. La experiencia sensible, para Fogwill, era la del goce en la opresión por parte de las organizaciones y la maquinaria del lenguaje. Fogwill fue nuestro gran escritor antimoderno”. Por otro lado advierte que le interesa destacar la lectura que hacía Fogwill de las “políticas culturales”, los festivales, las ferias del libro, “todo el circo que une turismo, burguesía de negocios, buena conciencia y stand-up”. “La crítica que hace Fogwill al proyecto cultural del alfonsinismo se queda corta si pensamos en el rol asignado por las instituciones estatales, y también por la filantropía internacional, a la literatura dentro del plano de las ‘industrias culturales’ hoy. Mi idea es que Fogwill vio, además de las continuidades del proceso y toda esa cantinela, el germen de un modelo de pensar la función social de lo literario desde las instituciones que hoy está más vigente que nunca, y que es banal, miedoso, ignorante y poco efectivo.”
    * La agenda completa de “En otro orden de cosas” se puede consultar enwww.bn.gov.ar

    BEATLES Y LACAN

    Los Beatles y Lacan: un libro de culto, polémico y emotivo

    Una edición local de “Los Beatles y Lacan: un réquiem para la Edad Moderna” (Galerna), del académico inglés Henry W. Sullivan, que busca mesurar el impacto de la banda de rock, se presentó en Buenos Aires, con el autor a distancia y una discusión sobre el fin del posmodernismo y la energía de una generación.  

    Hace dos miércoles en el corazón de San Telmo se presentó un curioso y maravilloso libro. En el fondo de la librería Galerna, en la calle Perú al 1000, se había armado un pequeño y acogedor auditorio. Unas treinta sillas blancas en prolijas filas miraban a una mesa que acomodaría a cuatro comentaristas. Al costado izquierdo, mirando hacia la mesa de presentadores, había un amplificador Fender. En un entorno tan íntimo tal vez no era necesario, pero resultó –adrede o no– un toque apropiadísimo. Se presentaba el libro Los Beatles y Lacan: un réquiem para la Edad Moderna –un diván completaba el cuadro, pero ya hubiera caído en el absurdo.
    El autor de Los Beatles y Lacan (dos nombres que invocan fervor en una gran parte de la población porteña) es el académico inglés Henry W. Sullivan, un especialista en literatura española y ahora profesor en la universidad de Tulane en los Estados Unidos. El libro se publicó originalmente en 1995 con el título: The BeatIes with Lacan: Rock' n 'Roll as Requiem for the Modern World. Es una anomalía en su producción. Otros títulos de Sullivan, por ejemplo, son un estudio de Don Quijote; una traducción académica de los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer; y un estudio de los viajes de Calderón a las tierras alemanas.
    Los Beatles y Lacan es un libro de culto y un clásico, un maravilloso capricho de Sullivan, que ha tenido larga vida. Su tesis es que la obra de los Beatles, junto con su impacto cultural, marcó el fin de la edad moderna y el pasaje a la posmodernidad. La periodista Flor Codagnone gestionó la edición y fue co-traductora junto con Luciano Lutereau. Ella misma se ocupó de presentar a los panelistas de la noche: el académico multifacético Darío Sztajnszrajber; el periodista e historiador Sergio Pujol; y el periodista de rock Alfredo Rosso.
    La primera sorpresa de la noche, sin embargo, fue la presencia –aunque virtual– del mismísimo autor. Una vez que todos estábamos sentados, con casi todas las sillas ocupadas, se apagaron las luces y se prendió un proyector. Allí apareció Sullivan en un mensaje grabado especialmente para la ocasión. Agradeció a Galerna, que editó el libro, y también a los traductores, con quienes colaboró. Aunque el castellano de Sullivan era impecable aunque claramente de un extranjero.
    Desde su despacho académico describió su libro así: “Sus páginas son una amalgamiento de lo que yo llamaría sociología psicoanalítica, critica de rock, y una especulación sostenida sobre el significado de los Beatles. El libro se enfoca en analizar la transición de la era moderna a la posmoderna. Los Beatles eran el fenómeno cultural más importante de sus tiempos… ¿pero qué significaron exactamente? Sorprendentemente, esta es una pregunta que nadie puede contestar.”
    En su discurso Sullivan procede a explicar que su intención con Los Beatles y Lacan…fue explicar la significación, el sentido, de la excelencia artística e importancia cultural de la banda con el uso de la interpretación psicoanalítica. Sin embargo, como Sullivan mismo,Los Beatles… es un libro sólido, responsable, accesible y poco pretencioso.
    Tras esta amena sorpresa, el primer expositor Sztajnszrajber aportó una crítica frontal a los puntos débiles del libro en cuestión. Eso sí, sin despreciar el libro de ninguna forma –más bien en un espíritu de debate y de búsqueda de significado. Aclaró, para comenzar: “El título desorienta porque liga a los Beatles con Lacan. En realidad, el libro tiene como dos abordajes posibles. Lo que hace el autor es básicamente trabajar dos temáticas que me interesan profundamente por eso que podemos llamar, de algún modo, la utilización –lo digo en difícil y después explico qué es–, de dispositivos hermenéuticos exteriores para trabajar una temática que a priori no presenta ese tipo de abordaje. O sea, nada hay en los Beatles que autorice de manera inmediata a leerlos desde la óptica de Lacan. O en todo caso, se le puede leer desde la óptica de Lacan como se leer desde la óptica del Tarot.”
    Sztajnszrajber procedió a polemizar con el texto de Sullivan, profundizando en su crítica los dos abordajes del texto: el lacaniano por un lado y la teoría cultural por otro. En cuanto este segundo concepto, Sztajnszrajber puntualizó: “Sullivan no solo es un arriesgado por utilizar este dispositivo hermenéutico para leer a los Beatles, sino que es arriesgado en otro sentido mucho más fuerte. Para mi lectura, es propio de la época de gestación del libro. El libro es del 95 –digo esto más allá del bien y del mal–, y se nota. Se nota que es del 95. Se nota que está situado en una problemática que 15 años o 20 años después se fue como resolviendo…”
    Para Sztajnszrajber ya no se puede designar el “posmoderno” como un período histórico autónomo. Por ese motivo ve al libro de Sullivan como un artefacto de un momento cultural que ya se ha superado.
    Cada discursante se limitó a los veinte minutos pautados entre los tres. Aun así Sztajnszrajber dejó media decena de conceptos que podrían llenar páginas de texto y horas de conversación.
    El próximo presentador, Pujol, eligió leer su ponencia. Sin embargo no por eso fue árido. Se interrumpió a sí mismo para improvisar pensamientos y dialogar con las ideas de Sztajnszrajber. Pujol arrancó con una pertinente observación: “Una parte importante de nuestra sociedad es beatlemaníaca y lacaniana en proporciones bastante escandalosas –casi absurdas. De hecho, más beatlemaníaca que la sociedad francesa, sin duda, y más lacaniana que, también sin duda, de la sociedad inglesa.”
    Profundizando en su lectura del libro de Sullivan, Pujol dijo: “Sullivan escucha a los Beatles con el propósito de desentrañar el significado profundo de sus creaciones. Y en su opinión, antes que ser el emergente de una época, el grupo terminó siendo el agente de cambio que barrió con su influencia artística e intelectual, los últimos vestigios de una modernidad agónica, para abrirnos las puertas de lo que llamamos, desde los años 80, la posmodernidad.”
    La intervención de Pujol fue afectuosa. En algún momento dijo: “Por supuesto no pretendo psicoanalizar a Sullivan, pero es indudable que al referirse a la generación del Baby Boom y sus problemáticos vínculos con sus padres, en alguna medida está hablando de él mismo. De lo contrario, ¿cómo se explica que un catedrático experto en literatura española, sin otros antecedentes en el terreno de la musicología que este libro, haya abordado con minucia y agudeza, pero también con afecto y cercanía, ese núcleo de creatividad que lo llama matrimonio psico-musical, que supieron conformar John Lennon y Paul McCartney?”
    El último turno fue de Rosso y fue bueno que terminara él. La secuencia de oradores comenzó por la crítica muy aguda y teórica de Sztajnszrajber, pasando a un análisis más clásico de Pujol; el cierre de Rosso fue autobiográfico y emocional. Lo citamos para cerrar esta nota: 
    “La gente joven empezó a sentir que la vida pragmática y materialista que llevaba la sociedad occidental moderna era estéril en lo espiritual y que ofrecía pocas cosas en verdad significativas. Que la forma de pensar establecida les resultaba más destructiva que constructiva… Para mí, en realidad, los Beatles son catalizadores de un cambio que se estaba dando en toda una generación. Ganas de desplegar la imaginación en gran escala en las artes, en la cultura en general, en la literatura, en el cine… Un país que era blanco y negro que los Beatles ayudan a ponerlo en colores.”