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miércoles, 1 de febrero de 2017

Osvaldo Soriano: veinte años sin su genio


Convertido en uno de los escritores más leídos de la Argentina, Soriano murió a los 54 años, víctima de un cáncer de pulmón. Dejó una extensa obra literaria y un corpus periodístico en el que se destacan su lúcida visión del país.

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Osvaldo Soriano (Mar del Plata 1943-Buenos Aires 1997), autor de las novelas “Triste, solitario y final” (1973), “No habrá más penas ni olvido” (1978) y “Cuarteles de invierno” (1980), dejó su huella en la literatura argentina con una obra en la que buscó construir la voz de “perdedores solitarios” para indagar en “una visión irónica de lo que deja la realidad” y a veinte años de su muerte, sigue siendo uno de los escritores más leídos de la Argentina. 
Convertido en uno de los escritores más leídos de la Argentina, Soriano murió el 29 de enero de 1997 a los 54 años, víctima de un cáncer de pulmón, dejando una extensa obra literaria y un corpus periodístico en el que se destacan sus crónicas sobre la pelea del 30 de octubre de 1974 en la que Muhammad Alí enfrentó y le ganó una pelea a un George Foreman de 25 años con 40 peleas invicto y amplio favorito, por nocaut al final del octavo round. 
“El éxito verdadero es el cumplimiento de algunos de nuestros sueños y al fin de cuentas el único éxito es la felicidad, que es también la primera utopía”, aseguraba Soriano en una entrevista realizada por Pacho O´Donnell en 1996 y emitida por Canal Encuentro en 2016, en la que se definía como “un ser poco social” y delineaba algunas constantes de su obra: “los perdedores solitarios” y “la visión irónica de lo que deja la realidad”. 
“El gordo”, como lo llamaban sus amigos, había vivido en Tandil pero su infancia había estado atravesada por los viajes de su padre José Vicente Soriano, inspector de Obras Sanitarias, por distintos pueblos de la provincia de Buenos Aires hasta que en 1953, cuando tenía 10 años, ese itinerario se detuvo en la ciudad de Cipolletti, en la provincia de Río Negro. 
Los paisajes, las vivencias de esos días en lugares del sur estuvieron presentes más tarde en sus novelas ya que Cipolletti, Allen, Barda del Medio, Neuquén y Plaza Huincul, fueron territorios elegidos para sus ficciones.
Soriano vivió en la ciudad ubicada en el oeste rionegrino hasta mediados de los 60 cuando, ya comenzando su juventud, volvió a vivir a Tandil que fue un destino previo a su llegada, en 1969 durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, a la ciudad de Buenos Aires con 26 años. 
El hijo de ese trabajador de Obras Sanitarias y de la tandilense Eugenia Goñi dejó el secundario en tercer año y comenzó a trabajar como embalador de manzanas, mientras jugaba al fútbol y soñaba con dedicarse profesionalmente a ese deporte. 
Más tarde hizo su ingreso a la metalúrgica Tandil, donde trabajaba como sereno durante la noche, y allí comenzó a escribir sus primeros cuentos. De esa manera incorporó un ritual que lo acompañaría siempre: escribir durante la noche. Según relataba, escribía hasta la madrugada y leía los diarios antes de irse a dormir.
Si bien su vínculo con el periodismo comenzó en esa ciudad, cuando publicaba columnas en el diario El Eco de Tandil, se consolidó cuando se convirtió en redactor de la revista Primera Plana. Después llegaron sus escritos en Confirmado y en los diarios Noticias, El Cronista y La Opinión. Además ejerció como corresponsal de Il Manifiesto italiano y fue uno de los fundadores del diario Página/12, donde trabajó como asesor de directorio y firmó como columnista de contratapas.
En una entrevista que le hizo Mempo Giardinelli en 1992 y que está publicada en el libro “Cómo se escribe un cuento”, Soriano confesó que “El largo adiós”, del estadounidense Raymond Chandler, había sido “la puerta de la literatura” porque aseguraba que “aquel día de 1972 en que leí 'El largo adiós' se me abrió el mundo. Ahí encontré la manera de contar ese material de Triste... con el que antes los abrumaba a ustedes en los bares”.
“Yo creo que me parezco mucho a él en algo: en el temperamento pasional. Ese temperamento que le hacía decir, cuando se atacaba tanto a Hemingway, que un hombre con talento, un hombre de genio, cuando ya no tiene con qué tirar, tira con el corazón”, rememoraba en la entrevista en la que también reconocía no haber leído “prácticamente nada” durante su infancia porque señalaba que en Cipolletti, donde vivió entre 1956 y 1959 por el trabajo de su padre en Aguas Sanitarias, “no había librería, como no habían asfalto ni cloacas”. 
Soriano decía que los libros que habían llegado a sus manos eran “libros técnicos” sobre “electrónica, arquitectura”, que eran los que estaban en la biblioteca de su padre, y recordaba “haber pedido por correo un libro de (Ricardo Lorenzo) Borocotó sobre un chico que jugaba al fútbol”.
Más tarde, ya en Tandil, llegó por recomendación del novio de una prima llamado Juan Campagnole, a la novela de ciencia ficción “Soy leyenda”, de Richard Mathieson, a la que se refería como “el primer libro” que había leído en su “vida”.
Su primera novela “Triste, solitario y final” se publicó en 1973, cuando tenía 30 años, y fue traducida a doce idiomas. En esas páginas Stan Laurel, el actor que protagonizó junto a Oliver Hardy la legendaria serie “El Gordo y el Flaco”, cree que llegó el final de su carrera como cómico y entonces recurre a Philip Marlowe, el detective creado por el escritor norteamericano Raymond Chandler para entender las causas. 
A medida que avanza la trama, crecen los cruces entre mundos de ficción y las aventuras entre sus personajes y aparece un periodista argentino llamado Soriano que viaja a Estados Unidos y termina construyendo una amistad con Marlowe. 
En 1976, tres años después de la publicación de su primera novela y con el comienzo de la dictadura cívico militar en Argentina, el escritor y periodista debe exiliarse y se instala primero en Bruselas y luego en París.
Al exilio se llevó el borrador de la novela “No habrá más penas ni olvido”, que se publicó en 1978. En esos años también publicó “Cuarteles de invierno” y el libro que reúne 16 crónicas y relatos personales, publicadas entre 1971 y 1975, “Artistas, locos y criminales”.
En Bruselas conoció a Catherine Brucher, una enfermera que vivía en la ciudad de Estrasburgo, con quien compartió su exilio en París, más tarde se casó, regresó a la Argentina con la vuelta de la democracia y tuvo a su hijo llamado Manuel. 
Compartía un ritual con Osvaldo Bayer, David Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa que se repetía todos los jueves por la noche en la casa de Bayer, con quien Soriano atravesó el tiempo del exilio en Bruselas y París a través de cartas que se enviaron durante casi 8 años que ambos estuvieron fuera del país.
Bayer, que todavía guarda las cartas que intercambiaban por esos días, al cumplirse 10 años de su muerte lo definió como “descubridor de sombras, arlequines, figurones, galanes, pero también de soñadores que patean constantemente al egoísmo y meten goles en el cielo”.
Con la vuela de la democracia, sus novelas fueron llevadas al cine: “No habrá más penas ni olvido” (1983), y “Una sombra ya pronto serás” (1994), dirigidas por Héctor Olivera, y “Cuarteles de invierno” (1984), dirigida por Lautaro Murúa. Los personajes ideados por Soriano fueron interpretados por actores reconocidos como Miguel Ángel Solá, Federico Luppi, Ulises Dumont y Rodolfo Ranni. 
Soriano regresó definitivamente al país en 1984 y se instaló en Buenos Aires donde escribió y firmó desde mayo de 1987 hasta el 27 de julio de 1996 contratapas del diario Página 12, entre las que estaba la sección “Llamada Internacional”, en la que trazaba su mirada sobre la política nacional con una conversación telefónica de un corresponsal que escribía por encargo sobre el menemismo.
El escritor nunca dejó de escribir ficción, publicó en vida siete novelas y cuatro libros de recopilación de sus artículos; el último, “Piratas, fantasmas y dinosaurios”, llegó a las librerías en noviembre del 96, dos meses antes de su muerte. Su última novela fue “La hora sin sombra” (1995), dedicada a su padre. 
En 1984 publicó “A sus plantas rendido un león”, situada en el comienzo de la guerra de Malvinas y en Bongwutsi, un país del África en el que un cónsul argentino libra su propia batalla contra Inglaterra; y cinco años más tarde “Una sombra ya pronto serás”, una historia de personajes trágicos acorralados por la pobreza.
En el prólogo de la novela que se publicó en 1990, Guillermo Saccomanno decía que “leerla es como consultar al médico que nos diagnosticó una enfermedad incurable”.
En 1993 llega “Cuentos de los años felices”, una selección de historias cortas que Soriano había publicado en Página 12 y fueron reeditados en 2013 por Seix Barral, como parte de la Biblioteca Soriano, un espacio que el sello le dedica a la totalidad de la obra de uno de los autores más leídos en el país, y traducido a 18 idiomas.
El español Arturo Pérez- Reverte dijo en varias oportunidades que si se quiere comprender la Argentina, Soriano es uno de los autores que hay que leer. A su vez, para Guillermo Saccomanno, representaba un fenómeno maldito para mucha intelectualidad nacional. 
En una entrevista concedida a la Televisión Pública en 1992 Soriano aseguraba que su idea era “llevar al extremo a un personaje común” y aseguraba que en sus libros había “personas comunes puestas en una situación límite”. 
Decía que no le interesaba saber por qué se vendían tanto sus libros: “A veces cuando estoy muy confundido me pregunto que hubieran hecho (Carlos) Gardel o (Adolfo) Bioy Casares en mi lugar. Son mis modelos de conducta”. Para él eran “figuras” a las que les había pasado “todo lo mejor y siempre fueron los mismos”. 
El nombre de Soriano, amante de los gatos, cinéfilo y apasionado por el boxeo y el fútbol, es no solo el de uno de los autores más leídos de la Argentina sino también el de la sala de prensa del club del que era fanático, San Lorenzo de Almagro; el de una biblioteca inaugurada por un grupo de hinchas del “Ciclón” en una casa ubicada enfrente de donde estaba el viejo Gasómetro y el Premio Municipal de Literatura de Mar del Plata, la ciudad en la que había nacido. 

Osvaldo Soriano: indispensable para entender los años 90

Una mirada actual al novelista que mandaba en los años 90, el que fue bestseller con cada una de sus siete novelas. 
A 20 años de su muerte.
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por Ulises Rodriguez
“Si el fracaso me llegara pensaría que el momento pasó y que la sociedad cambió. A los escritores se los puede llevar el viento, en general, en un cambio de sociedad”. Osvaldo Soriano dijo esta frase en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en 1996, en una charla con los alumnos, que hace una década suscitó una polémica tardía. El hombre que decía haber entrado a la literatura “por la ventana” se formó en las redacciones de Primera Plana y el diario La Opinión. Publicó siete novelas -entre ellas, Triste, solitario y final (1973), No habrá más penas ni olvido (1978) y A sus plantas rendido un león (1986)-, seis recopilaciones de crónicas y relatos, un cuento para niños, libros en colaboración y prólogos para otros escritores.
A 20 años de su muerte, el 29 de enero de 1997, la obra de Soriano es leída hoy desde otro lugar. Restaría saber si el autor que supo ser el argentino que más vendía en los 90, conoció el fracaso: tan recurrente en sus personajes y tan temido por él.
¿Cuál sería la vara para medirlo? ¿Las ventas de sus libros? ¿El reconocimiento de sus pares? ¿Los homenajes? ¿La influencia en autores de nuevas generaciones?
Los libros de Soriano se siguen vendiendo. No es la cifra altísima de los 90 y no todas sus obras, publicadas por Seix Barral, se consiguen en las librerías. “El año pasado habremos vendido no más de 10 ejemplares de Soriano. En gran parte no está disponible desde la editorial”, explica Ezequiel Leder Kremer, director de la librería Hernández.
En contraste, Armando Lucas, dueño de librería Lucas, dedicada a saldos y usados, revela que “apenas cae un libro de Soriano se vende, no duran ni una semana; y cuando están en saldos la venta es inmediata”. Ambos coinciden en que el libro más buscado es Artistas, locos y criminales, una reedición de artículos periodísticos.
El autor tenía tanto éxito que en 1995 la editorial Norma pagó 500.000 dólares por toda su obra. Tras sumuerte las ventas declinaron: en 2003 Seix Barral se quedó con los derechos por 120.000 y lanzó una reedición con prólogos de distintos autores y nuevas tapas. Participaron Tomás Eloy Martínez Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano y Miguel Rep, entre otros.
Hoy, el reconocimiento sigue intacto en sus lectores. La biblioteca y la sala de prensa de su querido Club San Lorenzo de Almagro, una plaza en la ciudad de Tandil -donde vivió parte de su juventud-, un centro cultural y un concurso literario en Mar del Plata, donde nació, también le rinden honor. Y hasta el club italiano Osvaldo Soriano Football Club, fundado por escritores, le rinde tributo.
Tal vez sea más difícil encontrar escritores que lo invoquen en la actualidad. Se puede definir el estilo de Soriano como un grotesco cargado de humor, con reminiscencias del policial negro en sus tramas.
La suya es una visión política de ideología marcada, de aventuras absurdas, cuyas otras marcas son los diálogos con frases cortas y esos finales de historieta que fue su lectura nutriente en la juventud “¿Los herederos? Quizás podríamos pensar en Eduardo Sacheri, Claudia Piñeiro, Sergio Olguín y Hernán Casciari, con la diferencia de que ninguno de ellos aspira a ser canónico como Soriano”, dice la periodista Hinde Pomeraniec, docente en los años 90 y responsable del ciclo de encuentros en la UBA.
El periodista Ángel Berlanga, compilador de su obra periodística y biógrafo de Soriano, observa que “no es fácil dar con un autor que fusione el humor y la ironía con la política; el policial con el cómic y el cine; la historia argentina con el fútbol, con una voz propia, con un estilo tan identificatorio”.
Para el escritor Juan Forn, joven e influyente editor en los años 90, uno de los autores que hoy transita por las huellas de Soriano es Leonardo Oyola. El autor de la novela Kriptonita, llevada al cine por Nicanor Loreti, lo toma como “un piropo” y desde lo literario siente a Soriano “como si fuera un gran amigo”.
El estilo sencillo de su escritura, como si se tratara de una charla de café, las polémicas sobre el escritor popular/escritor populista -en gran parte alimentadas por él mismo-, y una obra cargada de obsesiones personales, gatos, cábalas, guiños cómplices con sus lectores conforman ese todo que en vida fue Soriano. El novelista que no se dejaba ver de día se mostraba iluminado por sus personajes. En los más oscuros, débiles y fracasados, nunca en los galanes y campeones. Ese es el rincón del cuadrilátero que eligió Soriano y dónde encontrarlo.
Un indiscutido en discusiones A estas alturas, la controversia de si el autor fue ninguneado en las aulas de Filosofía y Letras es cosa del pasado. Según el escritor Martín Kohan “alguien ubicó la novela Cuarteles de invierno entre el realismo y la cultura popular”. En su momento, Beatriz Sarlo subrayó que el horizonte de referencia en su obra “no era el de la cultura popular, sino el de la cultura de masas”.
En el plano futbolístico, terreno en el que el “Gordo” dirimía sus cuestiones, sería como decidir quiénes juegan en el equipo y quiénes quedan afuera. Una especie de seleccionado de escritores de todos los tiempos, donde siempre habrá lugar para la disconformidad de un sector y los debates.
Si el hombre que alimentó su literatura de fútbol, peronismo, humor, soledad, fracasos y los avatares de su padre integra o no el canon literario argentino es un deb ate para el futuro. Tal vez los académicos que deciden el canon no sean los mismos de hace dos décadas y Soriano se calce, como describió Hinde Pomeraniec, “la camiseta número 9 de una hipotética selección de la literatura argentina”, en la que según Soriano, “Bioy Casares era el número 10”.
Cuando aún hay opiniones dispares entre los que celebran su obra como metáfora de la realidad argentina en la imaginaria Colonia Vela y quienes lo critican por su simpleza narrativa y lo califican como previsible y efectista, lo innegable es el lugar de Osvaldo Soriano en la historia del periodismo y la literatura

OSVALDO SORIANO

Se cumplen dos décadas de la muerte de Osvaldo Soriano. Buena ocasión para echar por tierra un (otro) mito urbano: que sus libros nunca tuvieron entrada en la Facultad de Filosofía y Letras. Martín Kohan recuerda que fue objeto de estudio en un seminario de grado dictado por Beatriz Sarlo en 1988.
Osvaldo Soriano
por Martin Kohan
Cuarteles de invierno fue el primer libro de Osvaldo Soriano que yo leí. Lo leí hace mucho tiempo, en 1988, cuando cursaba la carrera de Letras; más concretamente, en el marco de un seminario de grado que dictó la profesora Beatriz Sarlo. Me sentí por eso mismo francamente desconcertado cuando, algunos años después, en más de una ocasión e incluso en medios de comunicación de relevancia, me encontré con la furibunda acusación según la cual la profesora Sarlo había obstruido, si es que no directamente impedido, el acceso de la literatura de Soriano a los cursos y a las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (o, en los términos esgrimidos por aquellos vengadores rabiosos: a “la Academia”, pues así es como lo dijeron, sin importarles que la UBA no es sino una parte del ámbito académico nacional, y tampoco que la profesora Sarlo era apenas una, si bien descollante, entre los docentes de la Facultad). ¿Cómo explicarse esa tan burda falsificación de los hechos, ese gusto por tergiversar y pasar de inmediato a los ajusticiamientos sumarios? No hallé otra explicación que la siguiente: que a veces, incluso en los medios, se dicen mentiras.
Recuerdo que en aquel seminario del año 88, alguien ubicó la novela de Osvaldo Soriano entre el realismo y la cultura popular, y a todos, en un principio, nos pareció razonable el planteo. Pero entonces intervino Beatriz Sarlo. Y lo hizo para especificar que no había para ella en Soriano ese discurso en grado uno que el realismo pretende así sea como efecto, que Soriano trabajaba más bien con representaciones de representaciones previas, sobrecodificando tanto las tramas como los personajes. Y que su horizonte de referencia no era el de la cultura popular, sino el de la cultura de masas, distinción ideológicamente crucial que no había que pasar por alto. Luego yo leí Triste, solitario y final, leí No habrá más penas ni olvido, leí El ojo de la patria, leí A sus plantas rendido un león, y el doble encuadre de Sarlo me resultó cada vez más certero y provechoso.
A lo largo de aquel seminario, la novela de Soriano se fue articulando con el realismo picaresco de Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís (y ahí sí se habló de realismo), con la resistencia a los facilismos de la industria cultural de Saer (en las antípodas de Soriano), con la interrogación por la verdad y la historia de Respiración artificial, de Ricardo Piglia (lo contrario de darlas por sentadas, como en Soriano), con la monumentalidad narrativa de Cuerpo a cuerpo, de David Viñas (lejos de la ágil y cordial llaneza narrativa de Soriano), con la elaboración literaria de un imaginario massmediático en El beso de la mujer araña, de Manuel Puig (tan distinta de la inscripción de Soriano en una esfera análoga), entre varios otros autores (Andrés Rivera, Juan Martini, Héctor Tizón, Marcelo Cohen).
Me pareció en aquel momento, y me sigue pareciendo ahora, que la de Sarlo fue una de las mejores consideraciones críticas acerca de Osvaldo Soriano, una de las más exactas e inteligentes. Muy superior, por lo pronto, al hábito rutinario de homenajes forjados con elogios huecos, en los que el jugoso anecdotario personal (es decir, con otras palabras, el amiguismo) decide la valoración literaria y mezcla premeditadamente argumentos con emociones, legitimación crítica con palmoteos en la espalda. Es cierto que en el enfoque de Sarlo la apuesta al canon se orientaba marcadamente hacia la obra de Saer, criterio que al menos a mí me persuadió tanto como me deslumbró Glosa (puede que la mejor novela política argentina de la segunda mitad del siglo XX). Pero eso es perfectamente válido, ya que la crítica nunca es neutral, y en cualquier caso nada tiene que ver con las presuntas interdicciones expulsivas, en nombre de las cuales se han encendido páginas de hogueras.
A veces la paranoia (que alucina elitismos y se lanza a apalearlos con furia), a veces un clasismo pifiado (que supone oligarquías donde en verdad se trabaja por salarios más bien míseros), a veces un psicologismo ramplón (que en nombre del tan recurrido “mercado” da en pensar que el que vende bien, el que prospera en el comercio, ha de despertar envidia en todos los demás) y a veces la pura difamación (empezando por el interesado que, según reveló Hinde Pomeraniec en su momento, gustaba de las mentirillas) entorpecieron a menudo el debate literario. Una práctica que, bien llevada y siendo honestos, suele ser enriquecedora.