ADVERTENCIAS A MÍ MISMO

En el centenario del nacimiento de Norman Mailer

jueves, 1 de diciembre de 2011

NICANOR PARRA

El poeta chileno Nicanor Parra, premio Cervantes

De 97 años y creador de la corriente llamada 'antipoesía', es el autor más veterano en ganar el galardón más importante de las letras hispanas, dotado con 125.000 euros

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 01/12/2011

 
El poeta chileno Nicanor Parra, de 97 años, ha ganado el Premio Cervantes 2011. Es el escritor más veterano en recibir esta distinción. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha anunciado en la sede del ministerio el fallo del galardón más importante de las letras hispanas, dotado con 125.000 euros. Parra (San Fabián de Alico, Chile, 1914), creador de la corriente llamada antipoesía, es hermano de la célebre cantautora Violeta Parra, fallecida en 1967. Académico chileno, matemático y físico, había sonado para el Cervantes varias veces en los últimos años. Precisamente, el próximo número de Babelia, que se publica este sábado, lleva en su portada un perfil de Parra escrito por Leila Guerriero. En él afirma el autor: "Siempre he pescado cosas que andaban en el aire".
Desde 1948, en una antología, ya acuñó los términos a los que ha permanecido fiel en su obra
El jurado destaca la gran independencia creativa de un "gran maestro sin escuela"
Parra es el superviviente del grupo más señero de poetas chilenos contemporáneos, junto a Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y el también premio Cervantes, Gonzalo Rojas (fallecido el pasado abril). Después de publicar en 1937 Cancionero sin nombre, muy influido por el popularismo de Federico García Lorca, llegó en 1954 el libro que marca su obra y parte de la poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, Poemas y antipoemas. Posteriormente, Versos de salón (1962), incluyó un poema en el que afirmaba: Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa. / Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices.
Desde 1948, en una poética (una introducción teórica) para una antología, ya acuñó los términos a los que ha permanecido fiel en su obra: "Busco una poesía a base de hechos y no de combinaciones o figuras literarias. Estoy en contra de la forma afectada del lenguaje tradicional poético".
En 1977 vio la luz Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, sobre un visionario místico que predicaba por las minas del norte de Chile. Antes del Cervantes, ya tenía los premios más importantes de la lengua española, el Juan Rulfo, en 1991, y diez años después el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
La obra de Parra ha tenido en España algo parecido a la buena suerte editorial tratándose de un poeta y latinoamericano. Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores ha publicado este mismo año el segundo, monumental y digamos definitivo tomo de sus Obras completas & algo + (el primero apareció en 2006). Allí reúne la totalidad de la obra del nuevo premio Cervantes supervisada por él mismo, establecida por el hispanista Niall Bins -el gran experto en su obra- y cuidada por el crítico Ignacio Echevarría. Existen, además, buenas antologías como Parranda larga (Alfaguara), a cargo de Elvio E. Gandolfo, una amplia selección de sus libros, poemas visuales (artefactos los llama él) incluidos. Publicado el año pasado, ese título vino a sumarse a ediciones ya históricas como Chistes para desorientar a la policía/poesía (Visor) o Poemas y antipoemas (Cátedra), a cargo del catedrático de la Universidad de Chicago René de Costa, estudioso de la vanguardia hispánica y comisario además de la muestra que en 1992 expuso en Valencia la obra visual de Parra al lado de la de Joan Brossa.
Influencia en Bolaño
Parra ha ejercido enorme influencia, entre otros, en el fallecido novelista Roberto Bolaño, quien le consideraba a la altura de Jorge Luis Borges y César Vallejo. "Escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado", dijo de él. Bolaño afirmó también que, "el que sea valiente, que siga a Parra". El chileno representa la adaptación a la lengua española de lo que el crítico Julio Ortega llamó "el dialoguismo civil de la moderna poesía inglesa", más cercana al lenguaje hablado y de la conversación que la elevación lírica y a veces épica de su compatriota Neruda.
Parra sucede en la nómina de galardonados con el Cervantes a la catalana Ana María Matute. Desde 1976 han recibido el considerado como Nobel de las letras castellanas 36 escritores españoles e hispanoamericanos. El premio, creado en 1975 por el Ministerio de Cultura, reconoce la figura de un autor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico. Y aunque no figura en la bases del premio, habitualmente se cumple una acuerdo tácito que reparte alternativamente el galardón entre Hispanoamérica y España. Así se ha cumplido una vez más la tradición.
Presidió el jurado una mujer
Por primera vez, una mujer ha sido presidenta del jurado, la científica Margarita Salas. El poeta José María Micó, miembro del jurado, ha dicho que se ha valorado en Parra su larga trayectoria, que sea un poeta activo, de gran independencia creativa y al que ha calificado de "gran maestro sin escuela". En el momento de hacer público el galardón el jurado no había hablado aún con él.
Tras conocerse el premio, el fundador y director de la editorial Anagrama, Jorge Herralde, desde Guadalajara, donde se celebra la feria internacional del libro más importante del mundo hispano (la FIL), ha dicho sobre Parra: "es uno de los mejores premios Cervantes que se han dado y debería haberlo ganado antes. Le descubrí hace mucho en Oxford, leyendo sus Poemas y antipoemas, ha recordado Herralde, informa Winston Manrique.
"Nicanor sigue la senda de la gran familia Parra, cuya creatividad, talento y genio nos llenan de orgullo a todos los chilenos", ha escrito en su cuenta de la red social Twitter el presidente de Chile, Sebastián Piñera. Según el mandatario, el galardón es "un justo reconocimiento a su enorme genio y talento poético".
El escritor chileno Ariel Dorfman, mediante correo electrónico, también ha saludado el galardón: "Qué maravilla y qué delicia. Parra ha transformado, desacralizándolo, nuestro idioma. Me muero de ganas de oír el anti-discurso que va a pronunciar cuando le entreguen el premio. Cervantes y Parra unidos, jamás serán vencidos...".

"Ayer estuve con él y no habló del Cervantes"

Patricio Fernández, director del semanario chileno The Clinic y autor del blog en EL PAÍS Lejos de todo, ha dicho que ayer miércoles estuvo con el galardonado "todo el día y no se refirió al Cervantes".
"Pasamos un día tranquilo, almorzando en Las Cruces" (región de Valparaíso), dice Fernández, que conoce a Parra "desde hace 12 años". "Nos hemos hecho muy buenos amigos". Dice de Parra que sus "anécdotas, aciertos y buenas ideas son infinitas". "No podría elegir una". ¿Cómo le conoció? "Un día fui a su casa y le propuse que hiciera algo para mi revista, que es muy parecida a la que él hizo, El Quebrantahuesos". Así, durante algún tiempo escribió una página que se llamaba Hojas de parra, como su libro.
Después inició otra sección que se llamaba Adivina de quién es este poema, sobre poesía chilena. De hecho, una vez hicimos un especial Parra, un número dedicado a él con textos inéditos, críticas y comentarios".
A Fernández le hace muy feliz que le hayan dado el Cervantes a Parra porque "ha costado mucho que le reconozcan y eso que es el poeta más importante de Chile desde hace rato.Creo que gracias a la publicación de sus obras completas se le ha empezado a reconocer más". "Hoy he intentado llamarle, pero no contesta, sería muy propio de Nicanor no coger el teléfono porque no hay nada que le guste menos que responder preguntas".
ANA MARCOS

miércoles, 23 de noviembre de 2011

FLAUBERT Y BAUDELAIRE

El juicio a los malditos

Flaubert y Baudelaire fueron enjuiciados por obscenidad en 1857 luego de publicar sus libros “Madame Bovary” y “Las flores del mal”. La publicación de sus actas permite analizar los ejes de la discusión.

POR Dolores Gil

La sala del Palacio de Justicia de París estaba llena la mañana del 29 de enero de 1857. El abogado imperial Ernest Pinard, de quien más tarde se dijo que era autor de una colección de poemas eróticos y aficionado a la pornografía, acusa, durante una hora y media, a la novela Madame Bovary por obscenidad. El juez de turno es un literato aburrido de los casos comunes y en varios momentos, según cuenta Geoffrey Wall, el biógrafo de Gustav Flaubert, no puede contener la risa frente a la solemnidad del fiscal. Siete meses más tarde Pinard volverá al ataque contra otro de los libros que abren el camino de la modernidad: Las flores del mal, de Charles Baudelaire. En el volumen El origen del narrador se reúnen las actas de dichos procesos. ¿Cuál es el sentido de leer la transcripción de estos juicios en una serie? Ambas obras inauguran una nueva sensibilidad literaria y parecen gritar, cada una a su manera, que otras cosas se pueden contar y cantar.

Ocurridos en enero y agosto de 1857, ambos escritores debieron comparecer ante Pinard por acusaciones que incluso entonces sorprendieron a la opinión pública francesa. La discusión acerca de la pertinencia de los delitos imputados (ofensa a la moral religiosa y a la moral pública) no tiene sentido hoy en día. A Madame Bovary se la condena por un puñado de escenas en que el ojo del narrador es demasiado lascivo o mezcla peligrosamente lo sagrado con lo profano, como cuando se le otorga la extremaunción a Emma, y se enumeran sus pecados y sus bellezas corporales. A los seis poemas de Las flores del mal se los acusa de “cantar la carne sin amarla”, de destilar un veneno embriagante y abyecto, como en “Lesbos”, donde el poeta es iniciado en los misterios del amor entre mujeres: “Lesbos, donde los besos son como las cascadas /que sin miedo se arrojan en abismos gigantes, / y corren, con sollozos y quejas sofocadas, /tormentosos, secretos, profundos y hormigueantes ”. La vara con que se mide la obscenidad de las obras no está clara ni siquiera para los propios acusadores, que operan como cirujanos tratando de extirpar un tejido canceroso de una masa de carne sana. La importancia de estos juicios, empero, radica en la posibilidad de pensar, de allí en más, a la literatura como una esfera independiente, que ya no debe justificar sus temas, formas y procedimientos ante nadie que no sea el ávido público lector que, en parte impulsado por los escándalos de los juicios, encontraron ambos textos. Las actas de estos juicios nos permiten volver al momento en que se empezó a pensar la separación entre autor y narrador, entre poeta y yo lírico.

Originalmente, Flaubert pensó publicar Madame Bovary en la Revue de Paris en entregas quincenales a partir de julio de 1856. Que su primera novela viera la luz fue un incordio para el escritor: los editores retrasaban la salida de las entregas por miedo a una acusación de inmoralidad (la revista ya estaba bajo sospecha) y por desacuerdos entre ellos. Le propusieron hacer recortes de escenas enteras que para Flaubert eran imprescindibles. Aceptó de mala gana, adelantándose al juicio y acusándolos de ensañarse con los detalles y perder de vista el verdadero sentido de la obra. Finalmente, decidió además publicarla en su versión íntegra con el editor Michel Lévy. El juzgado citó al autor, al editor y al distribuidor en diciembre de ese mismo año. La obra recibió en un primer momento halagos del poeta Lamartine, cuyas promesas de apoyo se esfumaron cuando sobrevino el juicio. La novela trataba sobre una joven de campo demasiado educada y con aspiraciones románticas que se casa con un hombre mediocre, no de muchas luces pero de buen corazón y que entra, un poco llevada por el hastío que le provoca su vida doméstica, un poco por la disposición de su espíritu, en una espiral de adulterio, insatisfacción y síntomas neuróticos que la llevan, finalmente, al suicidio. El tema es banal, inadecuado e insólito: su prosa pulida hasta el cansancio, fluida, rigurosa. Flaubert escribía quinientas palabras por semana, y a ese ritmo lento y sostenido, luego de cinco años y varias crisis nerviosas, dio a conocer un personaje que como el Quijote, Hamlet o Anna Karenina es la literatura misma.

El mismo año, 1857, Baudelaire publicó por medio de su editor, Poulet-Malassis, Las flores del mal, un volumen que reunía quince años de trabajo poético. El libro abre con un famosísimo poema-increpación que iguala al poeta y al lector y que es la síntesis de los temas que lo ocupan. Allí acusa al lector del peor de los vicios, el spleen, gozado y odiado al mismo tiempo: “¡Es el tedio! De llanto involuntario llena/la mirada, su pipa fuma y sueña patíbulos. / Tú conoces, lector, al delicado monstruo, / hipócrita lector, mi igual, ¡hermano mío!”. Spleen de las grandes ciudades y de la vida moderna, los poemas de Las flores del mal se van poblando de lujuria, paraísos perdidos, muerte, hastío y mal. La caída del alma es voluntaria, porque el mal se abraza de una vez y para siempre. Walter Benjamin afirmó que Las flores del mal es la última obra lírica que haya ejercido influencia en Europa, y que con su poesía Baudelaire sitúa “la experiencia del shock en el corazón del trabajo del artista” en que el trauma “se traduce en imagen violenta”. Baudelaire es tal vez el poeta que mejor traduce la angustia que provoca la vida moderna en el yo. No es extraño que algunos hayan levantado su voz frente a estos textos, flores envenenadas que venían a usurpar el lugar canónico de lo poético. Hay poesía y belleza en el mal, en la náusea, en la perdición, en el aburrimiento, parecen decir. Otra vez, la pelea se da por las nuevas formas que empiezan a circular.

Una paradoja interesante se instala al leer estas actas. La lectura que hace Pinard de la novela de Flaubert es minuciosa, exhausta y detallista. Mientras el defensor se limita a argüir que la novela condena el pecado mostrando cuáles son sus consecuencias, Pinard pone el ojo en las escenas que revelan, pese a lo que está dispuesto a aceptar, que Flaubert es un maestro de la prosa. Incluso Pinard lo expresa: el trabajo de Flaubert es admirable desde el talento, pero execrable desde lo moral. El famoso pasaje en el que Emma y Léon se acuestan por primera vez dentro de un coche de alquiler que da vueltas frenéticas por Ruán muestra que para decirlo todo a veces es mejor callar casi todo. Y la potencia de la elipsis no se le escapa al fiscal: que no esté explícito no significa que no comprenda lo que un texto puede decir más allá de su letra. Y es que Flaubert pudo condenar a su personaje estéticamente, pero nunca éticamente. El error de la defensa consiste en querer demostrar que si bien la heroína se revuelca en el fango casi sin culpas durante la mayor parte de la novela, tarde o temprano el autor le propina su merecido como expiación de un comportamiento inadecuado. Pinard es agudo, y sabe del poder de la literatura. Un segundo argumento en su contra tiene que ver con el efecto que podría producir la lectura de la obra en el público femenino, el bovarismo a pleno. En una carta, Flaubert no deja dudas al respecto: “No escribo para muchachitas, escribo para el hombre culto”. En realidad, lo que verdaderamente molesta al fiscal tiene su origen en la nueva poética que enarbola Flaubert como parte de la estética realista, sobre todo en lo que refiere a la supresión de la jerarquía entre temas altos y bajos y al tratamiento del narrador y del punto de vista. Pinard no es moderno y no comprende aún que autor y narrador son cosas distintas. En cierto sentido, sin embargo, se adelanta a Barthes, porque sospecha que en el fondo todo “yo” asume su máscara, y que la separación entre autor y narrador que se está gestando es sólo una ilusión. El último argumento de Sénard, el abogado de Flaubert, parece un manotazo de ahogado: tienen que absolverlo porque escribe bien. Así se hizo, previa reprimenda. El tribunal consideró que la novela carecía de severidad en el lenguaje como para condenar efectivamente a su heroína, que la reproducción de caracteres y de color local “conduciría a un realismo que sería la negación de lo bello y de lo bueno”, que los pasajes acusados eran reprensibles pero poco numerosos en comparación con la extensión total de la novela y, finalmente, que Flaubert “cometió el error de perder a veces de vista las normas que todo escritor que se respete nunca debe violar”, aunque esto no fue causa suficiente para encontrar al autor culpable del delito que se le imputaba.

El abogado defensor de Baudelaire intentó apelar a argumentos similares en su juicio. Chaix D´est Ange empieza con la misma perorata de que el mal que se pinta es el mal que se condena, para luego utilizar un recurso mucho más eficaz, la lectura de los poemas. Llega incluso a leer “Al lector” en clave moralista, como si el poeta fuera el canónigo que, una vez despojada de su retórica, pronuncia esta pieza desde el púlpito. Otros autores empiezan a aparecer en la defensa: Lamartine, de Musset, Béranger, Balzac. El abogado se ha preparado un dossier literario, una antología de fragmentos de obras de autores consagrados que podrían ser tan o más obscenos que los poemas acusados de Las flores del mal. La poesía de Baudelaire es sublime, dice Chaix D´est Ange, incluso cuando pinta los horrores menos pensados. “Lesbos” y “Mujeres condenadas”, dos de los poemas más problemáticos para el tribunal, son para el defensor, desde el punto de vista poético, dignos del más alto elogio. El abogado parece intuir que hay en la poesía una fuerza, algo que no es de este mundo, y cuando se le agotan los argumentos dice: “Oigan. Escuchen qué versos. ¿Quién puede condenar a un poeta como éste?” En efecto, este tribunal lo condenó, aunque no por el cargo de ofensa a la moral religiosa, pero sí por ofensa a la moral pública y a las buenas costumbres. El famoso crítico Sainte-Beuve actuó tibiamente, ya que brindó en una carta argumentos para una defensa, pero no la hizo pública hasta mucho después del juicio. Baudelaire debía suprimir seis poemas del volumen y pagar una multa de trescientos francos. Lo que más le molestó no fue la acusación por inmoralidad (Baudelaire ya sabía que sus poemas ofenderían a la moral burguesa, allí radicaba parte de su fuerza), sino que éstos, según la sentencia, conducían “a la excitación de los sentidos mediante un realismo grosero y ofensivo para el pudor”, lo que le produjo bastante irritación.

Los juicios que sufrieron ambos autores abren, en la literatura del siglo XIX, una discusión insoslayable: la cuestión de la autonomía del arte, la relación entre literatura y sociedad. Lo singular es que ambas defensas parecen estar construidas sobre un desvío. Los dos abogados argumentan equivocadamente, puesto que tanto Madame Bovary como Las flores del mal no pintan el mal para condenarlo, como suponen los letrados, sino que inauguran lo que Rancière llama, en Política de la literatura, una nueva circulación de lo sensible. Rancière llama “democracia de la literatura” a “una cierta forma de intervenir en el reparto de lo sensible que define al mundo que habitamos: la manera en que éste se nos hace visible y en que eso visible se deja decir, y las capacidades e incapacidades que así se manifiesta.” ¿Cómo decir lo nuevo? La literatura moderna irrumpe a pesar de las resistencias que ofrecen los viejos bastiones del arte. Hay que detenerse en el hecho de que el novelista haya sido absuelto y el poeta no: la poesía puede llegar a tener un contacto más evidente con una verdad que radica en el yo, mientras que la ficción, por más realista que sea su tono, es, en última instancia, una agradable mentira, y por lo tanto, menos peligrosa. El problema de ambas obras parece residir en la incomodidad que genera la falta de adecuación entre estilo y contenido. Lo que se juzga, más allá de los temas, es una forma de mirar, una forma de sentir. Los fiscales y acusadores piensan que están hablando sobre el contenido de estos dos libros, pero en realidad lo incierto, lo moderno radica allí donde narrador y yo poético establecen una relación nueva con aquello que designan.

JULIA KRISTEVA EN BS AS

PERLAS > JULIA KRISTEVA REPASA SU VIDA PASEANDO POR BUENOS AIRES

Poderes terrenales

Emigrada de Bulgaria a los 25 años, joven prodigio en la París del estructuralismo, lingüista y semióloga admirada por Lacan y Barthes, psicoanalista fundamental en la superación poslacaniana, en los últimos años Julia Kristeva se ha entregado a “las enfermedades del alma”, a las posibilidades de un nuevo humanismo y a tender un puente entre la necesidad de creer y el deseo de saber. De paso por Buenos Aires para dar una conferencia y recibir un doctorado honoris causa de la UBA, en su tiempo libre paseó por la ciudad con su amigo (y editor de varios de sus libros) el psicoanalista Fernando Urribarri y recorrió una vida que empezó en otro Rosedal, allá en Bulgaria.

 Por Fernando Urribarri

A diferencia de ciertos intelectuales obsesionados por mostrarse muy dueños de su saber y de sí mismos, Julia Kristeva transita con extraordinaria libertad por entre sus múltiples territorios: literatura, semiología, lingüística, filosofía, psicoanálisis. Cierta pasión por la alteridad parece impulsar a esta “extranjera” –como la bautizó Roland Barthes al captar y festejar tempranamente su capacidad de desestabilizar las identidades y los saberes–. Algunas décadas después en Buenos Aires, con la misma mirada soñadora, afilada, dice: “Yo me viajo”. Esta fórmula con la que condensa su estilo y su biografía, sorprende cuando la despliega como diálogo, en una entrecortada e ininterrumpida conversación porteña de casi cuatro días. “Nos viajamos”. Mientras paseamos por la ciudad, ella me conduce por su historia, indisociablemente íntima e intelectual.

CORRE, JULIA, CORRE

Caminamos a pleno sol por el Rosedal de Palermo. Está contenta porque en ninguna otra parte había vuelto a encontrar un rosedal como el de Silven, la ciudad de su infancia. “Cuando yo era chica parece que era algo retraída y que no hablé casi nada hasta los dos o tres años. Hasta que un día en el rosedal tuve una emoción, un entusiasmo tan grande, que empecé a correr y a correr. De felicidad. Corría y corría y me tropezaba y mi madre me gritaba que pare. Pero yo seguía corriendo, cayendo, raspándome las rodillas, levantándome. Mi madre se desesperaba. Pero yo seguía y le gritaba ‘no es nada mamá (es sólo un poco sangre)’. Parece que desde ese día cambié.”
Hablar de corridas me hace pensar en su escape del Este hacia el Oeste europeos. Se lo digo. “Llegué a Francia en 1965 con una beca. Pero no fue fácil. El problema con estas becas era que las autoridades comunistas de Bulgaria sólo se las ofrecían a los viejos, que no hablaban francés. Así que nadie las aprovechaba. Yo hablaba bien francés y hacía una tesis sobre el Nouveau Roman. Mi director de tesis tuvo la ocurrencia de hacer que me presentara. Y también tuvo la astucia de aprovechar la ausencia del director de la universidad, que se oponía a los viajes al extranjero. Así que me presenté al examen, obtuve la beca y al día siguiente estaba volando a París. Llegué a fines de 1965, en las vísperas de Navidad, con 24 años, cinco dólares en el bolsillo y una beca que empezaba en febrero... –hace una pausa y su mirada vuelve a encenderse–. Pero también seguí y no fue nada.”
La evocación del episodio infantil, con sus corridas y sus rosas de sangre en las rodillas, me hace pensar en sus ideas más recientes acerca del tiempo. “Es una parte clave de mi investigación actual acerca de la pasión materna. Ocurre que de Platón a Heidegger la tradición filosófica, principalmente masculina, liga el tiempo humano a la finitud. Para el ser parlante el tiempo estaría determinado por la amenaza de la muerte, la conciencia de la mortalidad. Se hace del tiempo el tiempo de la muerte. Claro que la obsesión de la muerte no es extraña a la experiencia materna, por la fragilidad del niño: toda madre piensa en ello. Pero hay otra dimensión de la experiencia materna, que es distinta de la que puede tener el hombre. Es el tiempo del comienzo, del nacimiento: es otra marca del tiempo, que se renueva con cada hijo y con la siguiente generación. Es el tiempo de la vida. Esta es la cuestión de gran calado filosófico que denomino del inicio, o de la eclosión. Que no se reduce a la experiencia de parir, sino que está abierta a toda otra serie de experiencias humanas a la vez corporales y simbólicas. Si bien esto fue percibido intuitivamente por algunos filósofos, yo encuentro una referencia extraordinaria en esa gran escritora que fue Colette. Para ella el gran acontecimiento trágico, que marca la condición humana, no es la muerte sino la eclosión, el nacimiento, el inicio. Que está cargado de tensiones y de ambivalencia: de posibilidades de creación y de destrucción.”

FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO: SOLLERS, BARTHES & CIA.

En la vida y la obra de la autora de El genio femenino, feminista heterodoxa, los hombres están lejos de ser intrascendentes. “En París me salvó encontrar muy pronto a Philipe Sollers. Nos enamoramos inmediatamente, nos casamos al poco tiempo y jamás nos separamos. Hace poco festejamos 40 años juntos, ¿qué tal? Fue Philipe quien me introdujo de lleno en el medio intelectual parisiense, en una época dorada, de plena efervescencia cultural, estética, política. El ya dirigía la revista Tel Quel, y era un joven novelista cercano al Noveau Roman. Me llevó al seminario de Lacan, a quien luego empezamos a frecuentar.” Como en una película (o en uno de esos programas donde al entrevistado lo cruzan “en vivo y en directo” con alguien de su entorno) suena el celular y es el mismísimo Sollers. Pregunta si van a ir o no a Venecia, en 15 días, a cierto evento. Cuando cortan, su esposa dice con ternura: “Llama seis veces por día. Pensar que tiene toda esa fama de Don Juan”.
“Otra persona fundamental fue Roland (Barthes). Incluso podría decirse que él ayudó a salvar nuestro matrimonio. Esto muy pocos lo saben. La familia, burguesa, de Sollers me aceptó bastante bien cuando me presentó como su novia. Pero cuando les dijo que íbamos a casarnos nos cerraron las puertas. Literalmente, un día fuimos a la casa de campo y nos dejaron afuera. Tuvimos que irnos a un hotelito. Y por supuesto no vinieron a nuestro casamiento. Así estaban las cosas cuando resulta que la madre de Philipe escuchó en la radio a Barthes hablando, parece, muy bien de mí. De pronto la pequeña campesina del Danubio, la búlgara arribista, era una investigadora respetable. Rápidamente la mamá me llamó y volvimos a ser aceptados y colorín colorado. ¡Todo gracias a Roland!”
Barthes la acogió en su seminario y la apoyó con formidable generosidad desde el vamos. La honró con una pronta invitación a hacer una exposición acerca de las ideas del lingüista ruso Mijail Bajtin, y luego le dio su pasaporte al reconocimiento público al hacerla editar en la prestigiosa revista Critique. Un poco después, en 1971, fue este maestro y amigo el que se ocupó de transformar el reconocimiento en consagración al dedicarle el ya clásico articulito “La extranjera”. “Para mí fue una sorpresa total. No me había avisado nada. Abro la Quinzaine Litteraire y ahí estaba. Roland supo descubrir mis defectos, pero para volverlos promesas de elaboración, de riguroso análisis de mí misma, del lenguaje y de los demás en cuanto se encerrasen en cualquier pasión endogámica. Distinguió en mis precipitaciones juveniles una ‘extranjeridad’ fértil de la que me investía quizá con excesiva generosidad. Aunque ese gesto no era inocente en la medida en que abría el Templo de las Letras Francesas a unos inmigrantes que no dejarían luego de perturbar el buen gusto para franquear a la literatura gala un acceso al tercer milenio.”
Aquello fue, sin duda, el comienzo de una extraordinaria amistad: “Tuve suerte de ser entendida amistosamente. Cuando quise investigar el Nouveau Roman descubrí que debía remontarme a su historia, y por lo tanto abrir la estructura. Y tuve la suerte de que los propios estructuralistas, como Barthes y Levi Strauss, apreciaran mis ideas. Así pude enriquecer a este movimiento con las nociones de ‘intertextualidad’ y de ‘dialogismo’, y de enriquecer la semiótica con el psicoanálisis proponiendo un ‘semanálisis’ colaborando al surgimiento de lo que se suele llamar posestructuralismo”.
Pero esa amistad no tocó sólo a los movimientos y a las corrientes que ayudaron a forjar: “En cuanto a Roland, me siento muy contenta de haber podido influir, o mejor dicho favorecer, ese cambio en su obra que puede leerse en su interés por ‘el placer del texto’, por ‘el discurso amoroso’. Esa expresión me recuerda una veta, un poco de comedia, que en cierto modo viene al caso. Mi amiga Teri Damisch y su marido, que eran también sus amigos y vecinos, me han sorprendido contando mucho más tarde cómo Roland se declaraba enamorado de mí. Incluso declaraba sin ninguna ironía, aunque con su sereno humor, que si no hubiese estado yo casada él me hubiese propuesto matrimonio. Ves que hay algo de una comedia de enredos: puesto que había sido él quien sin saberlo había salvado mi matrimonio”.

DE LACAN A GREEN: LA REVUELTA PSICOANALITICA

Sabemos que la lingüista autora de La revolución del lenguaje poético se interesó desde los años ‘60 en el psicoanálisis, llegando a proponer un “semanálisis”. Pero sólo a mediados de los ‘70 la pasión por el psicoanálisis devino deseo de analizarse y luego vocación analítica. Este cambio fundamental iba a incidir decisivamente en su recorrido y en su obra.
“El viaje a China en 1974 marcó un punto de viraje, en lo político y en lo personal. Si querés puede decirse que fue el fin de la pasión política y el comienzo de la pasión o la vocación psicoanalítica. Yo no era realmente maoísta, aunque caí en algunas tentaciones pro chinas, con los sectarismos que ya sabemos. Me había interesado la lengua, la había estudiado, y fui a China con la esperanza de que floreciese un verdadero socialismo —a diferencia de la pesadilla burocrática europea—. Pero la decepción fue masiva. Volví, un poco en crisis, decidida a analizarme. Pero antes de seguir contándote tengo que decirte que Lacan, a último momento, no vino al viaje a China. Porque estaba mal con su amiga de entonces. Justamente unos días antes de viajar íbamos a cenar los cuatro, en su restaurante favorito, y ella no llegaba. Lacan estaba terriblemente inquieto y nos propuso acompañarlo hasta la casa de ella. Tocamos el timbre y nada. Estábamos en la vereda, y yo miré hacia arriba y en su ventana vi a un hombre. ‘Uy, un hombre’, dije con una espontaneidad algo tonta. Lacan no pudo con su genio y quiso subir. Cuando ella finalmente abrió la puerta resultó que aquel hombre era un discípulo de Lacan, un analista que supervisaba (sus casos) con él. Ahora bien, te cuento todo esto para que comprendas mi sorpresa y mi decepción cuando al regreso del viaje le pedí a Lacan que me recomiende un analista... y me recomendó a aquel hombre en la ventana. Esa promiscuidad algo perversa me shockeó y me confundió. Por suerte se lo conté a un amigo búlgaro, el lingüista Ivan Fonagy, que me ayudó a no equivocarme y me recomendó a una gran analista, Ilse Barande. Entonces dejé de asistir al seminario de Lacan.”
Tras abandonar el seminario y empezar a atenderse con Barande, Kristeva decidió formarse como psicoanalista en la Sociedad Psicoanalítica de París. Pero eso no significaba repudiar a Lacan: “En 1977, cuando publiqué mi libro Polylogue, Lacan me llamó, me invitó a hablar en su seminario. Aunque no acepté, nos volvimos a encontrar. Elogió el libro y me dijo: ‘Usted no tiene necesidad de mi escuela’. Yo creo que en esa época Lacan ya estaba harto del lacanismo y empezaba a pensar en disolver su escuela. Pero él siempre valoró mi trabajo. Como psicoanalista yo soy nieta de Jacques Lacan e hija de André Green, que fue su discípulo pero que luego desarrolló un pensamiento propio. Es decir que soy una analista poslacaniana. Me inscribo en una filiación freudiana antidogmática, que lee a los grandes autores posfreudianos (como Lacan, Klein, Bion, Winnicott y otros) que han enriquecido el pensamiento psicoanalítico a la luz de los desafíos clínicos y culturales actuales. Reconozco el aporte de Lacan para renovar el psicoanálisis, especialmente para re-centrar la experiencia analítica en torno del lenguaje. Pero también reconozco los límites reduccionistas de una perspectiva que no incluye suficientemente el afecto, el cuerpo, la historia. La crítica de ese reduccionismo y el desarrollo pionero de esas cuestiones ha sido el rol fundamental de Green, junto con otros, para que el psicoanálisis devenga contemporáneo. Los autores poslacanianos como Piera Aulagnier o Didier Anzieu me han permitido entender lo que he llamado ‘las nuevas enfermedades del alma’ (como los estados limítrofes, la anorexia, las adicciones, la psicosomática, etc.). Son cuadros que requieren un abordaje capaz de escuchar lo infralingüístico, lo pulsional irrepresentable, lo que Green denomina ‘la heterogeneidad del significante analítico’. Es en esta línea que se inscriben mis investigaciones acerca de lo semiótico. Por otra parte, André es un amigo, con buen sentido del humor. Lo llamé hace unos días a mi regreso de Italia, tras participar en el primer encuentro humanista de laicos con el Papa. ‘Te felicito –se reía– ahora sos la Papisa del Psicoanálisis”.

UN HUMANISMO PARA EL SIGLO XXI: DEL PADRE AL PAPA

El interés por la religión de la autora del reciente Santa Teresa no es nuevo, pero sí renovado. Su eje conceptual, psicoanalítico, es el que pone en tensión la necesidad de creer y el deseo de saber. No sólo estudia el pasaje de lo primero a lo segundo, y la búsqueda del predominio relativo de éste. Antes que nada bucea en los fundamentos antropológicos de la necesidad de creer, postulando en la pasión materna un grado cero de la otredad y del pensamiento que denomina “religancia”. De este modo concibe una dimensión pre-religiosa de la creencia, en correspondencia con un vínculo con el otro distinto del “religare” de las religiones monoteístas que remiten siempre al padre.
En un plano distinto, estas investigaciones se correlacionan con una activa militancia a favor del diálogo entre laicos y religiosos, cuyo punto culminante ha sido el mencionado encuentro con el Papa. Difícilmente pueda ignorarse en todo este trabajo teórico y político la fundamental relación de Julia Kristeva con su papá. Stoynan Kristeva fue un católico ferviente que vivió su fe como parte integral de su resistencia impenitente contra el estado totalitario. Fue perseguido y perjudicado de muchas maneras, como la de impedirle ejercer su profesión de médico, o la de negarle eternamente una visa para viajar a Francia. El extremo fue su “asesinato” (tal como su hija lo define) en un hospital en el que la burocracia lo privó de los caros medicamentos necesarios y lo utilizó como cobayo para experimentos quirúrgicos.
Este padre que la estimuló siempre a expresarse y que aceptó su ateísmo le permitió también “conocer y experimentar la fuerza de resistencia que anida en la fe. Amé su sensualidad, su misterio, ese retraimiento que nos hace sentir en la celebración litúrgica los dolores y los goces de otro mundo. Ella imprime en nosotros el sentimiento —que no es más que una certidumbre racional— de que no somos de este mundo. Impresión ilusoria ¡pero tan feliz y tan liberadora y creativa!”. En la continuidad de las disputas amistosas con su padre, hoy Kristeva sueña con la transvaluación nietzscheana de la fe como un aporte a un nuevo humanismo. Un humanismo evidentemente laico que relance el proyecto inconcluso de la modernidad, siendo capaz de dar cuenta y de transformar “esa increíble necesidad de creer” (como se titula uno de sus libros más recientes). “Un humanismo para el que propuse, en el encuentro con el Papa, no diez mandamientos (me mira con picardía) sino diez principios para el humanismo del siglo XXI.”
El diario Libération lo festejó titulando: “Kristeva habla de Sade y de Freud frente al Papa”. Pero le confieso que me siento más cerca de la apasionada autora de El porvenir de la revuelta que de la autora fascinada por Santa Teresa. Y parafraseando a Borges le suelto: la amistad es una pasión salvadora. “El don de la amistad”, pronuncia con humor pero sin ironía. La amistad, esa pasión sublimada, quizá sea la clave más evidente e ignorada del recorrido de Julia Kristeva.

sábado, 12 de noviembre de 2011

JULIA KRISTEVA: PSICOANÁLISIS Y LITERATURA

Julia Kristeva: "Psicoanálisis y literatura son la misma cosa"

Referente ineludible de las teorías lingüísticas, la relación entre la literatura y el psicoanálisis y las políticas de género, esta discípula del Roland Barthes estuvo en Chile donde aportó sus nociones a las manifestaciones estudiantiles y por estos días llega a Buenos Aires para dictar una serie de conferencias y recibir un Honoris Causa en la UBA.

POR Mauro Libertella

Tengo que confesar que cuando me hablan de Julia Kristeva, yo digo ¿quién es esa? Mi hijo me dice ‘no me gusta Julia Kristeva. Prefiero simplemente a Julia’. Yo estoy en un momento avanzado de mi vida, y al mismo tiempo no me siento en la hora de los balances. En mi familia, en Bulgaria, mi madre, de una genealogía de varias generaciones de misticismo judío religioso, era bióloga, y me había transmitido el darwinismo. Mi padre era muy creyente, y había hecho el seminario antes de ser médico; esa era su forma de resistir un poco al comunismo duro. A través de lecturas nos transmitió el amor por las lenguas, pero su religión era sobre todo la cultura. Me empujaban fervientemente a mí y a mi hermana a aprender lenguas extranjeras. Bulgaria, además, es el único país del mundo que festeja un día de la cultura, todos los 24 de mayo, que es el día de la creación del alfabeto eslavo. Sé, por lo pronto, que en ese contexto me crié. Cuando llegué a Francia, al alba del año 68, cuando la universidad francesa empezaba a desperezarse, recalé directamente en los cursos de Roland Barthes y de Emile Benveniste. Que yo fuera una mujer no era un obstáculo. No había muchas mujeres, y tampoco muchas extranjeras, por lo que me había erigido en una especie de curiosidad. Yo tuve suerte de haber caído en ese contexto; el grupo Tel Quel y mi marido Philippe Sollers estaban muy abiertos a lo que yo pudiera decir, y era paradójico ver a una joven que no era tan fea y decía cosas”. Suerte de autobiografía jibarizada, museo en miniatura de una educación intelectual, Julia Kristeva, tan joven como siempre, espeta estas palabras desde el escenario de un teatro en la ciudad chilena de Valparaíso. Las arroja como se lanzan dardos al vacío, pero ahí abajo es lo opuesto al vacío y sus ideas encuentran un eco efervescente: cientos de jóvenes chilenos anotan las palabras de la pensadora con la voracidad con la que se desgrana una letanía o se repite el estribillo de una canción de rock. Es el último día del Puerto de Ideas, la primera edición de un festival cultural que llevó a las costas de esta ciudad alucinante a estrellas intelectuales como Carlo Ginzburg, Marc Augé y la propia Kristeva, entre otros. Es el primer eslabón de una modesta pero largamente esperada gira por ciertos puntos neurálgicos de Latinoamérica, y que la trae por estos días a Buenos Aires a recibir el título Honoris Causa de la UBA e impartir dos conferencias en la UNSAM.
Ahí fuimos, entonces, para hacerle algunas preguntas a una de las más complejas y luminosas pensadoras de una camada francesa que cruza disciplinas y que caló en la academia y los libros de nuestro país con una hondura profunda y hasta ahora indeleble. Condensadísima hoja de vida: de formación lingüística y semiológica, llegó con 24 años a la París de la primavera convulsionada y se insertó rápidamente en los grupos intelectuales de avanzada. Se podría decir que la creación de las universidades interdisciplinarias que emergieron en esos meses fueron el toque mágico que las inquietudes de Kristeva necesitaban para terminar de materializarse. Su pareja, el escritor Philippe Sollers, la convidó a participar en las páginas y las reuniones de la revista Tel Quel, que supuso una modernizante cruza de teorías formalistas con psicoanálisis, lingüística, filosofía y literatura. Fueron los años, también, en que los teóricos franceses forzaron los cimientos del estructuralismo hasta hacerlo languidecer, y aparecieron entonces con fuerza las corrientes posestructuralistas que marcarían la impronta colectiva del grupo. Sus primeros libros son tratados recargados y puntillosos, apuntalados siempre por certidumbres teóricas bien de época.
Semiótica y La revolución del lenguaje poético se pueden leer en esa línea. Huidiza por natualeza y vocación, Kristeva sin embargo no se quedó encandilada por las propuestas juveniles de sus días de formación, y fue revisando sus postulados hasta el punto de repensar el hecho artístico más en términos de experiencia que de lenguaje puro, como quería el primer tel quelismo. Varios son los elementos que le permitieron “desencapsular” lo más rígido de las teorías del lenguaje: el psicoanálisis en general y el lacaniano en particular (que para la autora fue siempre un agente conflictivo, a veces dramático, en tensión permanente con lo freudiano), el feminismo, la política. En el prólogo a la edición correspondiente al año 1994 de Sentido y sinsentido de la revuelta apunta que “procuraré integrar en los ámbitos del arte y de la literatura, concebidos como experiencias, la noción de cultura-revuelta. E introducir una apuesta que consiste en superar la noción de texto a cuya elaboración contribuí junto con tantos otros, y que llegó a ser una forma de dogma en las mejores universidades de toda Francia, para no hablar de Estados Unidos y de otras más exóticas todavía. En su lugar, me esforzaré por introducir la noción de experiencia”. Cuando le pedimos que profundice en este paso de la textualidad pura a la experiencia en sentido amplio, Kristeva arquea las cejas, respira y dispara: “Para mí la noción de texto nunca ha superado la noción de experiencia. A lo mejor me entendieron mal. Una cierta recuperación estructuralista de la noción de texto sólo ve en el texto la técnica: cómo construir un producto de mercado, por ejemplo. A mí lo que siempre me interesó es el laboratorio en donde se producen los textos. Si mirás bien, hay artículos que escribí hace treinta años, como ‘La productividad llamada texto’, y con eso quería decir que para producir un texto hay que cuestionarse entero: la manera de sentir, la sexualidad, el lenguaje. Y desde este punto de vista se trata de una experiencia, pero no en el sentido de un científico que hace un ‘experimento’ con los conejillos de indias para buscar un resultado, sino como cuestionamiento de lo antiguo y posterior surgimiento de lo nuevo. Se parece más a la experiencia mística, si se quiere. Es una experiencia personal que va a contracorriente del mercado y de la comunicación. En un momento determinado voy a comunicarlo, pero primero tengo que transitar ese renacimiento para luego poder construir de manera comercializable. Que haya dos períodos en ese proceso no significa que sean consecutivos, ‘primero cambio y luego escribo’. Pasan al mismo tiempo. Si lo digo de este modo, enunciando dos momentos, lo hago para la claridad de la exposición, y que la gente que lea esto entienda que hay dos momentos en el acto creativo, pero finalmente esos dos momentos son uno solo y suceden de un modo simultáneo. La técnica es inseparable de esa transformación íntima, personal. En alemán hay dos términos: uno para cambiar la vida y otro que se refiere a la técnica”.


Lacan en la pampa
Una de las razones más nítidas por las que la obra de Kristeva tuvo semejante trascendencia en nuestras costas es, desde luego, el modo tan propio con el que reelabora y metaboliza las líneas centrales del psicoanálisis, una disciplina que encontró en nuestro país una devoción inaudita. Inclinada siempre a cruzar imaginarios, pensó el psicoanálisis a través de la literatura y la literatura a través del psicoanálisis, en un juego de espejos invertidos, ampliación del campo de batalla para una y otra disciplina. Así, en Sol negro. Depresión y melancolía , por ejemplo, lee la obra de Marguerite Duras para rastrear, en un gesto crítico quirúrgico, lo que llama “figuras melancólicas”. Pero, ¿cómo pensar simultáneamente la literatura y el psicoanálisis sin caer en la trampa del ‘psicoanálisis aplicado’?, le preguntamos. “El psicoanálisis y la literatura son la misma cosa –dice, y traza una conciliadora pausa antes de seguir–. Salvo que una publica, y la otra guarda su descubrimiento para vivir mejor. Pero es la misma dinámica psíquica, que consiste en barrer todo lo que es palabras cansadas y modos de vida aburridos, contar un nuevo aliento, cambiar el modo de hablarse a sí mismo y de nombrar las cosas y ligarse a los otros. Algunos logran darle un lugar a esa experiencia del lenguaje e inscribir esa recreación de la intimidad y de lo personal en una tradición cultural como la literatura. Hacer una obra que se sitúa después de Balzac, o Dostoievsky o Cervantes, formar parte de una memoria cultural... para eso toman la fuerza de pulir su lenguaje, buscar un editor, ir a la televisión a publicitar su libro. Otros no dan ese paso, y se contentan con volver a casarse, o cambiar de profesión, o dejar de beber, o simplemente estar enamorados habiendo pensado que eran incapaces de amar. El laboratorio donde sucede ese click es el mismo”. En su propia práctica profesional como analista, Kristeva dice profesar la sesión prolongada, de base más bien freudiana, que busca el punto ciego para destrabar la inhibición y el síntoma. Sin embargo, la idea lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje le sirvió para pensar ese proceso terapéutico desde el prisma de la lengua, y conjugar así sus campos de especialidad. Una preocupación por el lenguaje en el interior del discurso y la práctica psicoanalítica que a su modo ya estaba en el primer Freud pero que Lacan, según Kristeva, amplificó y llevó a un estadio altísimo.

El segundo sexo
Julia Kristeva llegó a Valparaíso para hablar, sobre todo, del feminismo, una de las patas más importantes de su pensamiento. En los albores del siglo XXI, elaboró a fondo la cuestión en una trilogía que tiene edición argentina bajo el título El genio femenino . Ahí toma tres casos que le sirven como paradigma para edificar una lectura de la mujer como agente de transformación humano y esquirla revolucionaria en el campo del pensamiento (Hannah Arendt), el psicoanálisis (Melanie Klein) y la literatura (Colette).
En el segundo tomo del tríptico asegura que “es posible entrever algunas constantes comunes en los genios de Arendt y Klein: ambas se interesan por el objeto y el vínculo, se preocuparon por la destrucción del pensamiento, y rechazaron el razonamiento lineal”, a lo que añade, ya en el tercer tomo, que “al nomadismo de estas dos mujeres, a su reflexión reveladora que sólo se apaciguó pagando el precio de atravesar la tragedia, Colette agrega otra experiencia que también es uno de los rostros de ese mismo siglo”. Desde los micrófonos del Puerto de Ideas, agrega: “El movimiento feminista moderno pasó por tres etapas. Las sufragistas, de origen anglosajón, que provenían del protestantismo y querían obtener el derecho a voto después de largas luchas. Luego el gran momento de El segundo sexo de Simone de Beauvoir, de 1949, en donde declara que la palabra felicidad hoy es libertad, y que en esta libertad los hombres y las mujeres son hermanos; hay una igualdad de las exigencias y también de los derechos. Fue un momento radical en la historia de la humanidad para la posición de la mujer, y sabemos que muchas de estas cosas se fueron consiguiendo, sobre todo en las democracias avanzadas, y tenemos que luchar ahora por la paridad a nivel económico, social y político. Esta universalidad no fue dejada de lado por el movimiento siguiente, fue más bien completado ese movimiento, que data de la Francia del 68, en el que yo participé sólo brevemente por cuestiones que no vienen al caso. Este movimiento se planteó una vuelta de tuerca: la mujer tiene esos derechos, sí, pero es distinta. Tiene una sexualidad diferente, una creación literaria diferente, y esto es importante”.
¿Y de qué modo ese tercer movimiento del feminismo, el de Francia en 1968, abrió caminos para que hoy en Latinoamérica, por ejemplo, tengamos ya presidentas mujeres?
Tengo la impresión de que en ese momento participamos en un movimiento que era general y colectivo, cada una desde su lugar particular. Teníamos entonces la exigencia de superarnos a nosotras mismas y superar así las normas de la sociedad. Todas esas mujeres eran unas “revueltas”, y esa revuelta fue conduciendo a esta aparición, en Latinoamérica y en otros lados, de una serie de personalidades inclasificables, singulares, animadas por una gran energía, y que tratan de trascender con los otros hacia un universo ideal, espiritual, pero tratando de cambiar las leyes y los lenguajes de la cadena humana, de la globalización. Estoy muy orgullosa de todas nosotras.
Recrear nuevos ideales
El concepto de revuelta es, desde luego, otro de los pilares centrales de la arquitectura kristeviana, y es uno de los tópicos de mayor longevidad en su derrotero pero que, al mismo tiempo, encuentra hoy una pertinente actualidad. Su último trabajo en esa línea tuvo edición española en 2000 y se tituló El porvenir de una revuelta .
Escuchémosla: “Dediqué muchos años a estudiar lo que llamo la revuelta. Como soy de formación lingüística, me dediqué primero a entender el significado de la palabra, que tiene origen sánscrito, y quiere decir pasar hacia atrás y volver hacia el futuro. Una memoria fuerte de la transformación, pero que no es nunca una negación del tipo ‘estoy en contra y mato eso’. El sentido profundo de la revuelta tiene que ver con revalorizar los antiguos valores para que surjan otros, nuevos. La palabra ‘volumen’, por ejemplo el volumen de un libro, cuyas páginas doy vuelta para aprender, viene de la misma raíz. Esa fuerza que mira hacia el futuro aprendiendo algo del pasado es la que me interesa. Otra significación que es muy querida es la que desarrollé en La revuelta íntima . Acá va a hablar la psicoanalista. Contrariamente a lo que se dice, el psicoanálisis no es algo viejo o rígido. Es una técnica que consiste en reapropiarse del pasado propio, de los padres y de generaciones anteriores, para construirse una secularidad: ¿quién soy, cuál es mi singularidad, como la puedo compartir con los otros? Estamos en la civilización de Internet, de los mensajes de textos, de Facebook. Es algo maravilloso, que incita a revueltas en el mundo árabe, por ejemplo, pero como otras cosas también tiene trampas. La trampa que me interesa puntualizar es que nos mantenemos a un nivel horizantal, no acelera la comunicación pero no se cuestiona aquello que se comunica. Uno no se pregunta por los sistemas de comunicación. Y en Francia se llega a decir incluso que la gente comunica por ‘elementos de lenguaje’. Lo que se pierde en este proceso es el lugar de interrogación de la persona, y es allí donde se ubica la especificidad de nuestra civilización, la de las luces, en la que cada ser humano es capaz de poner en problematización a sí mismo y a los otros. Y es esa capacidad de problematización que crea la experiencia humana lo que hace de cada uno de ustedes un maestro. Hannah Arendt, cuando se le preguntó cuál es la manera de combatir contra la banalidad del mal, dice que hay que restituir la capacidad de pensar libremente, plantearse preguntas, que es lo contrario de calcular mensajes. La mayoría de ustedes acá son universitarios: la universidad tiene como finalidad evitar que las personas se vuelvan calculadores de mensajes. Y para eso hay que apropiarse del pasado, pensarlo, y hacer algo nuevo. Esa es la revuelta contemporánea”.

Usted habla de la experiencia-revuelta y pone el concepto en sintonía y actualidad con los movimientos de indignados y las protestas estudiantiles en Chile. En uno de sus últimos trabajos habla de la adolescencia como un grupo “enfermo de ideales”. ¿Cómo piensa esa enfermedad de ideales en el contexto mundial de hoy?
Yo sé que, por ejemplo en el caso chileno, los jóvenes buscan una revuelta que modifique las estructuras pragmáticas, como los subsidios y las becas, pero al mismo tiempo buscan un cambio en los valores. Recrear nuevos ideales: ese es el sentido real de la palabra revolución. Eso es posible solamente si uno se cuestiona a sí mismo, si es capaz de atravesar experiencias interiores, y recién después uno podrá traspolar eso a una sociedad encadenada por las finanzas y por los elementos del lenguaje. Eso está en la base de lo que buscan los estudiantes. Hay muchos jóvenes que no participan de estas manifestaciones, y que cuando van al analista nosotros percibimos en ellos la experiencia de la revuelta, pero ellos todavía no lo saben o no pueden expresarlo. En ese sentido, y esto tiene que ver con lo que está pasando en el mundo, el psicoanalista está ahí para comprender al que busca nuevos ideales, al que está cansado, aburrido e indignado de los antiguos ideales. Pero cuidado: el psicoanalista no es un sacerdote o un educador que le va a dar a esos jóvenes un guión moral. El psicoanalista les puede legar, solamente, una confianza. Les va a decir ‘ustedes tienen que crear, vayan’”.

Próxima estación: Buenos Aires
En Buenos Aires, el pensamiento kristeviano y el de todo su grupo –la escuela francesa, diríamos– pegó con fuerza en la Academia argentina de la reconstrucción democráctica e hizo metástasis en las aulas de los años ochenta y noventa de un modo profundo. Las cátedras de Pezzoni, Panesi, Ludmer, Sarlo y tantas otras acusaron recibo de ese pensamiento disrruptivo y pusieron a jugar aquellas teorías con la tradición local. De una manera tremendamente vital, estos textos funcionaron como un deshielo o un golpe de luz para modernizar la Academia y el pensamiento argentino después de los años oscuros. Con la década de 2000, las inquietudes de Julia Kristeva siguieron transformándose y diversificándose. Ningún volantazo atomizó su inspiración, lo que demuestra una vez más, por si hacía falta, que la persistencia acrítica de las taras juveniles, por más exitosas o productivas que hayan sido, es lo que verdaderamente envejece un pensamiento. Así, sus múltiples líneas de sentido se estudiaron aquí en círculos bien distintos: la Escuela de Orientación Lacaniana, la Asociación Psicoanalítica Argentina, la Facultad de Filosofía y Letras, los estudios de género, la facultad de Sociales. Algunas traducciones argentinas acompañaron a lo largo de los años el desembarco de este pensamiento, y otros libros españoles o en su idioma original circularon de mano en mano o en gastadas fotocopias. Esa misma experiencia transmitían los lectores de Kristeva en Valparaíso, y esa es, sin dudas, la experiencia compartida de un continente que, además de leerla, ha encontrado muchas veces en el día a día político, social, psicoanalítico y literario de sus países la materialización de esa vasta teoría de vida.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Harold Bloom- Crítico de literatura

Placeres de lo sublime

En la introducción de Anatomía de la influencia, que aquí reproducimos parcialmente, Bloom reflexiona sobre su tarea de crítico y dice que cualquier distinción entre literatura y vida es engañosa
Por Harold Bloom  | Para LA NACION
 
Recuerdo vivamente, con una mezcla de afecto y humor, el primer trabajo que escribí para William K. Wimsatt hijo, quien me lo devolvió con el categórico comentario: "¡Es usted un crítico longiniano, cosa que aborrezco!". Mucho después me llegó el rumor de que mi temible ex profesor se había abstenido en la votación para que me dieran una plaza, mientras comentaba a sus colegas: "Es un cañón naval de cuarenta y cinco centímetros, con una tremenda potencia de fuego, pero que nunca da en el blanco cognitivo adecuado". El único tratado que poseemos del más adecuadamente llamado Pseudo-Longino debería traducirse como "De las alturas". Pero por ahora no podemos pasar sin De lo sublime , aun cuando la palabra "sublime" no esté muy en boga.
Ser un crítico longiniano consiste en celebrar lo sublime como la suprema virtud estética, y asociarla con cierta reacción afectiva y cognitiva. Un poema sublime nos transporta y eleva, y permite que la "nobleza" de la mente de su autor agrande también al lector. Para Wimsatt, sin embargo, ser un crítico longiniano consistía en desacatar un concepto clave de la Nueva Crítica, la tradición de la que él era un acérrimo defensor.
La Nueva Crítica era la ortodoxia imperante cuando yo hacía mis estudios de posgrado en Yale, y muchos años después. Su mesías fue la figura bicéfala Pound/Eliot, y su rasgo definitorio era el compromiso con el formalismo. El significado del así llamado "objeto crítico" debía encontrarse solo dentro del objeto mismo; la información acerca de la vida del autor o las reacciones de sus lectores era algo que se consideraban simplemente engaños. La contribución de Wimsatt al canon de la Nueva Crítica incluye dos ensayos tremendamente influyentes: La falacia afectiva y La falacia intencional , ambos escritos en colaboración con el filósofo del arte Monroe Beardsley. Publicado por primera vez en 1949, La falacia afectiva emprendió un ataque en toda regla contra la creencia entonces imperante de que el significado y el valor de una obra literaria podían deducirse de "sus resultados en la mente del público". Wimsatt atribuye esta falacia afectiva a dos de mis precursores críticos, el sublime Longino y Samuel Johnson.
Hace tiempo ya que la Nueva Crítica no domina los estudios literarios. No obstante, las innumerables modas críticas que la han sucedido no han sido mucho más receptivas con Longino. En la prolongada Edad del Resentimiento, la experiencia literaria intensa es meramente un "capital cultural", un medio para acceder al poder y la gloria dentro de esa economía paralela que es para Bourdieu el campo literario. El amor literario es una estrategia social, más afectación que afecto. Pero los críticos poderosos y los lectores poderosos saben que no podemos comprender la literatura, la gran literatura, si renunciamos al amor literario auténtico a los escritores o a los lectores. La literatura sublime exige una inversión emocional, no económica.
Sin dejarme afectar por los que me describen como un "teórico de lo ?sublime'", reivindico alegremente mi pasión por los difíciles placeres de lo sublime, desde Shakespeare, Milton y Shelley hasta Yeats, Stevens y Crane. También me declaro alegremente culpable de los cargos de ser un canonizador incesante. No puede existir ninguna tradición literaria viva sin la canonización secular, y los juicios del valor literario no significan nada si no se hacen explícitos. Sin embargo, la valoración estética ha sido vista con suspicacia por los críticos académicos desde comienzos del siglo XX al menos. La Nueva Crítica la consideraba una empresa demasiado confusa para el estudioso-crítico profesional.Northrop Frye dijo que la evaluación debía ser implícita, y ese fue uno de los desacuerdos que mantuvimos desde 1967 en adelante. Pero las raíces de la Nueva Crítica en las ciencias sociales han producido una postura todavía más desapasionada. Hablar del arte de la literatura se considera una violación de la responsabilidad profesional. Cualquier profesor universitario de literatura que emite un juicio sobre el valor estético -mejor, peor, igual a- se arriesga a que lo tachen sumariamente de aficionado total. Así, el profesorado literario censura lo que el sentido común afirma e incluso sus miembros más porfiados reconocen al menos en privado: la gran literatura existe, y es posible e importante identificarla.
Durante más de medio siglo he intentado enfrentarme a la grandeza cara a cara, una postura muy poco de moda, pero no veo que la crítica literaria tenga ninguna otra justificación en las sombras de nuestra Tierra del Ocaso. Con el tiempo, los poetas poderosos dirimen estas cuestiones por sí mismos, y los precursores perviven en su progenie. En nuestro paisaje inundado, los lectores utilizan su propia perspicacia. Pero dar un paso adelante puede ser de ayuda. Si crees que con el tiempo el canon lleva a cabo su propia selección, puedes seguir sintiendo un impulso crítico para acelerar el proceso, como hice con Stevens, Ashbery, Ammons y, más recientemente, Henri Cole.
En mi papel de crítico veterano sigo leyendo y dando clases porque no es un pecado que un hombre trabaje en su vocación. Mi héroe de la crítica, SamuelJohnson, afirmó que solo un asno escribiría por cualquier cosa que no fuera el dinero, pero esa es solo una motivación secundaria. Yo sigo escribiendo con la esperanza stevensiana de que la voz que es grande dentro de nosotros se levante para responder a la voz de Walt Whitman o a los cientos de voces que inventó Shakespeare.A mis alumnos y a los lectores que nunca conoceré sigo insistiéndoles en que cultiven la sublimidad: que se enfrenten solo a los escritores que son capaces de darte la sensación de que siempre hay algo más a punto de aparecer.

Traducción: Damià Alou .

Rivelli- poeta

get lost butterfly

¿era uno de los nuestros
el que cagó
en la puerta de la academia?
.............................................

a pesar de todo
estrechó la mano
como sello
de una futura traición
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se escurrió la muerte
entre los dientes
y el cuerpo volvió a seducir
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la soledad es un hueco
de acceso libre
para las mariposas nocturnas
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el mismo fantasma
que me asustó en la cama
cuando tenía 8 años
ahora es el presidente del mundo
............................................

dominio lúdico
jugamos a la ruleta rusa
en la suerte de quedar muertos
o condenados a fallar
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quedar colgado de la luz de la autopista
y esperar que un cuervo vacíe los ojos
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un nene perdió el pie
en la montaña rusa
todos quedamos perplejos
junto al pie
y el nene se perdió
...........................................

cobardes
traidores
siniestros
malditos
¿nos uniremos algún día?
.............................................

fuma sentada en el pasto
de parque lezama
las nubes se corren
y una luna íntima
ejecuta la noche
......................................................

descuarticé mi cuerpo
para saber
que parte
se pudrió primero
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de la sombra
cae una lágrima
nunca tocó el piso
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¿quién tomó el último café
en el bar británico?
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¿cómo entender a un cristo
atrapado entre las tetas
de una vedette?
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a veces pasamos horas y horas
doblando esquinas
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la noche mata la frivolidad
enfrenta las mentes sin defensa
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sopla viento sur
las hojas se apilan en un rincón y
vuelan bolsas de polyetileno
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crecen los celulares el i pod
autos marihuana y el cáncer
un final previsible
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rosca en pascuas
sidra en navidad
cirrosis en carnaval
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alzado por budweiser
bajo las luces fácticas
de la belleza atomizada
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muñecos que van
de pantalla en pantalla
con los ojos vacíos y
una rata en la mano
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el tiempo huye
al ritmo de la fatiga
y sólo pienso en cervantes
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devoramos vacas
secamos viñedos
¿por qué moriste perón?
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sabías nena
que antes fumábamos
en los colectivos
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¡basta 1799!
el humo humaniza
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nacer cada tanto
un poco más viejo
y con nuevo luto
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la vi bailar en el andén
entre gitanos y mariposas

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Jorge Rivelli, Buenos Aires agosto de 1954.
Publicó: Un tiempo para matar (1991),
Movimiento en fuga (1992), Trompe l’oeil (1994), Hebra mojada
en colaboración con Alejandra Mendé-(1997), Matambre (2004) y
Las calles terminan en los bares (2005)-Premio Fondo Nacional de
las Artes-.
Formó parte de las Antologías: Legado de poetas ( Poesía Social Argentina
1956-2006) Ediciones Patagonia 2007 y Poetas & Putas (Ediciones Patagonia
2008) 
Desde 1999 a 2009 , dirigió la revista de poesía OMERO.