André Malraux: "Hay cierto lenguaje político que para mí es la garantía de la batalla perdida"
Desde 1964, el semanario "Le Nouvel Observateur" es el más importante
medio de información general de Francia. El escritor y periodista
Olivier Todd (1929), quien colaboró en esa revista desde sus inicios
hasta 1977, entrevistó al novelista André Malraux (1901-1976) cuando
éste acababa de publicar en París "Hótes de passage" (Huéspedes de
paso), otro segmento de la segunda parte de su gran obra autobiográfica.
El autor de "La condition humaine" (La condición humana), "Le temps du
mépris" (La época del desprecio) y "Psychologie de l'art" (Psicología
del arte), participó activamente en la Guerra Civil española, en la
Segunda Guerra Mundial y en la Resistencia francesa, convirtiéndose en
una de las personalidades más combativas del fascismo en Europa. Entre
1959 y 1969 se desempeñó como Ministro de Cultura del gobierno de
Charles de Gaulle (1890-1970), con lo que creyó contribuir a clarificar
el turbulento rompecabezas de la política francesa durante la década del
'60. El reportaje apareció publicado en el ejemplar del 16 de noviembre
de 1975 de la prestigiosa revista francesa.
Sus
biógrafos suelen repetir este ruego suyo: "No me pregunten: ¿qué tal,
Malraux?". Sin embargo, después de "Lazare" (Lázaro), la pregunta se
impone: ¿qué tal, Malraux?
Por lo visto, bien.
Ante su último libro, ciertos críticos no saben si admirarlo o irritarse.
Siempre pasó lo mismo.
¿Cree
que con las "Antimémoires" (Antimemorias), con esa fusión de lo real y
lo imaginario, usted creó un nuevo género literario?
Por
cierto. Pero no era ése mi objetivo. Todo aquél que hace algo que antes
no hizo nadie, está creando una forma. Un pintor que pinta en un estilo
sin recuperar ningún estilo anterior, forzosamente es un creador de
estilo. Si no ¿qué vendría a ser? Un fotógrafo.
Imagínese crítico de "Huéspedes de paso", digamos, para la revista "N.R.F." (Nouvelle Revue Française). ¿Qué diría sobre la forma?
Mientras
no existió "A la recherche du temps perdu" (En busca del tiempo
perdido), no era posible hacer otra cosa que apostar a cuenta de Proust.
Lo hemos leído de cabo a rabo. Pero, al mismo tiempo que despertaba la
admiración, surgía este interrogante: ¿cuál es la perspectiva?
¿Usted no será verdaderamente juzgado -o juzgable, digamos- cuando aparezca la totalidad de sus "Antimemorias"?
El
crítico razonable debe pensar: "ya que él publica, yo tengo el derecho
de juzgarlo". Pero habría que tener en cuenta una totalidad -aunque esta
palabra no me gusta- de estructuras interiores. En pintura, cuando
usted tiene hecha la mitad de un cuadro, esa parte orienta en cuanto a
las posibilidades de la otra mitad. Lo mismo sucede con un libro muy
extenso que no es una ficción.
Algunos críticos no lo
comprenden del todo, o no aman este libro. Pero el tema "Malraux" es,
por decirlo así, una especie de frontispicio: cada artículo suele ser
construido con unas cuantas maldades seguidas de algunas gentilezas, o
al revés.
No es nada nuevo. Lo mismo sucedió con los
grandes románticos. Puedo entender fácilmente que una personalidad que
incide en la historia resulte irritativa. Pero, si hago el balance, creo
que la crítica me ayudó desde un comienzo. Sirvió de correa de
transmisión entre el lector y yo. ¿Puede acaso un escritor reclamar algo
mejor?
Al margen de España, de la que usted tanto nos habló, está Portugal, que nos preocupa a todos...
Dentro
del capitalismo, constituye un fenómeno muy importante: es el fin del
mito Kerenski. El capitalismo está pensando que, por primera vez, puede
salvarse de su caída por la famosa pendiente. Hay un recurso y, a su
vez, una pregunta: ¿por qué los socialistas no pueden ser los
triunfadores? Antes era distinto: se pensaba que, desde el momento en
que existe la izquierda, debían ser los comunistas los que arrasaran con
todo. Bueno, ahora, con Portugal esto ha sido puesto en tela de juicio.
¿Cree que Kissinger apostará a favor de Soares?
No
estoy muy seguro, pero hay cierta tendencia en ese sentido; la misma
actitud que prevalece en los medios liberales o derechistas de Francia:
todavía no está todo jugado ni siquiera todas las cartas han sido
echadas sobre la mesa.
En febrero de 1926, ya hace casi
medio siglo, usted volvía de Indochina. En el último fragmento de "Le
miroir des limbes" (El espejo del limbo) escribía: "Fui llevado hacia la
revolución tal como la concebía en 1925, por el rechazo al colonialismo
que conocí en Indochina". En este libro, se habla inclusive de Ho Chi
Minh. ¿Dónde ubica ahora a Vietnam?
Desde el
momento en que los ingleses salen de la India, termina una era que había
comenzado a mediados del siglo XV. 1947: liberación de India, 1949: Mao
en Pequín. No era tan evidente que una cañonera occidental fuera más
fuerte que un ejército indígena. En este contexto, la idea de una
Indochina francesa o norteamericana me parecía completamente frívola.
Por lo tanto, había que poner el acento sobre la unidad nacional.
Restaba saber la forma que tomaría la nación. En este momento, al menos
en teoría, resulta claro. En cierta medida me regocijo: no cambié en un
ápice en lo que pensaba sobre el colonialismo. Pero me nace esta
pregunta: ¿se impondrá en Vietnam del Sur y en Camboya una evolución
signada por el estalinismo o será diferente? Al principio, mis
informantes sobre Camboya me decían: "la cosa anda bastante bien".
Ahora, me dicen: "todo va muy mal". El estalinismo es un fenómeno
tremendo. Para mí, el pensamiento central de Stalin es completamente
estático: "si encarcelo o fusilo a todo hombre que ha conocido a otro
hombre que, a su vez, ha conocido a otro hombre que conoció a un
culpable, no me toparé con ningún Franco". Es la noción estática
esencial: "no dejaré avanzar a la gangrena". En un universo donde se
carece de una verdad objetiva posible, el movimiento estático es
invencible. Es por eso que considero que el futuro de Vietnam radica en
la unificación con el Norte según las normas de esa región
septentrional.
Vietnam está en Asia. ¿Hacia dónde va Asia?
¿Existe
Asia? ¡Meter en una misma bolsa a China, India y Japón! Para los
asiáticos, para cualquiera de ellos, Asia no significa lo mismo que para
nosotros. Hace un año, en la India, un periodista me dijo: "Pero todo
es igual; Asia sólo termina en Paquistán". El Islam no era, para él,
parte de Asia. En Japón, inclusive para los izquierdistas, los
intelectuales no quieren ser asimilados a los chinos. Todos dicen lo
mismo: "No tenemos la misma concepción del amor, de la muerte; y, como
es natural, tampoco la misma pintura. Y bien, creemos que esto es
suficiente". Vaya a la India: entre ese país y China ¿cuáles son los
puntos comunes? Creo que aceptamos una idea de Asia que encarna una
fuerza muy poderosa, la del Tercer Mundo. Como Africa, que no pesa
demasiado al lado de las civilizaciones milenarias. Vemos a Asia de
acuerdo a la realidad colonial.
Usted escribió:
"Mao Tse Tung no procura un humanismo universal, ni siquiera marxista.
Sólo espera su propio triunfo". ¿Qué significa eso para nosotros?
Mao
no cree en el pensamiento occidental, ni aun cuando sea comunista. No
creyó en Kruschev. Tampoco creyó antes en Stalin. Puede creer que
existen pensamientos paralelos. Por lo tanto, cree que Stalin era
marxista. Pero esto no es el buen marxismo. Tome a Mao y fíjese: ¿qué es
lo que lo lleva a oponerse al marxismo, al leninismo? La idea de que la
revolución puede apoyarse en el campesinado, afirmación de una
importancia increíble. La mitad de las anécdotas que él me contó datan
de esa época. Mao dice: "El país está en mí y yo llegué a ser lo que soy
porque vi los árboles y las raíces arrancadas de la tierra por la gente
a causa del hambre". Su experiencia más fuerte es la de haberse
convertido en el libertador de China contra todo lo que los europeos
preveían, tanto los estalinistas como los trotskistas. Trotsky, de
alguna manera, pareció haber previsto el proceso. Esto, sin embargo, no
es cierto. Trotsky no tenía fe en el campesinado. "Mao intuyó
oscuramente que quizás los europeos tuvieran razón sobre algún detalle,
pero él conocía mejor que ellos la realidad china. La escasez de
información occidental sobre China, aun marxista, me asombró siempre. Al
comienzo, Mao tuvo en cuenta algunas referencias, pero nunca fue un
doctrinario, salvo de sí mismo. Quiero decir: Mao se cita a gusto,
simplemente, sin poner comillas. Su referencia básica es él mismo. Hay
cierto prestigio de Lenin, pero como si fuera un libertador. Mao, por
ejemplo, me habló del general De Gaulle antes de hablarme sobre Francia.
Hay otro aspecto que quisiera esclarecer, en relación con el
pensamiento occidental: en el despacho donde Mao recibe, en el Palacio
de la Revolución y frente a la Ciudad Prohibida, están los retratos de
Marx, Engels, Lenin y Stalin. Cuando nos quedamos solos con la enfermera
y la traductora, en el pasillo de ese palacio, al pasar frente a los
retratos, le señalé el de Stalin y le pregunté: "¿Por qué está acá?".
Mao me miró, sonrió e hizo este gesto (su mano de abajo hacia arriba):
"Pfft, pfft...". ¡Sólo sabemos lo que sabemos! ¡No me considere un
tonto!
Eugenio Garin decía: "Todo aquello que no es la
revolución, es peor que ella". Después del holocausto estalinista, ¿eso
es cierto?
En ese tiempo, la revolución tenía un sentido
extremadamente preciso. Con la Revolución de Octubre relativamente
cercana, la idea de la insurrección proletaria era de hecho técnicamente
defendible. En la actualidad, usted puede lograr una insurrección
proletaria con la condición que los otros ordenen no disparar. Porque,
si le ponen en frente dos batallones blindados, la revolución proletaria
y nada son lo mismo. La Revolución de Octubre fue, en realidad, la
última revolución del siglo XIX. No estoy seguro del contenido de la
palabra revolución, más que cambio de régimen, insurrección, etcétera.
Todo esto era global. Hasta existía una relación entre los soldados y la
Revolución de Octubre. El tiempo ha pasado.
¿Cree que pueda existir un comunismo de rostro humano?
La
experiencia histórica nos dice que no. La experiencia ideológica nos
contesta: ¿por qué no? Cuando tenía dieciocho años, me hablaban del
marxismo como una de varias utopías. Me pregunto si el Estado policial
tiene algo que ver con el marxismo o si sólo tiene que ver con lo que
denominé la obsesión estática. Sé que nos dicen, como Solzhenitsin, que
ya bajo Lenin era lo mismo... Esto significa que Lenin, frente al
terror, no creyó que debía ser un liberal en el sentido inglés de la
palabra. Pero, después de todo, Lenin no incurrió en los verdaderos
problemas del estalinismo. Aún admitiendo que pudiera haber en el
marxismo algo que inexorablemente lleve al Estado policial, quisiera
saber si la dosis de obsesión estática puede más que la dosis de
marxismo. Si usted no tiene obsesión estática, no hay razón para que
exista un Estado más policial que otro. No es que crea que vendrá un día
en que tendremos Estados revolucionarios carentes de cualquier
autoridad. No seamos ridículos. Será ni más ni menos como en cualquier
Estado. Sin embargo, ciertas cosas que en Rusia son ostensibles no
existen en China de la misma manera...
¿Se refiere a los campos de concentración?
En
el trato a la oposición. La concepción rusa es: si usted no acepta las
normas del juego, es mejor que desaparezca. Los chinos, en cambio,
dicen: ¡Acaso se lo pueda recuperar! El punto de vista chino, si se
quiere, es menos estático. Su pensamiento apela a voces diversas.
Volvamos
a Europa, pero antes pasemos por el Cercano Oriente. En "Huéspedes de
paso" hay una pequeña frase que intriga. Casi al pasar, usted dice de un
judío: "Un sionista... coraje y eficiencia". En lo que hace a Israel,
siempre se murmuró que usted no estaba de acuerdo con ciertas actitudes
del general De Gaulle.
El problema de Israel nunca fue de
mi incumbencia gubernamental. Jamás fue discutido en el Consejo de
Ministros. Era más pro israelí que el general De Gaulle, pero no me
oponía a su deseo de entablar buenas relaciones con los árabes con
vistas a una posible mediación francesa. Mi posición hacia Israel era
muy explícita pero nunca incurrí en posiciones contrarias a los árabes.
Hubiera querido lo que ahora creen haber logrado los norteamericanos
-aunque en realidad no lo lograron-. La frase de mis "Antimemorias" era
otra cosa: se trataba de un judío iraní. En Irán, cuando fui por primera
vez -alrededor de 1929-, se pagaba con plata negra, de bronce, a quien
matara a un israelita, como señal de que no se le pagaba por haber
acabado con un ser humano, sino con algo inferior. Por eso, la gente que
salía viva de allí demostraba poseer coraje y eficiencia. Esto es lo
que quiero significar con "sionista". Pero en esa época no existían aún
los sionistas. Los hijos de ese judío iraní probablemente integren ahora
las filas del ejército israelí.
¿Se considera siempre un revolucionario? ¿Cree que, parafraseando a "L'espoir" (La
esperanza), la izquierda es su verdadera patria? Por otra parte, en
1975 y en un país desarrollado ¿qué significa ser revolucionario?
Todo
esto es una quimera. Es plantearse con categorías de preguerra una
realidad completamente distinta. En la actualidad, nos encontramos con
un sector terciario que es mayoría. Si queremos hablar en relación a
Marx, habría que replanteárselo todo. Si se es marxista, se afirma que
el marxismo engloba a todas las categorías, inclusive a las más nuevas, a
las que siempre asimila. Bueno, pero lo digo con firmeza: esas
cuestiones no son asunto mío. Esta época enfrenta su propio mundo, del
cual tiene muy poca conciencia. Es a través de una nueva conciencia del
mundo que surgirán nuevas categorías.
Por lo tanto,
usted no diría "soy un revolucionario" o "no soy revolucionario". Diría,
por ejemplo: "Esto no tiene sentido acá, en Francia".
El
elemento global que permitía antes afirmar legítimamente el carácter de
revolucionario, ya no existe más. ¿La revolución de qué? Si se
considera que la propiedad colectiva, al menos en el ámbito de la
producción, es superior al capitalismo, estoy de acuerdo. Se me
responderá que la cuestión es saber cómo se puede arribar a la
colectivización de la propiedad. Y, además, si es posible lograrlo sin
apelar a la policía política. Son todos problemas que debemos enfrentar.
En el terreno de la química cerebral, en la biología, ¿no es ridículo
plantearse las cosas en los mismos términos que se usaban en 1930?
¿Es cierto que ustedes, los gaullistas, nunca combatieron a los comunistas con las armas en la mano?
Claro.
En 1947, mis amigos alemanes decían: "Entre nosotros, antes del arribo
de Hitler al poder, cuando el ambiente comenzó a complicarse, todos los
días, en los barrios, aparecía un herido o un muerto, porque la gente,
al hablar, lo hacía de política. Era terrible". En cambio, entre
nosotros, nadie ataca a nadie. Ni nos lo podemos tomar en serio. Me
acuerdo cuando, en mayo de 1968, Max Aub me dijo: "Vuestros estudiantes
son todos pequeños burgueses; los estudiantes mexicanos serían mucho más
serios". Una vez más no puedo concebir al general De Gaulle como un
hombre de derecha. Claro, no nos manejamos con nociones marxistas.
Evaluamos de acuerdo con nociones casi teatrales, emocionales. Al fin de
cuentas, para toda una clase de individuos, pertenecer a lo que se
denomina la "izquierda" obedece a razones sentimentales.
¿Se concibió a usted mismo, André Malraux, como el nexo entre De Gaulle y la izquierda?
Sí, por supuesto.
¿Cree haberlo logrado?
No, pero pasaron otras cosas.
El
acontecimiento de los últimos años, en el plano de la política
francesa, es la resurrección del Partido Socialista. ¿Cómo ve al
socialismo francés?
No tengo noticias. No puedo tenerlas a
través de la simple lectura de los diarios. Tampoco tengo la
experiencia concreta. El azar quiso que yo tuviese amistad con cuatro o
cinco militantes socialistas -inclúyalo a Rocard- y sólo eso me llevó a
interesarme en lo que pensaban... En el socialismo francés hay un hecho
nuevo: la opinión mundial está en vías de no pensar más que un
socialista es siempre un idiota útil de los comunistas.
¿Y Francois Mitterrand?
Los hombres políticos no me interesan.
¿No le interesan más?
No
me interesan más. Cuando tengo que verlos por algo concreto, entonces
me interesan forzosamente. No quiero incurrir en ninguna subestimación;
antes prefiero hacerme el tonto.
En la actualidad, ¿piensa sobre Francia en términos de izquierda y derecha?
No.
Sobre todo no logro ubicar a la derecha. Ubico muy bien a los intereses
capitalistas, pero... ¿dónde está la forma política, parlamentaria, de
la derecha? Ni hablemos; no es una verdadera derecha. El hecho central
es éste: ¿qué sucede que la derecha no puede concebirse más como
derecha? Es un fenómeno de trascendencia.
Pero, la Union des Démocrates pour la République (U.D.R.), los centristas ¿no son la derecha?
No.
¿La derecha? Puede ser el fascismo. Pero actualmente se confunde: un
jefe, una nación, una doctrina, un partido, ya no es el fascismo, sino
una posición nacionalista. Y acá, el general De Gaulle puso en orden
estos problemas: a partir del 18 de junio, el nacionalismo dejó de ser
un fenómeno decisivo. El patriotismo es el que pasó a la primera línea.
¿Qué opina sobre Valéry Giscard d'Estaing?
Nada. Es un hombre cortés.
¿Qué pueden hacer y decir Giscard y Brezhnev sobre el futuro?
¿La
verdad? Brezhnev sabe que el problema real es el de la bomba atómica.
Giscard también. Los dos temen, no lo que puede hacer el otro, sino de
lo que puede hacer Amin Dada. Un buen día habrá bombas atómicas para
todos y él también tendrá la suya. Un hombre como Brezhnev sabe que el
riesgo de una guerra sofisticada es peor que su máximo enemigo.
"La
mayoría de los jefes de Estado que entrevisté -anota usted- salvo los
comunistas (y también el presidente Kennedy), cuestionaron al mismo
tiempo el carácter inhumano de nuestra civilización y su capacidad de
luchar contra la miseria y el dolor". ¿Qué opina usted?
Lo
que me llamó la atención es la opinión unánime de los jefes de Estado.
El primero que me habló de esto fue el senegalés Léopold Senghor. Uno de
los puntos de partida de los estadistas era en relación con la máquina,
ya que de esto se trata finalmente. Ninguna otra civilización tuvo
medios más poderosos que la nuestra. En definitiva, si se tratara de
lograr que la gente no viva en la miseria, el Sha podría servirse de los
aportes norteamericanos.
En su libro "Huéspedes de paso"
dice: "Inconsciente, Progreso, Revolución, Proletariado, son
ectoplasmas. Las ideas de que se carga el destino, las mayúsculas...
Cómo me gustaría que Freud fuera un viejo cangrejo...". Después de "La
tentation de l'Occident" (La tentación de Occidente), quizás usted se ha
reconciliado con el inconsciente, con el psicoanálisis.
El
psicoanálisis... ¿qué? A lo mejor hablamos de una terapéutica. En este
caso, no soy médico. Quizás nos referimos a una filosofía. Si es así,
esta filosofía es de primer orden. Nos planteó ciertos problemas que
nunca la humanidad se había planteado antes. Evoca un problema mental
relevante. Después, está la filosofía que fue desarrollada por los
psicoanalistas. No es la mía. La filosofía que Freud expresa en sus
obras me da ganas de decir: ¡qué lástima que no haya sido un discípulo
inteligente y filósofo! Se hubiera podido hacer una filosofía del
psicoanálisis, pero no ésta. En definitiva, Freud se convierte en el
diablo: el inconsciente freudiano es el antiguo dominio del Mal.
En
su libro también dice: "Le podría hablar de los jóvenes durante horas;
ellos me molestan...". A usted, los jóvenes de 1975, también le
molestan?
No. Tampoco los conozco demasiado. Por eso, me parece que no tiene sentido hablar de ellos.
En
la misma obra usted evoca largamente al mayo del '68. En un momento,
dice: "La policía tiene por misión aislar a los agitadores y arrestarlos
o reprimirlos sin miramientos. Después de dos horas de esta táctica tan
brillante, en Alemania Federal, todos los estudiantes se pasan del lado
de los agitadores". ¿No puede deducirse de ésto una crítica a la acción
gubernamental en mayo del '68?
Policial; no
gubernamental. Le podría hablar de esta forma fundamental que no es una
ideología sino que hay que ubicarla en el plano estático: diría que algo
así sucede con la policía. En el momento en que el policía estúpido
ordena: "¡Repriman sin contemplaciones!", puede estar seguro de que
comienza a perder la batalla. Hay cierto lenguaje militar, a veces
político, que para mí es la garantía de la batalla perdida.
La policía no actúa sola. Hay un responsable, un jefe policial, un ministro...
Al
principio, todo fue demasiado confuso. Nadie había previsto lo que
sucedió. Ni los estudiantes, ni los comunistas, ni el gobierno...
Ni De Gaulle...
Ni
el general: en ese caso, no hubiera partido. Supongamos que en mayo del
'68 no hubieran existido los problemas políticos, ¿en qué se
diferenciaría nuestra situación de la que imperó en Berkeley? Por otra
parte, el movimiento insurreccional estudiantil, en todos los países del
mundo, es al mismo tiempo un movimiento contestatario -en el sentido
más absoluto- y un movimiento de protesta sexual. Después de todo, no
hay necesidad de que sea parecido en la India. Sin embargo, lo fue.
Después
de mayo del '68, se usó en diversos sentidos su expresión de "crisis de
civilización". ¿Cree que ha sido mal interpretada su frase?
Una
fórmula de ese tipo tiene siempre una finalidad polémica y resulta a la
fuerza mal interpretada. Lo que quise decir es: no se crean que el
problema que ustedes enfrentan es francés y que lo van a resolver
mediante una ley que reforme a la Universidad. Como este problema era
exactamente el mismo en California, en Alemania y en la India, si se
tratara sólo de lograr otra Universidad, cualquier otro país lo hubiera
hecho y nosotros hubiéramos visto los resultados. Lo que reclaman los
estudiantes es mucho más profundo. Estamos ante una realidad demasiado
profunda que no transcurre simplemente por dos carriles.
¿Prevé un mayo del '75 o un mayo del '80 en el futuro?
La
definición de un mayo de este tipo está signada por lo imprevisible.
Por eso, si usted me preguntara: "¿prevé una nueva religión?", le
contestaría: es posible, pero una característica es que no se parecerá a
nada de lo que conocemos. No es un neocristianismo. ¿Cuál es el fondo
de la cuestión cuando uno se enfrenta con un movimiento en las
profundidades? Esa gente a la que se tenía por hippies en las catacumbas
salen de ellas y, después, la historia cambia.
Hace poco,
usted se reencontró con Louis Aragón y Jean Paul Sartre al pie de un
petitorio antifranquista. Más allá de las viejas peleas, en 1975 ¿qué lo
separa y qué lo une a ellos?
No sé si Sartre conocía a
Aragón. Yo, lo conozco muy poco. A Sartre lo conocí esencialmente a
través de Raymond Aron, sin haberlo visto. Vino a mi casa, una vez,
durante la Resistencia. Después, se convirtió ya en un escritor
importante. Lo volví a ver otra vez con Koestler. En veinte años: una
hora y media. A Aragón, la última vez que lo vi fue en 1966, en el
Ministerio de Cultura: bregaba porque se le diera la mayor difusión
posible a un pintor ruso "ingenuo". Ordené que la exposición se hiciera
en el pabellón de Marsan.
Reparemos en el accionar de
estos tres grandes: Aragón, Malraux, Sartre. Aragón, actualmente fiel, a
pesar de ciertas infidencias de lenguaje, al Partido Comunista. Sartre,
para decirlo sintéticamente, muy...
...izquierdista...
Izquierdista,
como usted dice. Y Malraux, antiguo ministro del General, negándose
terminantemente a afirmar que De Gaulle era de derecha. ¿Qué opina?
Es
una especie de azar planetario. Nosotros tenemos una constelación, en
fin... de la Osa Mayor. Las estrellas están siempre. Pero, al mismo
tiempo, están siempre a la misma distancia. En el fondo, no creo que ni
uno ni otro se preocupen mucho por mí. Por mi parte, tampoco pienso
mucho en ellos.
¿Nunca? ¿Ni siquiera malintencionadamente?
Menos
de esta forma. Mire, usted puede hacerme un favor. Dígale de parte mía a
Sartre que, cuando D'Annunzio quedó ciego del todo, apeló, para poder
escribir, a un truco que aún hoy sirve: una máquina de escribir con
estenotipos. Es un aparato que debiera difundirse.
Aragón, Malraux y Sartre se reencuentran al pie de un petitorio antifranquista. ¿Esto significa algo?
Sartre tomó la iniciativa. Sabía que yo iba a firmar.
¿Vuelve algunas veces sobre sus profundos desacuerdos con Sartre y Aragón?
No.
Pertenecen ya a la esfera del destino. Además, ya no tienen mucha
importancia. Hay un momento en que uno debe saber si va a poder insertar
en el tiempo lo que supo ubicar ideológicamente. Hay una expresión del
siglo XVIII muy absurda: "El instante en que uno se hace cargo de las
obras maestras de los otros". Esto tiene un costado frívolo que me
disgusta pero también posee algo que no es del todo falso.
A
menudo muchos se han fascinado, conmovido o irritado por la fusión de
lo imaginario y lo real que se produce tanto en su obra como en su vida.
Pienso en la dificultad que a menudo se plantea de saber quién es el
que habla en alguno de sus libros, como sucede en el último, o, por
ejemplo, en el hecho de que usted recuerda haberse encontrado con
Lawrence de Arabia o Tito cuando algunos historiadores afirman
categóricamente que eso jamás sucedió...
Tito no se
llamaba Tito. Lo encontré en el estadio Buffalo, durante una
manifestación antifascista. Tito entonces se llamaba Broz. Nosotros
seguíamos hablándonos y mirándonos sin preocuparnos por el peligro de
esa multitud que nos apretujaba contra una viga de hierro y amenazaba
derribarnos. En cuanto a Lawrence, lo vi en una oportunidad durante
aproximadamente veinte minutos. El quería que le hiciese un prefacio
para el libro de una persona por la que se interesaba muchísimo...
Vuelvo
sobre esta pregunta fundamental: lo verdadero, lo falso y lo "vivido".
Podría formularla de otra manera, casi pomposa: ¿qué es la verdad para
usted?
Mi primera respuesta es trivial: lo que es verificable.
Es muy positivista.
Es
la teoría de Léon Brunschvicg. Hay otra respuesta: no creer en una
verdad como hacen los bolcheviques. Es una cualidad precisa. No se sabe
muy bien qué es la dignidad: sí se conoce muy bien qué es la
humillación. No estoy seguro de saber qué es la verdad. Tampoco la
opongo a la mentira, sino que la enfrento a aquello que es su ausencia. Y
la ausencia de la verdad sé muy bien qué es.
En
"Huéspedes de paso", Schweitzer le dice: "Todo pensamiento que es
pensado hasta el final termina en la mística". ¿Hace suya esta idea?
No.
No olvide que en las "Antimemorias" hay muchas frases que están ahí no
porque yo las apruebe sino porque les encontré, en el orden intelectual,
un valor poético. Concibo perfectamente alguien que piense asi.
¿Refutaría a aquellos que ven en usted a un potencial creyente o a alguien que se convierte estando ya en su lecho de muerte?
No creo demasiado en esas conversiones que se producen en el lecho mortuorio.
En su libro, usted alterna lo sobrenatural y lo irracional...
En
medio de un fárrago terrible, de un mercado de pulgas, existen -la
electricidad después del pararrayo- dominios que actualmente se mezclan
con lo que se denomina metapsíquico. Algunos, por supuesto, son
importantes. Ahora bien, ¿se puede penetrar en nuestro pensamiento? No
lo sé. El médium le dice: "Tengo ciertamente un don pero no lo gobierno.
Es él el que viene o no". Bien, después de todo, Víctor Hugo hubiera
dicho: "Soy yo quien escribió "Olympio", pero no lo escribí todas las
mañanas". Además, Ticiano tampoco pintó "La ninfa y el jardín" todos los
días.
¿En qué está trabajando actualmente?
Trabajo
mucho. Todo lo que ahora se encuentra en estado caótico debe llegar a
ser un volumen. Corrijo las pruebas del tomo segundo de las
"Antimemorias", que probablemente aparezca en la colección de bolsillo
"Folio"... También trabajo en el último volumen de "La métamorphose des
dieux" (La metamorfosis de los dioses), titulado "L'intemporel" (Lo
atemporal). En cuanto al resto, quisiera hacer sobre la literatura algo
equivalente a lo que hice sobre la pintura.
¡Diablos! ¡Es inmenso!
No,
será relativamente corto, unas doscientas páginas. ¿Qué significa la
palabra "metamorfosis" en literatura? Es evidente que pasó exactamente
lo mismo que en la pintura. No es del todo cierto que nosotros
contemplamos el Partenón como los hombres que lo construyeron. Pero no
es menos cierto que nosotros leemos "La Ilíada" como los hombres que la
han escuchado.
Dentro de veinte años, ¿cómo les
presentaremos a André Malraux a nuestros niños? ¿Les diremos que es un
escritor, un editor, un revolucionario, un político, un crítico de
arte...? Le estoy pidiendo un epitafio para cuando su vida sea
"transformada en destino".
Forzosamente: escritor. Gide diría: "Escritor ¡ay!". Pero no acepto el ¡ay! ni los signos de exclamación.