ADVERTENCIAS A MÍ MISMO

En el centenario del nacimiento de Norman Mailer

lunes, 30 de julio de 2012

HÉCTOR TIZÓN

Héctor Tizón, el ‘Juan Rulfo’ argentino

Abogado, juez y diplomático, el autor era uno de los mayores autores en activo del país latinoamericano

El escritor argentino Héctor Tizón, en una imagen de 2005. / BERNARDO PÉREZ
“Nací por accidente —¿acaso no todos nacemos de ese modo?— en una remota provincia de este vasto y despoblado país, en un hotel a cuyas aguas termales mi madre había ido en busca de remedio para sus males. (…) Nunca fui un estudiante aplicado ni paciente. En realidad, lo que más me gustaba era subirme al tejado en cuanto podía y echarme allí, junto a la saliente de la chimenea, a ver pasar las nubes y a observar el majestuoso vuelo de las aves”. Así comenzaba a narrar su vida el escritor argentino Héctor Tizón en El resplandor de la hoguera.
Había nacido en la provincia de Salta, pero se crió en la de Jujuy, una de las zonas más pobres y bellas de Argentina. De allí proceden casi todas sus historias. Y allí murió ayer, con 82 años, después de haber escrito algunas de las mejores novelas de Argentina, después de haber sido abogado, juez y diplomático. “Se nos ha muerto uno de los grandes escritores vivos. Son cuatro o cinco los consagrados y él era uno de ellos”, comentaba ayer el periodista y escritor argentino Jorge Fernández. “Fue nuestro Juan Rulfo, en el sentido de que desarrolló una literatura áspera. Era de calado profundo, relataba muy bien su ambiente, esos lugares remotos de Jujuy, muy latinoamericanos. Lo hacía alejado del realismo mágico, pero con un realismo seco, con una prosa muy ajustada, tan seca y a la vez tan envolvente. Además de escritor, fue juez. Y como juez trató con muchos paisanos de la puna, vio a la gente pobre, de los pequeños pueblos. Vio a muchos hombres con muchas experiencias y muchos dilemas. Y eso influyó en su obra, ha sido un escritor que ha vivido con los ojos, como quería Ernest Hemingway. Ha hecho lo más difícil que hay en la literatura, que es escribir de forma simple pero profunda”.

En México conoció a Rulfo, pero cuando habla sobre sus amigos en El resplandor de la hoguera aclara: “No todos fueron artistas ni escritores, ni hombres de genio. Puedo decir que, si alguno he conocido, de ellos aprendí menos que de los hombres y mujeres innominados que fueron mis amigos en los momentos esenciales de la vida”.
En el mismo libro comentó también su visión de la escritura: “La mayor parte de la literatura actual se hace con la literatura misma, con palabras y juegos de palabras, es decir, con ‘nada’. Yo prefiero contar otra vez las viejas historias, las que ya han sido contadas, semejantes a sí mismas en todo el mundo. Nunca lograremos contar algo que antes no se haya contado. (…) Lo que verdaderamente vale es el modo de narrar, y los hombres alcanzados por la narrativa vuelven a ser niños a quienes no les disgusta volver a escuchar una y otra vez las mismas historias, para protegerse; historias que nos exaltan y a la vez dignifican”.
“Nunca formó parte de las capillas literarias, pero era muy latinoamericano”, afirma Jorge Fernández. “Siguió la premisa de Borges en el sentido de que no había que tener un propósito por ser argentino, sino aspirar a lo universal. Tizón, pintando su aldea, contando cosas tan pequeñas y tan alejadas de las grandes urbes y el mundo, en realidad pintaba la condición humana”.

Héctor Tizón, como tantos otros, también fue víctima de lo que él llamó “la crueldad, la estupidez, la falta de grandeza”, y tuvo que exiliarse en España durante la dictadura militar (1976-1983). Escribió obras como Fuego en Casabindo, Extraño y Pálido fulgor, La casa y el viento, Luz de las crueles provincias… En total, más de 20 novelas, la mayoría publicadas por Alfaguara, sello perteneciente al grupo Prisa, editor de EL PAÍS. Julia Saltzmann, responsable de la editorial en Argentina, comenta: “Él siempre me decía que sus maestros fueron sus niñeras. De ellas aprendió a contar historias. He conocido pocas personas con tanta conciencia de la condición humana. Memorial de la Puna fue su último libro, era una despedida consciente. Y estoy muy contenta de que pudiera ver el libro publicado”.
En su penúltima obra, La belleza del mundo, citó unos versos de la Odisea: “¡Oh, quien fuera hijo de algún hombre / dichoso que envejeciera en sus dominios!” Tizón conoció la dicha de envejecer en su tierra y entre los suyos. Y añadía: “Las personas que continúan siendo felices juntas –un hombre y una mujer, por ejemplo- consiguen cultivar entre las dos una zona privada de infancia perpetua”.

jueves, 26 de julio de 2012

David Grossman

La paciencia y la esperanza

Junto a Amos Oz, David Grossman es en la actualidad uno de los escritores más conocidos y también polémicos de Israel, una literatura que mayoritariamente sigue tratando de entender la corta historia del Estado, hundiéndose también en las ancestrales raíces del pueblo judío. Grossman, como Oz, propone el entendimiento con los palestinos, y eso solo ya es urticante. Al calor de su nuevo libro, Más allá del tiempo (Lumen), dedicado a procesar el duelo por la muerte de un hijo en combate, también se publicó en Argentina gran parte de la obra anterior de Grossman, donde las costumbres, la picaresca y el humor se combinan con un sentido vital y dramático de la vida.

 
 

 Por Andrew Graham-Yooll

Nos conocimos hace años, en Londres. Aunque le llevo diez años, su palabra suave me hace sentirlo con diez más que yo. David Grossman tiene ese problema, es sabio en sus manifestaciones. La dificultad para superar la larga etapa de no vernos se logró cuando le dije que su hotel tenía algo de especial: la dueña, antes de vender a una cadena internacional, vivía en el piso más alto de su hotel y ahí recibía la visita del novelista inglés Graham Greene cuando visitaba Buenos Aires, invitado por Victoria Ocampo. Ahí comenzó a escribir la novela Viajes con mi tía. Gustaba el escritor del Hotel Lancaster porque tenían sábanas de lino. Grossman se entusiasmó con la coincidencia: había traído esa misma novela de Greene, leída treinta años antes, para su viaje a Buenos Aires. Vino a presentar su libro más reciente y varias reediciones que acaban de aparecer, haciendo que de golpe Grossman sea una presencia viva en Argentina.
“Esa noticia es un regalo para mí”, dice. También hizo más fácil el recuerdo de reuniones en Londres con los escritores Moris Farhi, Jaim Topol, Bernice Rubens, Clive Sinclair y otros. “Eso fue hace 26 años. Estamos envejeciendo...”, exclamó Grossman al calor de estos recuerdos. Le dije que otros envejecen; nosotros y nuestros contemporáneos no envejecemos. Rió y se tranquilizó.
Su libro más reciente, Más allá del tiempo (Lumen), es una reconstrucción del duelo a través de un personaje que anuncia a su esposa que se va de casa para reencontrarse con el ser perdido, sin saber adónde va. Su producción en general ha sido aclamada en el mundo y es tema de controversia en Israel. Junto a Amos Oz, es una de las principales figuras culturales que ve como solución al conflicto palestino-israelí la creación de dos estados.
El padre de Grossman era chofer de colectivos y luego pasó a ser bibliotecario. A través de su padre, David Grossman, nacido en 1954, se interesó en la lectura. “Me dio muchas cosas, pero lo más importante fue Sholem Aleijem”, uno de los principales autores en idish, conocido especialmente por los cuentos que componían El violinista en el tejado. Las novelas de Grossman que se han reeditado recientemente en Buenos Aires incluyen: Véase: amor, Delirio, Llévame contigo, Tú serás mi cuchillo, El libro de la gramática interna y el ensayo Escribir en la oscuridad.
La escritura de Grossman siempre ha sido producto de una combinación de paciencia y esperanza. Le pregunto si era una característica judía. “Me gusta la descripción. Es mi forma de comprender a la vida. Lo mío quizá sea una definición algo limitada, pero me gusta lo que me dice. El acto de escribir es una combinación de paciencia y esperanza. Un libro puede tardar cinco años en terminarse, y uno trata de ser paciente con uno mismo y su creación hasta revelarse el desarrollo, las cosas sobre las que en el comienzo uno tiene tan sólo una intuición. El acto de escribir es un acto de esperanza. Uno espera que todo mejore, contra todo lo contrario que demuestra la realidad. Lo que busco es imponer la idea de que siempre puede haber un diálogo entre las personas. Que haya personas que quieran leer lo que yo escribo en un pequeño rincón de Jerusalén y que sea comprendido aquí en Buenos Aires o que pueda importar en sus vidas, eso es importante. Uno mantiene la esperanza más allá de todas las barreras de lugar, cultura, lenguaje, y que las personas puedan conversar entre ellas.”

Esa gente, ¿conversaría con el escritor o con lo escrito?
–Es una buena pregunta. Pienso que la gente cree que es posible, que es legítimo el diálogo. Una vez me preguntaron acerca de los libros que yo había leído. Decidí invertir la pregunta para decir que hablaría de los libros que me leyeron a mí. Los libros leen al lector en diferentes formas. Es la gran diferencia entre periodismo y literatura. Si un millón de personas lee el mismo periódico, si un millón mira el mismo noticiero en CNN, hay algo en la forma en que el periódico comunica y la CNN transmite que nos hace sentirnos a todos iguales, pensar igual aunque opinemos diferente nos adhiere a un grupo al que quizá no pertenezcamos pero que nos hace sentir iguales. Esto lo digo en el contexto de las publicaciones de Israel. Hay una mezcla de hechos y sentimentalismo, datos y kitsch, que todos consumimos de igual forma aunque reaccionemos de distintas maneras. Si hay un millón de personas que leen el mismo diario cada día se sentirán iguales, denunciarán a otros y se sentirán superiores a esos otros. Pero si diez mil personas leen el mismo libro, al mismo tiempo, el libro le parecerá diferente a cada uno. Eso lo puedo afirmar como lector, pero también como escritor, por las cartas que recibo con gran variedad de opiniones. Me sorprendió. Un libro se instala en diferentes contextos de la vida de los lectores. Nunca lo había pensado ni me lo hubiera imaginado. Por eso digo que el libro lee a su público adoptando todos los roles que la comunidad necesita.
Cada libro depende de la imagen que el lector le atribuye. El periódico entrega al lector la imagen que el editor quiere imponer. Interesante sería conocer la imagen que surge de la poesía. ¿Los israelíes, como sociedad, producen y leen poesía?
–En términos generales, somos más escritores y lectores de prosa.
La pregunta se enlaza con lo conversado. Robert Pinsky, el poeta estadounidense, arguyó que la poesía ayudó a canalizar los sentimientos en su país luego del 11 de septiembre de 2001, cuando fueron derribadas las Torres Gemelas de Nueva York. Pinsky decidió que la gente necesitaba “hablar” para salir de la crisis del ataque y propuso que le enviaran poesías. Le llovieron piezas de todo tipo que lentamente fueron leídas en una radio. El recuerdo viene a cuento porque el último libro de Grossman, Más allá del tiempo, mezcla prosa y poesía.
“De acuerdo, esta novela es una mezcla. Es una mezcla de prosa y poesía. Creo que mi escritura es poética aun cuando escribo prosa también. Cuando comencé a escribir esta novela, aprendí a escribir poesía. No lo sabía pero me di cuenta de que la poesía tiene como característica un sentimiento específico. Para mí la poesía es el lenguaje de mi duelo, en mi libro se vive con el duelo, en mi caso la pérdida de mi hijo (Uri, muerto en un combate). Sin haberlo planeado comencé a escribir poesía. ¿Por qué? No sé. Mi esposa sugirió que la poesía es el elemento verbal más cercano al silencio. Otra conocida, una analista, dijo que la poesía es la forma más íntima de expresión. En la prosa uno puede establecer cierta distancia entre uno y lo que escribe, en la poesía no existe esa distancia. Mi explicación es totalmente física, como si alguien hubiera guiado mi muñeca en la construcción de las líneas de un poema.”
Eso haría de la poesía un mecanismo de rescate del pasado. En la Argentina eso existe. En nuestra música se establece que nuestros mejores momentos están en el pasado.
–En Israel también hay una tendencia a engolosinarse con la nostalgia. El presente está muy confuso y el futuro es dudoso, frágil. La gente piensa que los “buenos tiempos” quedaron en el pasado. La literatura israelí no sigue esa línea. Nuestra literatura es sobria, atenta, crítica. Mucha, no toda. Los escritores que importan en Israel se expresan en saludable autocrueldad que usan para sacudir a los lectores y obligarlos a mirar hacia el futuro, para que sea mejor. Es un buen ejemplo de cómo se logra construir parte de una identidad a partir de la tragedia y cómo la autovictimización distorsionada sirve como componente de una identidad. La terminología en la que nos expresamos es una de catástrofe, de victimización, de sentirnos alienados por otros, de ser diferentes. Este es el diccionario de una sociedad traumatizada que, aun así, busca en el pasado cosas mejores. La pregunta es la correcta: ¿Por qué tanta gente tiene ganas de volver atrás? Porque ahí se creó nuestra identidad. Ahí nos reconocemos. Existe una fuerte nostalgia por los primeros tiempos de Israel, los inicios del sionismo, donde los objetivos parecían claros. Quizás estaban equivocados, pero trazaban un curso muy claro. Por ejemplo, ninguneando a los palestinos en la tierra de Israel. Gran parte del sionismo los ignoró, no los veía, el país estaba vacío y nos esperaba. Era como estar en un nuevo comienzo y no había un antes.
En partes de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, mucha gente reaccionó así, con nostalgia por una causa común y unificadora, en la que hubo muchos muertos. Pero la sociedad estaba unida en su propósito de lograr la liberación frente a un sistema horrendo.
–Las cosas eran muy claras. Los británicos, por ejemplo, se veían como los buenos; el resto, los enemigos, eran los malos, claramente definidos. Para nosotros ya no es tan claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. No digo que debamos pensarnos malos, pero hay cosas de malos en nosotros de la misma forma que hay cosas de buenos en el otro lado. La situación ya no es clara, es muy confusa. Somos una democracia, en nuestra prensa, en la libertad de expresión, en nuestras instituciones. Sin embargo, estamos ocupando a otro pueblo. ¿Cómo se reconcilian estas contradicciones internas? Esto hace que se añore el pasado cuando las cosas parecían claras, y todos nos queríamos. Claro que al mirar las cosas con cuidado se verán las disputas y la discriminación internas.
¿Pueden la paciencia y la esperanza unir a malos y buenos para la causa del futuro? La modernidad no une, divide, porque coexisten demasiados elementos rivales. Pero, aun así, ¿recomendaría esperar tiempos mejores?
–Yo insisto en la esperanza. Algunas veces me parece que me impongo la esperanza porque la desesperación es un lujo que no me puedo permitir. Es tan fácil desesperar en nuestra situación, sobran las razones para creer que nada mejorará en el futuro. Uno ve la distorsión en dos pueblos, se ve cómo ambos actúan contra sus propios intereses sólo para causar daño al otro. Hay una profunda desconfianza, pero desesperarme es declararme derrotado. La esperanza tiene un lugar, si insistimos en decir a la gente que la paz en nuestras vidas puede ser mejor, que hay otro significado de nuestras vidas, que la guerra no es la única respuesta y el único destino, y así sea vista por muchos palestinos e israelíes. La conciencia de catástrofe no nos permite vivir una vida plena. Estamos atrapados en esta paradoja. A lo largo de nuestra historia hemos sobrevivido para vivir. Ahora vivimos para sobrevivir. Eso está mal. Esto es lo único que esperamos para nosotros.
Vivimos en una tragedia constante, es lo que está diciendo, le dije que sonaba un concepto cuasi religioso, muy judío, aclaré que no soy judío...
(“Nadie es perfecto...”, ríe.) Dije que perfecto es cualquiera. La cuestión es cometer algunos errores en el camino a la perfección.
Ustedes, usted y el escritor Amos Oz, están repitiendo los discursos de reclamos por la paz, de comprensión, de dos estados, etcétera, de los últimos treinta años.
–La realidad es más repetitiva que los discursos. Requiere mucha energía hablarle a una sociedad inmersa en el miedo, donde el discurso se hace cada vez más beligerante, y para colmo tenemos que arriesgar y animarnos a llamar la atención. Claro que Amos Oz y yo repetimos nuestros argumentos, pero es porque creemos que son argumentos mejores. Son manifestaciones claras a favor de la paz y tenemos que combatir la gravedad de la desesperación, la gravedad del miedo, la legitimación de la locura. Muchos consideran que no entendemos el peligro que corre Israel. ¡Entendemos! Conocemos el costo de lo que proponemos. Yo leo en árabe y veo cómo escriben cosas horribles acerca de lo que le va a pasar a Israel, escucho al presidente iraní decir que quiere erradicar a Israel. “No niego nada de eso. He pasado muchos años tratando de mantener abierta una puerta a la paz, a la opción del diálogo. El problema es que esa puerta muchas veces se nos cierra, porque la gente está aterrorizada. Es difícil acercase a personas que se piensan al borde de un abismo y amenazados y hablarles a ellos del futuro y de paz. Les suena como una fantasía. Pero tiene que hacerse realidad.