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sábado, 23 de noviembre de 2013

ELENA PONIATOWSKA, la última ganadora del Cervantes

Premiada. Elena Poniatowska sonríe ayer en su casa en el Distrito Federal. “Es para los periodistas”, dijo. AFP

Los huéspedes del hotel frente a la Feria de Guadalajara se apretujaban en el ascensor a la hora pico, el desayuno. Entre los pasajeros –cuenta la escritora colombiana Laura Restrepo– bajaba, petisita, Elena Poniatowska. Y también Pilar Reyes, editora de Alfaguara. “¿Cómo dormiste, Elenita?”, preguntó Reyes. Y Elena contestó que mal, que se quedó despierta hasta las 4. ¿Por qué? “Me quedé viendo una peli interesante, muy rara, nunca había visto algo así”. ¿De qué película se trataba? “Las hermanitas anales”, contestó Poniatowska, como si no fuera una porno, como si estuvieran solas. “Y con ese tono de princesa rusa”, dice Restrepo, comentó: “Muy interesante. Me quedé hasta el final para ver el desenlace.” Poniatowska ya había pasado los 70, ya había ganado el Premio Alfaguara, ya había escrito algunas de las grandes crónicas de América latina. Todavía no le habían dado el Cervantes, el premio mayor de las letras en castellano. Eso le pasó ayer. Seguro que tampoco durmió anoche.
En Madrid, el jurado dijo que la distinguían “por su dedicación al periodismo y su firme compromiso con la Historia contemporánea”. Es que Elenita –le dicen “Elenita”, “Poni” y “la princesa roja”– ha dejado huella en el terreno de la no ficción. Tiene 40 libros pero cuando se dice su nombre, se disparan como flechas al corazón dos títulos: Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco. El primero (1969) lo hizo a partir de una serie de entrevistas con Josefina Bórquez, una lavandera que, en la Revolución Mexicana (1910), supo ser una soldadera, una de las mujeres que se subieron a los trenes y fueron a pelear. Miércoles de charlas y, cuenta la leyenda, de aprender con las manos el lavado de sábanas y el olor de la calle. El libro mira el pasado y el presente con los ojos y con el lenguaje de Josefina, que en la ficción se llama Jesusa. Mexicano profundo, a veces difícil de entender en otros castellanos.
La noche de Tlatelolco empezó el 2 de octubre de 1968, cuando dos amigas de Elenita llegaron desesperadas a su casa: el gobierno había reprimido una manifestación de estudiantes, profesores, amas de casa y obreros en el barrio de Tlatelolco. La sangre manchaba las paredes, había agujeros de ametralladora y hasta hoy no se sabe cuántos fueron los muertos, aunque se piensa que alrededor de 200. Poniatowska fue al día siguiente, encontró zapatos amontonados. Buscó testimonios, los escribió. “Es la ventaja de ser chaparrita. La gente me platica todo, porque me sienten como acojinadita y me cuentan todo”, le dijo hace tiempo a la revista Gatopardo. Los testimonios –políticamente incorrectos– no siempre son lo que uno espera leer, por eso son tan valiosos.
Es lindo decir que Elena Poniatowska nació princesa. Ese título le dieron cuando llegó al mundo en París en 1932, con el nombre de Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski –de la familia del rey Estanislao II Poniatowski de Polonia— y de María de los Dolores (Paula) Amor de Yturbe. Cuando tenía 10, corrida por la Guerra, la familia se fue a México. Allí creció, allí se hizo –como pone en su perfil de Twitter– “más mexicana que el mole”.
Allí, cuenta la leyenda, aprendió a hablar castellano con las mucamas y estudió en escuelas buenas y se hizo periodista, se casó, escribió. Su lista de amigos saca el aliento. Por ejemplo, una de las últimas cosas que escribió Juan Rulfo fue una dedicatoria de Pedro Páramopara ella: “Días antes de mi muerte, Juan Rulfo”, decía. Era verdad.
Ayer, cuando la entrevistaban por el Cervantes dijo que “es un premio para ustedes, para los periodistas, porque yo siempre estoy de este lado de la barrera (del de la prensa)”, y que de ese trabajo ha aprendido el valor de “la modestia” porque ejerciendo “te va de la patada la mayor parte del tiempo y, aquí (en México) te matan, además”.
Es la cuarta mujer en recibir el Cervantes. Ayer dijo que quiere usar los 125.000 euros del Premio para hacer una fundación que cuide sus papeles, sus cartas con Octavio Paz, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes y otros. Que se quedó azorada con el Premio y que esta vez la noticia por teléfono la sacó del plácido sueño.

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