ADVERTENCIAS A MÍ MISMO

En el centenario del nacimiento de Norman Mailer

miércoles, 29 de abril de 2009

martes, 28 de abril de 2009

ALBERT CAMUS

sábado, 25 de abril de 2009

ANDRÉ MALRAUX- La condición humana

ANDRÉ MALRAUX. El mito del héroe

ANDRÉ MALRAUX: DE 'LOS CONQUISTADORES' A 'ANTIMEMORIAS'

SARTRE: literatura y filosofía

jueves, 23 de abril de 2009

PRIMO LEVI

miércoles, 22 de abril de 2009

martes, 21 de abril de 2009

Gunter Grass

domingo, 19 de abril de 2009

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NORMAN MAILER

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Consejos para los aspirantes a escritor
El escritor norteamericano forjó, en seis décadas de trabajo intelectual, una obra que es testimonio del último siglo. A un año de su muerte, la editorial Emecé publica “El arte espectral”, un testamento literario que puede convertirse en un manual para el escritor principiante. El recorrido incluye definiciones sobre la industria editorial, la presentación del escritor en sociedad, la relación con las reseñas desfavorables y el humor.
Por Alejandro Bellotti


Norman Mailer. Autor de grandes libros como La canción de verdugo, amaba la literatura y el boxeo.
Norman Mailer escribió un par de libros memorables. Sin dudas, La canción del verdugo y El fantasma de Harlot descansan aún hoy en el podio de la literatura norteamericana. Claro que otros –Costa bárbara y El parque de los ciervos, por mencionar sólo dos– son para el olvido. Desechables. Sin embargo, y más allá de su distanciamiento –o no– con lo sublime, Mailer logró, en algo más de seis décadas de trabajo, constituirse en el último gran patriarca literario de Estados Unidos. Su lucidez perceptiva lo convirtió en un narrador indispensable, que supo forjar con su obra un testimonio capital del siglo XX. Su radicalismo político y su bilis discursiva lo desenterraron de los mentideros literarios para fundirlo al campo intelectual, donde engordó su fama de pugilista tenaz. En 2003, y coincidiendo con sus 80 años de vida, Mailer publicó The Spooky Art, una recopilación de ensayos que se estructura, más que como autobiografía literaria, como un auténtico testamento literario. Recientemente distribuido en el país bajo el título de Un arte espectral (Emecé), el volumen abunda en consejos que Mailer propicia al lector competente y que atraviesan de cabo a rabo el universo del escritor moderno: la exaltación del ego, la microeconomía del escritor, las camarillas, los bestsellers, la técnica en el estilo, la acrobacia narrativa para condimentar –en su punto justo– las atmósferas, la metodología de trabajo (cuántas horas o páginas por días escribir), la edificación sintáctica, la sensibilidad de la prosa.

En principio, y para digerirlo sin atracos, vale una aclaración. La arquitectura del libro requiere una clave: entenderlo como una conversación, un manual de autoconsulta al cual el escritor de talento puede dirigirse y zamarrear: “¡Ey!, Mailer, ¿qué conviene aquí: primera o tercera persona?”. Y el viejo sabio responderá: “no es fácil escribir en primera persona sobre un personaje que es más fuerte y más valiente que tú. Pero hay que hacerlo porque si todos tus personajes tienen tu mismo nivel, no te enfrentas a temas más importantes”. También se devela para el iniciado como una suntuosa guía de lectura. Para ello Mailer peina la literatura universal y enciende el faro: Tolstoi, Dostoievski, Proust, Mark Twain, Saul Bellow, Borges, y siguen las firmas.

Vale decir que de 1939 a 1943 Mailer asistió en Harvard a diversos cursos de escritura. Fue allí donde sufrió sus primeros castigos. Las risas de sus compañeros, el destierro de los entendidos, la censura de los maestros. “Es el modo en que un joven boxeador con un comienzo promisorio puede ser noqueado al principio de su carrera y recuperarse de eso para tener un buen historial”, rememora Mailer, quien dedica buena parte del mamotreto a denostar a la crítica, y también a la industria editorial, sobre la cual sugiere: “El mundo editorial de hoy dicta que un editor tiene que aportar libros que hagan dinero. Este casi absoluto tiene que penetrar en los intersticios del pensamiento de un editor joven”. Con mayor brío carga contra lo que considera “el mundo de las reseñas”, en donde reconoce “un montón de asesinos mezquinos”. Un rechazo que acaba en obsesión paroxística: contabilizar cuántas reseñas buenas y malas aparecieron con cada uno de sus libros. “Trato las reseñas desfavorables como un político que se postula para un cargo trata una pérdida de apoyo”, y agrega: “En estos días tener una reseña desfavorable en el Times del domingo afecta mi billetera. Mi ego, sin embargo, permanece relativamente intacto”.

Por momentos absorbente, por otros repelente, aunque sin abandonar jamás el alto voltaje, el ensayo detiene su marcha en algunos pasajes para dar lugar a entrevistas que le hicieran al mismo Mailer. Es allí, con chorreadas del humor más ácido, donde el autor de Los desnudos y los muertos se despacha contra los periodistas culturales: “además, cuenta con esto: tres de cada cuatro entrevistadores no habrán leído tu libro. Eso tiende a llevarlos a hacer preguntas que les cuestan a ellos el 2% y a ti el 98%. Por ejemplo: ‘Cuénteme acerca de su libro’. Después de que has contestado eso algunas veces, empiezas a sentir que la limusina en la que estás viajando se está quedando sin combustible y que tienes que ir cuesta arriba”. Un tono, virulento y mordaz, que puede cambiar repentinamente con una vuelta de página, para volver a la calidez o acentuar el disparo sardónico, con el vértigo o la pereza que imprime su voz distintiva. Ese tono que muestra a Mailer en su mejor forma, en su salsa.

Fallece J. G. Ballard, escritor y gran visionario moderno

Fallece J. G. Ballard, escritor y gran visionario moderno

El autor de 'El imperio del sol' murió a los 78 años de edad
JACINTO ANTÓN 19/04/2009

El soñador de catástrofes se ha adentrado en el más ignoto de los territorios devastados: el escritor británico James Graham Ballard, uno de los grandes visionarios del siglo XX, considerado el último de los surrealistas y maestro de la ciencia-ficción más literaria, ha fallecido este domingo, a los 78 años, a consecuencia del cáncer de próstata que sufría. El autor había revelado su enfermedad, y que no esperaba curación, en su autobiografía Milagros de vida (Mondadori), aparecida el año pasado. Ballard era viudo desde que su esposa, Mary Ballard, falleció trágicamente en 1963 en Alicante durante unas vacaciones en familia. El escritor sacó adelante a sus tres hijos en su casa de Shepperton, en los suburbios de Londres, y desde hace cuarenta años mantenía una relación de pareja con Claire Walsh, que lo ha acompañado hasta la muerte.


Memoria del soñador de apocalipsis


Ballard, nacido en 1930 en Shanghai, donde sus padres eran miembros de la colonia británica, tuvo una infancia exótica y aventurera en China al vivir la invasión japonesa y verse recluido con su familia en el campo de concentración de Lunghua. Esa experiencia dramática la narró en su novela más conocida, la autobiográfica El imperio del sol (Minotauro) que Spielberg convirtió en película. Ballard regresó a Reino Unido de adolescente y nunca pudo adaptarse al mundo gris y cerrado de la sociedad británica de posguerra. Estudió Medicina, y la anatomía, la patología y la disección forman parte integrante de su literatura, a veces de una perturbadora fisicidad y sexualidad. También se enroló en la fuerza aérea (RAF) donde realizó el curso de piloto, y el imaginario de los aviones y el vuelo -especialmente lo relacionado con la caída de los fulgurantes aparatos- aparece en sus textos.

Las imágenes, sueños y experiencias traumáticas de la China devastada por la guerra le acompañaron toda la vida y formaron en buena medida su mundo creativo, caracterizado por una conexión tremendamente fructífera con el inconsciente que se expresaba en una capacidad asombrosa para el simbolismo y las metáforas.

Los edificios deshabitados, los night-clubs y hoteles abandonados, las piscinas vacías, los desiertos... son algunos de los no-lugares oníricos que pueblan los sensacionales cuentos y novelas de Ballard, cuya lectura provoca una sensación escalofriante, a la vez de extrañeza y reconocimiento. En una ocasión, entrevistado por quien firma estas líneas, el escritor, que tras la muerte de su mujer pasó una época abismal de alcohol, desesperación y promiscuidad, afirmó que no necesitaba drogas para imaginar sus mundos, algunos de los cuales tienen una luminosidad lisérgica: "No hay droga como la mente". Algunos críticos vieron en su escritura un elemento enfermizo, malsano y perverso. Sus muchos admiradores, en cambio, destacan su capacidad de avizorar el futuro y de escrutar en las profundidades de nuestras almas, sondeando los elementos más tenebrosos, pero también los más conmovedores y extraordinarios.

Admirador de los pintores surrealistas, de Magritte, de Dalí, de De Chirico, de Delvaux sobre todo, de los que su universo imaginario es muy deudor, e interesado en el psicoanálisis, Ballard estuvo muy próximo al mundo artístico y se vinculó a los movimientos vanguardistas de los sesenta, sobre todo el pop-art. En una ocasión, incluso organizó una exposición de automóviles destrozados en accidentes, un tema que le obsesionaba y que sublimó en su novela Crash (1973), llevada al cine por David Cronenberg. De su época más experimental, en la que no dudó en acercarse a la pornografía y rodear su escritura de elementos morbosos y alucinatorios, son libros inclasificables como La exhibición de atrocidades (1966).

Gran contador de historias fantásticas, acuñador del término "espacio interior" (como contraposición al de las galaxias) en la ciencia-ficción, varias de sus obras más conocidas giran en torno a catástrofes que amenazan la Tierra y conducen a los personajes a una regresión psicológica, a un apocalipsis interno que no deja de tener un elemento de regeneración. Novelas como El mundo sumergido, La sequía o El mundo de cristal imaginan la civilización abocada a su fin respectivamente por inundaciones, falta de agua o un extraño fenómeno que cristaliza la naturaleza. El año pasado, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) le dedicó una magnífica exposición que revisaba pormenorizadamente todos los aspectos de su obra y que él ya no pudo inaugurar como era su deseo. Ballard era consciente de que se moría y sus últimos tiempos los ha pasado colaborando con su médico en una suerte de experimento literario en torno a su enfermedad, del que no se sabe si sus frutos verán la luz pública.

NORMAN MAILER entrevistado por Martin Amis